A Elena Brozos le gustaba tanto la lectura que soñaba con ser bibliotecaria. A los 9 años, sin embargo, el cáncer se cruzó en su camino. Una vez superado, su vocación cambió: "Quería ser oncóloga, lo tenía claro".

Ahora trabaja en el servicio de Oncología del Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña, aplicando todo aquello que vio y le fascinó de aquellas personas que se desvivían por ella.

"Yo veía el cuidado del personal que me trataba, descubrí su altruismo y su generosidad. Se convirtieron en mis ídolos", cuenta a EL ESPAÑOL. "Quería ser como ellos, devolver a la sociedad todo lo que estaban haciendo por mí. ¡Yo quería poner quimios!"

No fue una situación fácil. Lo que empezó como un bulto en una pierna acabó con la familia (madre, padre, un hermano mayor y ella) mudándose durante un año cientos de kilómetros a una ciudad donde le pudieran tratar el sarcoma de Ewing que le habían detectado.

El sarcoma es un tumor maligno que afecta a los huesos o el tejido blando alrededor de estos. Es una enfermedad relativamente poco frecuente, afectando a tres personas por millón de habitantes.

La mayoría de las personas con sarcoma de Ewing son diagnosticadas entre los 10 y los 20 años, aunque desde los años 80 parece estar aumentando la incidencia en menores de 14 años.

Se trata de un cáncer agresivo, cuya supervivencia se sitúa en torno al 62%. Celebridades como Aless Lecquio o la influencer Elena Huelva fueron víctimas de este tumor.

Para Brozos no fue fácil adaptarse a la vida que le tocaba. Era principios de los años 90, las competencias de salud todavía no habían sido traspasadas a las comunidades autónomas y la sanidad estaba fuertemente centralizada. Solo en pocos puntos del país se trataban estos tumores por no haber experiencia en todos los centros. Faltaban hospitalse especializados en Oncología Pediátrica para tratar los cánceres infantiles. 

"No fue nada fácil para la profesión de mis padres tener que trasladarnos, trabajaban los dos", comenta, destacando todo el apoyo que tuvieron desde un principio de familiares y amigos.

En aquella época "se hacía muy buena investigación y se se comenzaba a tener en cuenta el manejo integral de los pacientes en cuenta muchas de las necesidades que demandábamos. Gracias a eso tenemos la asistencia que tenemos ahora, muy mejorada".

Nadar con 21 años

El camino, sin embargo, fue duro. "Fueron muchos ciclos de quimioterapia, radioterapia y varias cirugías, muy agresivas", que acabarían dejándole secuelas físicas importantes.

Pero si algo ha ejercitado desde entonces ha sido el espíritu de superación. Al mismo tiempo que estudiaba la carrera de sus ídolos, comenzó a nadar. "Aprendí con 21 años animada por mis amigas. A lo mejor fue bueno no aprender de niña, no tienes vicios adquiridos en la infancia".

Ahora compite, tanto en piscina como en aguas abiertas "aunque tampoco es que gane", bromea.

Pero lo más importante es que sabe perfectamente qué le pasa por la cabeza a los pacientes y familiares que atiende todos los días en su consulta, sus miedos, sus necesidades, sus frustraciones.

Aunque se quita importancia —"los oncólogos tenemos todos una formación muy completa, hayas tenido un cáncer de niña o no"—, reconoce que está "muy alerta" a las necesidades de los pacientes, "más allá de las puramente médicas".

El cuidado, la compañía, preguntar cómo se sienten... Forma parte del día a día y le da una importancia mayúscula, "tanto en pacientes que están siendo diagnosticados como los largos supervivientes".

De estos últimos apunta que a veces pueden quedar descuidados, cuando tienen grandes necesidades.

"A lo mejor no le damos la importancia que merece pero, si te amputan una parte del cuerpo, tiene un fuerte impacto en tu vida", recuerda.

"Ser escuchados, comprender el miedo a las recaídas, lidiar con los efectos secundarios permanentes de los tratamientos... Pero también las necesidades sociales y económicas: encontrar un trabajo cuando has pasado un cáncer no es sencillo".

Brozos admite que pasar por un cáncer antes de dedicarse a tratarlos "me ha hecho ser consciente de las necesidades que tienen los pacientes, me hace sentir parte de su enfermedad".

"Si hay algo que les digo a los pacientes y a sus familias es que no tengan miedo de preguntarnos. Que no tengan miedo a exponer sus inquietudes, a hablar de todos los temas que les preocupan y preguntar por el manejo de la enfermedad. Que no se queden callados", les recomienda.

Más de treinta años después de haber pasado por el sarcoma, la doctora Brozos considera que está curada. "No he tenido ninguna recaída, se puede decir que el tumor está curado". Pero sigue aplicando día a día todo lo aprendido por él.