El declive de la salud mental en los niños y adolescentes de los últimos años está relacionado directamente con la cada vez menor capacidad de los hijos de realizar actividades sin tener a los padres encima. Es la hipótesis que lanzan unos autores y que apunta directamente a los 'padres helicóptero', aquellos que organizan toda la vida del niño sin darle oportunidad a que haga lo que realmente quiere.

Pocas cosas hay más estresantes que querer ser un buen padre o una buena madre. A los consejos de progenitores, familiares, amigos, médicos, profesores, etc. se unen la enorme cantidad de libros, programas de televisión o artículos en prensa que dicen cómo se debe criar a un niño.

A esto se suma la presión por dotar a la prole de ventajas competitivas frente al mundo hostil que le rodea. Clases de refuerzo, segundos y terceros idiomas, actividades extraescolares, etc.

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A pesar de que cada generación está más formada que la anterior y hay cada vez más estudios sobre la crianza, la realidad es que llevamos décadas de declive en la salud mental de los niños y adolescentes, al menos en gran parte del primer mundo.

La causa, apuntan tres expertos en un artículo publicado en la revista The Journal of Pediatrics, puede ser el cada vez menor tiempo que, desde la segunda mitad del siglo XX, los niños pasan por su cuenta, sin supervisión paterna o de un adulto.

Dos psicólogos (Peter Gray, del Boston College, y David F. Bjorklund, de la Universidad Atlántica de Florida) y un antropólogo (David F. Lancy, de la Universidad Estatal de Utah), describen una correlación, "a lo largo de las décadas, entre el declive en la actividad independiente de los niños y el bienestar mental". Correlación no implica causalidad, advierten, pero se trata del "primer paso de una hipótesis de causalidad".

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Aunque los autores se centran en EEUU, donde los trastornos mentales en niños y adolescentes llevan décadas aumentando —y que llevó a varias sociedades médicas a pedir que se considerara una emergencia nacional en 2021—, se trata de un fenómeno generalizado también en Europa.

Este declive de la salud mental corre paralelo con un incremento en la supervisión y protección de los niños desde los años 60, acelerándose notablemente a partir de la década de los 80.

"Los niños han ganado autonomía respecto a qué ponerse y qué comer, pero lo que ha caído es su libertad para participar en actividades que involucren algún riesgo y responsabilidad personal aparte de los adultos".

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Citan, por ejemplo, el cada vez menor número de niños que van solos al colegio, ya sea por miedo a los crímenes o al tráfico de las ciudades, entre otras razones. Una investigación ya señalaba que la movilidad independiente de los niños había decrecido notablemente en Europa entre 1970 y 1990.

Otro estudio indicaba que, en Reino Unido, la proporción de niños con permisos paternos para regresar a casa solos desde la escuela había pasado del 86% en 1971 al 35% en 1990 y el 25% en 2010.

Jugar en la calle y tener 'trabajillos'

Para defender su hipótesis, los autores enumeran, además, varios estudios sobre los beneficios inmediatos en el bienestar de los niños del juego y otras actividades sin supervisión. A mismo nivel socioeconómico, los niños de 5 años a los que se les permitía jugar solos en la calle —por ejemplo, en un parque cercano al hogar— eran más activos, tenían el doble de amigos y, además, puntuaban mejor en pruebas de capacidades motoras y sociales que aquellos que no contaban con esa independencia.

No solo eso, sino que un estudio australiano concluía que los chicos y chicas con trabajos parciales que compatibilizaban con la educación secundaria eran más felices. Esa felicidad, aseveraba el trabajo, era independiente del dinero logrado.

Uno de los motivos que los autores esgrimen para justificar su tesis es la relación directa entre lo que se conoce como un bajo locus de control interno (es decir, la tendencia a creer que llevas las riendas de tu vida) con un aumento dramático de las tasas de ansiedad y depresión en niños y adultos.

Así, explican, para sentirse dueño de su propia vida, deben combinarse tres elementos: autonomía —la capacidad de sentirse libre de elegir su propio camino—, competencia —tener las habilidades para hacerlo— y relaciones (apoyo de tu entorno social). Sin autonomía, uno de los pilares sobre los que se sostiene la salud mental estaría dañado.

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Aunque no existe una evidencia científica directa que ligue el declive de la salud mental infantil y juvenil a nivel de población con una menor independencia del menor, "hay una relación muy directa entre el estigma educativo sobreprotector y la autonomía de los niños", explica la psicóloga educativa Amaya Prado, vocal de la junta de gobierno del Colegio de Psicólogos de Madrid.

"El estilo sobreprotector genera menor independencia, menos autonomía en el niño y también provoca sentimientos de tipo ansioso o desafiante", explica. "Esto está directamente relacionado con la imagen del 'padre helicóptero' orbitando alrededor del niño, no dejándole independencia, creatividad, capacidad para equivocarse... Está todo tremendamente encorsetado".

La salud mental está en boca de todos desde la pandemia. La irrupción de la Covid disparó un problema que ya estaba presente: según el Barómetro Juvenil de la Fundación FAD Juventud, si en 2017 un 86,7% de los niños y adolescentes afirmaba tener una salud mental buena o muy buena, el porcentaje bajó al 77,5% en solo dos años y en 2021 ya solo era del 54,6%.

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Además, el porcentaje de menores que declararon haber padecido problemas de salud mental con mucha frecuencia pasaba del 6,2% en 2017 al 11,4% en 2019 y al 15,9% en 2021. El número de jóvenes que ha tenido ideaciones suicidas ya supera al de aquellos que no.

Amaya Prado señala que ese declive en la salud mental "ya se estaba viendo desde hace tiempo. No todo es achacable a la pandemia, aunque esta haya destapado o acelerado el proceso".

La hipótesis planteada por Gray, Lancy y Bjorklund le parece muy interesante. "Los padres está controlando todo para que sus hijos no se equivoquen, no se frustren, y esto genera dificultades en la gestión emocional y baja tolerancia a la frustración".

Pone el ejemplo de una adolescente "a la que su madre le tiene totalmente controlada la tarde. Ella sale del instituto, va a comer a casa y luego tiene actividades decididas por la madre, sin contar con su gusto o sus preferencias".

Con todo, la psicóloga echa un capote a los padres. "Los horarios de trabajo de los padres, la baja conciliación que hay entre lo laboral y lo escolar, hace que todo tenga que estar muy cronometrado", dejando a los hijos pocas oportunidades para decidir.

No criminalizar el fallo

Más crítico con el artículo se muestra Raúl Araque, psicólogo educativo y miembro del equipo de divulgación de la psicología Walden Dos. "La tesis me parece muy interesante y creo que parte de premisas, de nuevo interesantes". Sin embargo, "metodológicamente hablando, hace saltos inferenciales muy gruesos aislando la evolución de conductas de las millones de variables que afectan a estos comportamientos".

Por ejemplo, tomar la cantidad de juego libre de los padres y no tener en cuenta que, "normalmente, los padres que dan más autonomía a sus hijos en el juego libre también comparten otras características que pueden ser las que afectan al 'bienestar psicológico', en vez de esta libertad de juego".

Araque prefiere quedarse con la necesidad de dar más autonomía a los niños desde pequeños, "con la mediación de los padres pero con la posibilidad de que ellos decidan aspectos importantes de su vida, corran ciertos riesgos y no dependan constantemente de los padres para cada cosa que hacen. Que no se criminalice tanto el fallo" concluye.

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Uno de los aspectos mejor medidos de esta autonomía del niño es lo que se conoce como movilidad independiente infantil. Resumiendo, se trata de la opción de niños de regresar del colegio a casa por su cuenta, y está influida por el género y la edad.

Un estudio realizado en Granada señalaba que solo el 15% de los niños de 8 y 9 años iban y venían solos del colegio, porcentaje que crecía hasta el 30% entre los 10 y los 11 años. Sin embargo, había grandes diferencias entre niños y niñas: un 35% de los niños se movía de forma autónoma por tan solo el 25% de las niñas.

Hay numerosos trabajos sobre cuándo debe empezar a ir el niño solo a la escuela. En Holada empiezan a los 8 años, mientras que en Suiza y Japón esa edad baja hasta los 5 y 6 años, ya que se facilita esa actividad.

Con todo, Amaya Prado señala que es algo que "no depende de la edad sino del niño, de su conducta. Si es responsable, no tiende a ser impulsivo, etc. se le puede dejar antes, explicándole cómo son los itinerarios". Cada niño es un mundo y, antes de seguir al pie de la letra el manual de crianza, estará bien escucharle y tener en cuenta sus necesidades. Y permitirle que se equivoque.