Desde la irrupción mundial de la Covid, muchas personas que han pasado la infección notaban como algunos síntomas permanecían en el tiempo. Tres años y medio después, los misterios de la Covid persistente se mantienen: se han reportado más de 200 síntomas asociados, momentos de aparición distintos y duraciones diversas. Si todo puede ser Covid persistente, ¿nada lo es?
Esta pregunta, grosso modo, sobrevuela un artículo de la revista BMJ Evidence-Based Medicine, donde arrojan dudas sobre las estimaciones de la enfermedad reportadas por varios estudios, sugiriendo que han sido exageradas.
Basándose en las definiciones de auténticos pesos pesados entre las instituciones sanitarias —la OMS, los CDC de Estados Unidos y el británico Instituto Nacional para la Excelencia en la Salud y la Atención— apuntan que ninguna de ellas requiere una asociación causal entre la infección y la enfermedad, lo que implicaría que "cualquier nuevo síntoma tras una infección por SARS-CoV-2 confirmada o sospechosa, podría considerarse coherente con la Covid persistente".
Los síntomas más frecuentemente reportados entre los afectados son el cansancio y la niebla mental (que reúne desde la pérdida de memoria a la falta de concentración), pero también la pérdida del sentido del gusto y el olfato, la tos o la dificultad para respirar. Pero la lista de síntomas se extiende mucho más allá.
El artículo es un resumen de las carencias presentes en la mayoría de estudios que se han hecho para estimar cuántas personas acaban desarrollando esta condición post-infecciosa. Las cifras bailan notablemente: la OMS señala que entre el 10% y el 20% de los infectados pero algunos estudios la elevan a prácticamente la mitad e incluso llegan hasta el 80%.
Uno de los mayores problemas que tienen estos trabajos es la falta de grupos control. Es decir, que no se mide la presencia de esos mismos síntomas entre las personas que no han contraído la enfermedad. Esta sería la forma de descartar otras posibles causas para esos síntomas.
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Así, los autores de este trabajo señalan que una revisión de estudios sobre Covid persistente halló que solo el 11% contaban con un grupo control (22 estudios de un total de 194). En alguno de los estudios que sí lo hacía se daba la situación de que, si entre los infectados la prevalencia de síntomas post-Covid era del 48,5%, entre los no infectados era del 47,1%, es decir, casi la misma cifra.
También apuntan que una gran parte de los estudios realizados sobre long Covid —que así se conoce a la Covid persistente de forma internacional— se realizaron en los inicios de la pandemia, donde no era posible determinar la infección mediante tests, por lo que podría darse un sesgo de muestreo, es decir, que se incluyera en el estudio aquellas personas más susceptibles de desarrollar condiciones post-Covid por haber tenido, por ejemplo, una enfermedad más fuerte de lo normal.
Además, apuntan que los estudios "mejor diseñados" indican una prevalencia mucho menor. Así, la Oficina Nacional de Estadística de Reino Unido estableció un 2,9% de prevalencia en niños y adultos. Entre estos últimos no se encontraron diferencias con la población no infectada cuando la edad no superaba los 50 años.
Comparar los gobiernos con Hitler
La neuróloga Sonia Villapol, investigadora en el Hospital Methodist de Houston (EEUU), se muestra muy crítica con el artículo. "Me parece una opinión sin datos", apunta, antes de señalar que las críticas son aceptadas pero que ya "forman parte de las limitaciones presentadas en los artículos ya publicados".
La científica gallega es interpelada directamente en el artículo, ya que menciona un meta-análisis en el que participó y que establecía una prevalencia de Covid persistente en el 25,24% de los niños y adolescentes, con trastornos del estado de ánimo, fatiga y dificultades para dormir como los síntomas más frecuentes.
Según el análisis crítico recién publicado, dicho meta-análisis "no consideró la prevalencia de síntomas entre el grupo control, alegando 'heterogeneidad en la definición'". Sin embargo, Villapol señala que "se equivocan afirmando que nuestro estudio no incluía controles: eso no es cierto, sí que los incluían".
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La investigadora recuerda que una de las autoras de esta crítica es conocida por su oposición a las medidas de salud pública que tomaron los países durante la pandemia. Tracy Høeg, profesora del departamento de Epidemiología y Bioestadística de la Universidad de California en San Francisco, está vinculada a think tanks críticos, lo que puede entenderse como un conflicto de interés.
Entre los autores también figura el hematólogo Vinay Prasad, una de las bestias negras de la industria farmacéutica, que a lo largo de la pandemia ha atacado duramente la respuesta del Gobierno estadounidense, comparándola con los inicios del Tercer Reich de Adolf Hitler. Esta beligerancia le ha ganado la animadversión de muchos antiguos admiradores.
Con todo, Gregorio Montes, secretario de la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública y Gestión Sanitaria, apunta que el problema señalado en el artículo es crucial.
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"Para estudiar una cosa hay que tener claro que todo el mundo considere que está ante un caso cuando ve los mismos rasgos en una persona". Por eso, la vaguedad de muchas definiciones no hace ningún bien, y eso hace se pueda estar exagerando el número de afectados (como podría subestimarse de tener una definición más estricta).
"¿Hasta cuándo vamos a considerar que un síntoma que aparece lo llamamos Covid? ¿A partir de cuándo es Covid persistente?", se pregunta. "Es lo que explica en las clases de Epidemiología: no necesariamente todo lo que aparece tras una causa se debe a esa causa".
Es lo que aducen, apunta, muchas personas antivacunas: que cualquier síntoma ocurrido tras la vacunación se debe a la propia vacuna, "incluidos accidentes de tráfico".
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Esto también se dio con la propia Covid cuando no existían tests; los casos se determinaban por el cuadro clínico y que el paciente hubiera estado en China o el sureste asiático.
Esta falta de definición clara tras tres años y medio de pandemia es lo que imposibilita profundizar en las causas del fenómeno. "Luego hay síntomas, como el cansancio o la dificultad para respirar, que se pueden encontrar en otras infecciones respiratorias que han requerido ingreso en UCI. ¿Hasta qué punto el síndrome es igual o diferente en la Covid o en una neumonía causada por un neumococo?".
Pese a todo, Montes, que es profesor titular de Epidemiología y Salud Pública en la Universidad de Extremadura y jefe del servicio de Medicina Preventiva del Hospital de Badajoz, apunta que algo se ha avanzado. "La OMS ha creado un grupo para definir la Covid persistente y ya hay acuerdo en cuanto al tiempo: desarrollo de síntomas tres meses tras la infección inicial". El camino de la Covid persistente no ha hecho más que empezar a andarse.