El neurocientífico español Óscar Marín.

El neurocientífico español Óscar Marín. King's College of London

Salud

Óscar Marín, el mejor neurocientífico de Europa: "Puedes creer en Dios y ser un científico de prestigio"

"En un futuro seremos capaces de curar el autismo o la esquizofrenia" / "El trabajo no puede ser tu gran obsesión en la vida" / "Hay pocos investigadores que hayan llegado lejos con una jornada de nueve a cinco" / "Todavía me sorprende que me paguen por hacer lo que hago".

26 junio, 2023 02:10

Cuenta Óscar Marín que lo que a él le fascinaba, desde muy pequeño, era el mundo animal. Félix Rodríguez de la Fuente y Gerald Durrell. Sin embargo, casi desde muy temprano se perdió un biólogo de bota y se ganó uno de bata. "Cuando uno se quiere dedicar a la ciencia, en general, lo que le fascina son las preguntas. El tema es casi lo de menos. Muchos científicos terminan abordando una serie de preguntas científicas casi por casualidad", cuenta desde el otro lado del teléfono. Este prestigioso investigador, nacido en Madrid hace 52 años, no ha parado de hacerse preguntas sobre el cerebro desde entonces.  

Marín es, hoy por hoy, una eminencia de la Neurociencia. Dirige el Centro de Trastornos del Neurodesarrollo en el King’s College de Londres y el año pasado ingresó en la Royal Society del Reino Unido, una organización considerada como el 'Olimpo' de la ciencia mundial y a la que también pertenecieron Einstein o el mismísimo Ramón y Cajal. Por si fuera poco, en abril fue galardonado con el premio de la Federación de Sociedades Europeas de Neurociencia (FENS) y la revista European Journal of Neuroscience (EJN) por "revolucionar nuestra comprensión del desarrollo de la corteza cerebral, renovando puntos de vista sobre el origen de los trastornos neuropsiquiátricos". El próximo mes de junio recogerá el galardón en Viena (Austria).

Decía Woody Allen que "el cerebro es el más sobrevalorado de todos los órganos".

[Ríe] A pesar de que soy un gran fan, yo creo que el cerebro no está ni mucho menos sobrevalorado, sino que es lo que nos distingue como especie sin lugar a dudas. Aunque hay otros primates con cerebros muy desarrollados, el nuestro, a través de la evolución, ha adquirido una serie de capacidades que hace, entre otras cosas, que nos preguntemos cómo es el mundo y que tengamos esa capacidad de visualizar o planear nuestro futuro, que es bastante único en nuestra especie. 

¿Cómo es la vida de un neurocientífico que trabaja en una institución tan prestigiosa como el King’s College de Londres?

Yo imagino que es como la vida de muchos otros científicos. Al menos en mi caso, mi trabajo es bastante vocacional, con lo cual no lo siento como una gran obligación, aunque, obviamente, en el día a día hay un montón de cosas a las que preferiría no enfrentarme a ellas. La mayor parte del tiempo intento dedicarlo a hablar con los estudiantes, con los postdoc, con los investigadores que trabajan en mi laboratorio, y a seguir de cerca los proyectos que tenemos en marcha. Todas las semanas tengo reuniones con ellos de forma individual y eso es lo que me mantiene más pegado a la realidad de la investigación: saber cómo progresamos día a día con nuevos experimentos y nuevos resultados. 

Todo esto está rodeado de lo menos místico de nuestra profesión: invertimos una gran cantidad de tiempo en escribir proyectos, tener financiación… Tener un grupo nutrido es una tarea que lleva bastante tiempo y en mi caso tengo que compaginar esto con labores de dirección. Dirijo un centro y coordino una red grande de laboratorios en el King’s College de Londres y hay un cierto componente de gestión asociado a mi trabajo. Pero digamos que soy bastante organizado e intento que la parte más importante del día, por la mañana, cuando estoy más fresco, esté dedicada fundamentalmente a investigar, que es lo que me apasiona. 

¿Se puede llegar tan lejos sin ser lo que se conoce vulgarmente como una "rata de laboratorio"? 

Yo lo discuto mucho con mis estudiantes. He conocido pocos investigadores que hayan conseguido llegar muy lejos, hacer grandes descubrimientos, y que tengan una jornada corta, normal, de 9 a 17 horas. En líneas generales, en la mayoría de las profesiones, y en la de los científicos no es diferente, los individuos excepcionalmente inteligentes son relativamente raros. La mayor parte utilizamos una parte ancha de la normalidad y tenemos que suplir nuestras carencias con mucho trabajo. Es una profesión que requiere mucha dedicación.

Pero la forma de contestar esto es doble: primero porque, como decía antes, si es algo vocacional, a mí todavía me sorprende que me paguen por hacer lo que hago porque realmente lo paso muy bien. Lo disfruto mucho. Y por otro lado, ser científico tiene muchas ventajas, trabajamos mucho pero tenemos flexibilidad de horarios, podemos trabajar en diferentes configuraciones, tenemos la posibilidad de viajar y de conocer a mucha gente y muchas culturas diferentes…

Hace algún tiempo leí una entrevista a Juan Luis Arsuaga, de la que se extrajo un titular que me llamó mucho la atención en un investigador de su nivel: "La vida no puede ser trabajar e ir al supermercado los sábados".

Sí, yo estoy de acuerdo, pero para eso se han inventado las compras online [vuelve a reír]. No recuerdo muy bien la última vez que pisé un supermercado. Intento optimizar en la medida de lo posible. Me gustan mucho los mercados, me gusta mucho cocinar y la carne y el pescado fresco los compro en un mercado estupendo que está cerca de nuestro sitio de trabajo. Todo lo demás intento minimizarlo. Pero creo que hay que tener un balance entre el trabajo, que no se convierta en una obsesión, y el resto de facetas de la vida. Ese balance, esa capacidad de abstraernos de los problemas que nos consumen, es necesario y bueno para abordar un trabajo muy creativo que requiere tener la mente despejada. Si uno trabaja 16 o 18 horas diarias durante un periodo muy largo de tiempo, eso dará lugar a que abandone la ilusión con la que se acerca al trabajo. 

¿Por qué sigue escondiendo tantos secretos la corteza cerebral?

En realidad, casi todo el cerebro sigue escondiendo secretos. La respuesta es sencilla aunque difícil de asumir: es un órgano extremadamente complejo, el más complejo de nuestro organismo. Es la estructura biológica más compleja de nuestro planeta, de lo que conocemos como materia viva. Y es por eso por lo que todavía tenemos muchas lagunas. Empezamos a entender cómo funciona, empezamos a desentrañar cuáles son los circuitos que controlan determinadas funciones, pero la maraña de circuitos, la gran cantidad de funciones que controla nuestro cerebro, nos va a llevar todavía una temporada larga conseguir entender con claridad cómo se organiza. 

El neurocientífico Óscar Marín dirige el Centro de Trastornos del Neurodesarrollo en el King’s College de Londres.

El neurocientífico Óscar Marín dirige el Centro de Trastornos del Neurodesarrollo en el King’s College de Londres.

¿Y por qué son tan importantes las interneuronas?

Yo utilizo una analogía sencilla. Debemos pensar en una orquesta, en la que las neuronas piramidales son los músicos, los elementos que transmiten información desde diferentes puntos de la corteza a otros núcleos dentro del cerebro y conectan con vías motoras para que ejecutemos programas motores o comportamientos específicos. Las interneuronas son como los directores de orquesta, mucho menos frecuentes y tienen la misión de controlar el ritmo de la música que generan las células piramidales. Determinan cuándo cada tipo de célula piramidal tiene que hablar o disparar, y sirven también para asegurarse de que esas neuronas están sincronizadas. 'Hablan' con una misma voz, de una manera muy similar a cómo un director de orquesta marcaría cuándo cada instrumento entra en un momento dado y se asegura de que todos sigan el ritmo.

Su trabajo se centra también en comprender las causas de algunos trastornos psiquiátricos como la esquizofrenia o el autismo. ¿Qué diferencias hay en los cerebros de las personas que sufren estos trastornos?

Existen cambios que se generan durante el desarrollo del cerebro. Hoy en día sabemos que se trata de cambios genéticos, hay una cierta variación en la secuencia de algunos genes específicos y cada vez tenemos más información acerca de cuáles son los genes que están implicados, y estos genes están utilizados o son parte de la información que nuestro organismo ha requerido para construir el cerebro durante el desarrollo. De forma que las personas que sufren trastornos del neurodesarrollo, personas que tienen epilepsia o autismo, o las que tienen esquizofrenia, todas esas enfermedades están producidas por cambios en cómo desarrollamos el cerebro. Y esos cambios producen desviaciones bastante sutiles en el funcionamiento y en otros casos cambios más drásticos, que son fácilmente apreciables incluso con técnicas de imagen cerebral porque las neuronas no han migrado de manera correcta y eso desencadena los cambios funcionales y de comportamiento que vemos en estos pacientes. 

Todos estos problemas están muy influidos por los genes y por el ambiente, cuando estamos en el útero de nuestra madre y durante el resto de nuestra vida. Todos estos factores influyen en el desarrollo del cerebro. Producen un cerebro muy parecido al de la mayoría de la población, pero que contiene una serie de cambios que lo hacen menos eficaz a la hora de adaptarse a según qué circunstancias.

¿Vamos a ser capaces de curar estos trastornos algún día o esto es simplemente una quimera?

No, yo estoy convencido de que sí seremos capaces, pero tenemos que trasladar ese continuo de enfermedades. Es un continuo porque sólo las podemos conocer por su análisis clínico. Vemos qué es lo que le pasa a los pacientes y, de hecho, con mucha frecuencia, sólo sabemos que una persona va a desarrollar una enfermedad una vez que se ha presentado en la consulta con un problema. Pero en muchos casos ya sabemos que una gran parte de esas enfermedades se producen por cambios en el genoma, en genes específicos, y cada vez tenemos mayor capacidad de detectar esos cambios. Lo que no sabemos todavía es si vamos a ser capaces de revertirlos una vez que los niños han nacido. 

En cuanto a herramientas, cada vez tenemos más, tenemos más capacidad de editar el genoma y tenemos técnicas que nos permiten aproximarnos a este tipo de problemas de una forma más precisa, pero no sabemos si revirtiendo esos cambios genéticos vamos a ser capaces de reparar la función. En algunos casos, creo que sí; en otros casos será más complicado porque lo más importante es que no estamos hablando de un órgano estático, sino que es tremendamente plástico y tarda muchos años en desarrollarse. Lo que nos diferencia de una forma más dramática de otros mamíferos y primates es que nuestro cerebro se desarrolla tan despacio que sigue cambiando durante las primeras dos décadas de vida. Eso nos da muchas ventajas, nos permite adaptarnos a nuestro entorno, nos permite aprender un montón de cosas, pero también quiere decir que esos cambios no ocurren en un órgano estático, sino que está cambiando. 

Soy bastante optimista y creo que el conocimiento nos permitirá desarrollar terapias para mejorar la vida de estos pacientes.

¿De qué margen de tiempo hablamos?

Bueno, no sé si soy excesivamente optimista, pero creo que en los próximos 10 años habrá cambios sustanciales en la forma de entender el desarrollo del cerebro. De ahí a que sea capaz de trasladarse a una terapia más o menos específica, quizás la ventana de tiempo sea mayor. Pero tengo la sensación de que el desarrollo de métodos terapéuticos va más deprisa que nuestro conocimiento del cerebro. Cada vez que encontremos una solución a un problema concreto, va a ser más directo implementar esas soluciones. Lo que tenemos que hacer es avanzar en entender qué va mal en todos los casos. 

Es uno de los pocos españoles que ha ingresado en la Royal Society a la que pertenecieron gente como Darwin o Einstein. ¿Cómo es estar en el 'Olimpo' de la ciencia mundial?

Es una sensación muy británica, en la que a veces hay mucha pompa y circunstancia, pero en la mayor parte de los casos hay mucha, mucha normalidad. Obviamente, es una institución muy respetada y eso hace que tenga una influencia muy importante en la vida social y política del Reino Unido. Al presidente de la Royal Society se le escucha con mucha atención, y eso es algo muy importante porque significa que los científicos tienen un vehículo para manifestar su opinión acerca de asuntos que consideran muy importantes. Y también demuestra que Reino Unido es un país en el que la ciencia se valora de una forma bastante directa. 

Parece que en España se reconoce bastante menos la figura de los científicos que en Reino Unido.

Yo no tengo la sensación de que en España no se reconozca el trabajo de los científicos. En las encuestas suele ser una de las profesiones más valoradas. Quizás, la diferencia es que en Reino Unido, por circunstancias históricas, llevan haciendo eso muchísimos más años que nosotros en España. Digamos que está bastante más establecido que la ciencia es uno de los motores de la sociedad británica. Yo creo que la diferencia fundamental es el tiempo y también que se han tomado decisiones más apropiadas de las que hemos tomado en España. Existe una gran estabilidad en torno a la ciencia, las universidades y la educación superior. Y esa estabilidad se transmite independientemente del tipo de gobierno que esté al frente del país. Esa estabilidad tiene una influencia importante en la percepción de la sociedad respecto a la labor de los científicos. 

¿Cuál diría que es el principal problema que tiene el sistema científico español? 

Yo creo que en líneas generales, desafortunadamente, el funcionariado aplicado a la ciencia y a la educación superior no es un sistema ventajoso. Los países más avanzados de nuestro entorno no han adoptado este sistema. El problema en ese sentido es confundir la estabilidad laboral con la necesidad de generar posiciones de por vida que están poco regidas por evaluaciones de calidad continuadas. Si uno mira al ecosistema de ciencia en España, los centros más punteros están basados en una organización alrededor de una fundación, un modelo público-privado de fundación que tiene un tipo de organización laboral muy diferente de la organización clásica de funcionarios que tienen el CSIC o la universidad. 

Siendo ése un gran problema, yo creo que el principal es la gobernanza. Esto se ve muy bien en las universidades, en la forma que toman decisiones, la forma en la que se eligen a los rectores, el proceso de rendición de cuentas… Ése es el principal problema. Ésa es una asignatura que tenemos pendiente de las muchas reformas que se hicieron en los años 80 y se quedó atrás. Quizás en aquel momento tenía más sentido. Hoy en día este sistema de gobernanza que tenemos no va a hacer que el sistema de ciencia y educación superior evolucione. Necesitamos un cambio bastante radical para poder mejorar. 

Por otro lado, los gobiernos de uno y otro signo de los últimos 20 años han carecido de la valentía necesaria para emprender las reformas radicales que nuestras universidades y organismos públicos de investigación necesitan. Espero que el próximo gobierno sí la tenga.

¿Qué retos le quedan por delante? ¿Con qué sueña un científico como usted?

Digamos que hay retos casi diarios. El científico se nutre de la siguiente pregunta. De lo que está en marcha en el laboratorio y qué es lo siguiente que podemos encontrar. Es como estar jugando continuamente a un juego de muñecas rusas: cuando consigues abrir una caja, descubres algo y te das cuenta de que dentro hay una muñeca, y vuelves a empezar. Eso es lo que a mí me atrae más, la capacidad de entender cómo se organiza el cerebro, cómo se desarrolla, cómo somos capaces de hacer las cosas que hacemos gracias a él. 

En una escala mayor, me gustaría contribuir de forma significativa a solucionar algún problema de los que estábamos comentando. 

¿Es de los científicos que creen en Dios? ¿Cómo casa la existencia de Dios con algo tan racional como la ciencia?

Siempre que me preguntan acerca de mis creencias religiosas digo que soy un católico por entrenamiento. El hecho de haberme criado en una familia católica, moderadamente practicante, me ha ayudado a tener una serie de principios éticos o filosóficos que le dan sentido a mi vida. En ese sentido quizás son diferentes a los que puedan tener otras personas criadas en un entorno diferente. 

En mi caso, la religión me ha ayudado a conseguir ese marco ético con el que más o menos guío mi vida y me relaciono con otras personas. Ésa es la forma en la que estructuro mis pensamientos alrededor del pensamiento religioso. Se puede ser un científico de prestigio y creer en Dios porque las cuestiones de fe están difícilmente reñidas con las cuestiones científicas. La ciencia se basa en la razón y en la demostración de realidades a las que nos vamos acercando poco a poco, de ensayo error. La fe tiene poca cabida en ese terreno, no pertenece a la dimensión de las cosas que pueden ser probadas.