Que la esperanza de vida de las mujeres es mayor que la de los hombres es un fenómeno generalizado a lo largo y ancho del planeta. Se han propuesto explicaciones de todo tipo, desde ambientales y culturales (que los hombres realizan los trabajos de mayor esfuerzo físico y riesgo) hasta fisiológicos. Un nuevo estudio, publicado en la revista Nature Communications, parece haber dado con una clave que la relaciona con la respuesta inmune.
Si las grandes ideas científicas se distinguen por la sencillez que aportan a problemas complejos, esta bien podría ser una de ellas. Los autores del trabajo lo han resumido en el concepto de resiliencia inmune, esto es, la capacidad de resistir la enfermedad y controlar la inflamación, con una medición sencilla: la proporción entre dos tipos distintos de linfocitos y la cantidad total de uno de ellos.
Hay numerosos tipos de linfocitos, células del sistema inmune. Los determinantes serían, sin embargo, dos clases distintas de linfocitos T, aquellos que forman parte del sistema inmune adaptativo, el que responde a las infecciones: los CD4+ o cooperadores, y los CD8+ o citotóxicos.
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Los primeros se encargan de iniciar la cascada de la respuesta inmune, diferenciándose y activando otras células. Los segundos, en cambio, reconocen las células infectadas o disfuncionales y las destruyen.
La proporción entre CD4+ y CD8+, unido a la cantidad total de CD4+ en sangre periférica daría lugar a cuatro tipos distintos de perfiles, asociados a mejor o peor respuesta inmune, más o menos inflamación y mayor o menor longevidad.
El trabajo, liderado por Sunil Ahuja, profesor de Medicina de la Universidad de Texas en San Antonio (EEUU), propone un segundo medidor, eligiendo diez marcadores de expresión genética asociados a mortalidad o superivencia.
Esta fórmula se ha probado en 48.936 muestras de personas pertenecientes a varios grupos de investigación (conocidos como cohortes), en los que se ha testado frente al desarrollo de sida, la infección sintomática de gripe, Covid, el cáncer de piel y el desarrollo de sepsis, además de la longevidad.
Los investigadores observaron que la resiliencia inmune óptima (el grupo 1 de los cuatro definidos) se observa en todos los grupos de edad, es más común en mujeres y se asocia a mejores resultados en salud (en parámetros inmunodependientes), resistencia a infecciones y longevidad.
Las mujeres también tenían mayor probabilidad de pertenecer al grupo 2 que los hombres, y de mantenerse en uno de ellos independientemente de la edad, incluso tras la menopausia. Por otro lado, la pertenencia al grupo 1 no se erosionaba con la edad.
La Covid, un macroexperimento
"Las mujeres se recuperan mejor de las infecciones", comenta Óscar de la Calle, secretario de la Sociedad Española de Inmunología (SEI), que no ha participado en el estudio. "No es algo que esté ligado solamente a las hormonas porque, a partir de la menopausia, esto todavía se mantiene. Las mujeres llegan con un sistema inmune más robusto a la senescencia".
El inmunólogo valora el enorme esfuerzo del grupo investigador para reunir los datos y analizarlos, "aunque luego las conclusiones son más discutibles". De hecho, desde que el estudio se envió por primera vez a la revista hasta que se ha publicado han pasado casi dos años, lo que indica un probablemente arduo proceso de revisión (todos los estudios pasan por revisores independientes antes de ser publicados, que realizan comentarios y piden aclaraciones para dar validez al trabajo).
Más allá de la diferencia de sexos, el trabajo se esfuerza en explicar uno de los grandes misterios de la medicina: ¿por qué hay gente que enferma todo el tiempo y otra que apenas se resfría? Es algo que se ha visto claramente durante la pandemia de Covid, que ha servido a los médicos como un macro-experimento observacional.
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Así, durante un primer momento se vio cómo el SARS-CoV-2 afectaba especialmente a la población mayor, pero con preferencia de la masculina. También se comprobó que había personas que, a pesar de su juventud, desarrollaron la enfermedad grave y murieron. Incluso, un fenómeno como la Covid persistente ha podido caracterizarse mejor que con otras infecciones menos masivas.
De la Calle considera que la medición de los linfocitos T CD4+ y CD8+ es algo "fácil y barato de incorporar, por ejemplo, a la hora de hacer cribados". Esto permitirá una mejor comprensión de la enfermedad dependiendo de la enfermedad, así como sus necesidades de atención sanitaria y seguimiento. "Podríamos incorporar este test ante cualquier sospecha de fragilidad". Más complicado es hacerlo con los marcadores genéticos, si bien espera que las técnicas para analizarlos se vayan abaratando con los años.
¿Permitirá este estudio encontrar un camino hacia el reforzamiento del sistema inmune? "Eso sería el grial de la especialidad, es lo que te pregunta siempre el paciente o la madre que acompaña a su hijo al médico", comenta.
Eso sí, advierte que mejorar el sistema inmune puede tener efectos no deseados y recuerda un estudio reciente que analizaba la selección natural producida en Europa en la época de la peste: sobrevivieron los que tenían sistemas inmunes más fuertes.
"Esto ha hecho que seamos más resistentes a la peste y otras enfermedades, pero también que sean más frecuentes las enfermedades autoinmunes y las alergias, por lo que tenemos que ser cautos a la hora de incorporar futuros avances en este campo".