Que sus hijos pudieran estudiar fue la obsesión de una generación de españoles y españolas que tuvo que dejar la escuela a edades tempranas para trabajar o dedicarse a las labores del hogar, que emigró del pueblo a la ciudad en busca de un futuro mejor para ellos. La ciencia les acaba de dar la razón: a mayor tiempo de escolarización, menor riesgo de morir por cualquier causa.

Una revisión de 603 estudios publicada en The Lancet ha cuantificado el efecto de la educación en la longevidad y concluye que, de media, por cada año de escolarización hasta los 18 se reduce el riesgo de morir por cualquier causa un 1,9%.

El trabajo ha sido realizado por el Instituto de Métricas y Evaluación en Salud (IHME, por sus siglas en inglés), organización que elabora cada año el informe sobre carga global de las enfermedades, el mayor análisis de la salud del mundo y base para numerosos estudios específicos.

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Los estudios analizados se han publicado en los últimos 60 años, si bien alguno se remonta a finales del siglo XIX, y recogen información de 59 países. Eso sí, la mayoría de datos observados (el 85,9%) se corresponden a naciones de ingresos altos. Con todo, concluyen que el efecto beneficioso de la educación es universal e independiente del sexo, edad o estado marital.

Así, completar seis años de escolarización —equivalente a la educación primaria en la mayor parte del mundo— se asocia a una reducción del 13,1% en el riesgo de mortalidad frente a la no escolarización. La reducción es del 24,5% al finalizar 12 años (el equivalente a la secundaria) y del 34,3% tras 18 años de educación.

Los autores señalan que el efecto es más evidente en población joven, hasta los 49 años, donde la reducción del riesgo es del 2,9% por cada año formativo completado. En los mayores de 70 años la diferencia se reduce a un 0,8%, ya que a edades avanzadas juegan un papel crucial factores como la genética, los hábitos, la dieta u otros predictores socioeconómicos de la mortalidad.

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Además, observan que no hay un beneficio decreciente (mayor en los primeros años de escolarización, menor con los siguientes) ni diferencias según sexo. Esto último es llamativo porque, tradicionalmente, las diferencias en el efecto de la educación eran mayores entre las mujeres que entre los hombres, y ahora han observado que hay una dierencia ligeramente mayor en ellos.

En el trabajo —financiado por el Consejo de Investigación de Noruega y la Fundación Bill y Melinda Gates— comparan el efecto protector de la educación con la reducción del riesgo de enfermedad isquémica del corazón que se consigue con un consumo óptimo de vegetales en la dieta frente al no consumo, o al efecto del ejercicio físico frente al sedentarismo.

Observando la perspectiva desde el otro lado, comparan el riesgo de la no escolarización en la mortalidad con el del cáncer de pulmón en fumadores frente al de una persona que no ha fumado nunca, o el de alguien con un alto consumo alcohólico frente al de un bebedor ocasional.

Menos oportunidades, menos salud

"Todas las evidencias de diferentes estudios frente a la misma pregunta llegan, de alguna manera, a la misma respuesta", señala Maica Rodríguez-Sanz, epidemióloga del grupo de trabajo de determinantes sociales de la salud de la Sociedad Española de Epidemiología.

"El día a día es más difícil para personas con menos nivel de estudios, ya que tienen menos oportunidades de encontrar trabajos bien remunerados, con condiciones buenas, una vivienda que puedan pagar dignamente, etc."

Menores niveles educativos se relacionan con un alto riesgo de enfermedad cardiovascular y de mortalidad por cáncer. A más escolarización también se incrementa la atención médica de calidad y hay un mayor conocimiento de la salud.

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La especialista recuerda que la educación es un determinante de la salud que también ligado a otros como el género, el país de origen o su ubicación, "el código postal. Son ejes que determinan diferencias de poder, recursos, oportunidades de las personas".

Por eso, Rodríguez-Sanz considera que es importante incluir el nivel educativo en la historia clínica como uno de los determinantes sociales de la salud.

Recientemente, el Ministerio de Sanidad ha publicado un documento de consenso con las comunidades autónomas sobre la incorporación de estos datos, que normalmente desconoce el médico y que juegan un papel fundamental en la salud de la población.

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"Tener esa información en la historia clínica, tanto en primaria como en hospital, es muy útil", apunta la epidemióloga. "Podemos utilizar esa información para planificar acciones, dirigir los esfuerzos en áreas problemáticas, etc."

Por otro lado, le parece más sencillo incluir información sobre nivel educativo que "preguntar por la renta, aunque sería perfectamente posible incluirla si cruzáramos datos con Hacienda, por ejemplo".

Los padres y madres de muchos licenciados y graduados españoles se desvivieron para que sus hijos tuvieran estudios. Análisis como el actual les dan la razón, pero Rodríguez-Sanz advierte de que "en los últimos años ya no es tan fácil saltar de escalón social. Por eso hay que promover más oportunidades desde el punto de vista de la salud, la cohesión social del barrio. Tenemos un gran reto por delante".