Luda Merino en su casa en Madrid.

Luda Merino en su casa en Madrid. Rodrigo Mínguez

Salud

Luda, la joven que vivió en un orfanato y dejó de sentir dolor durante 15 años: "No lloraba nunca"

El abandono y la negligencia en el cuidado de muchos niños que viven en orfanatos les lleva a desarrollar esta respuesta para sobrevivir.

12 agosto, 2024 01:43

¿Cómo sería no sentir dolor tras una caída o al hacerse una herida en la cabeza? Con esta pregunta comenzaba Luda Merino un hilo en la red social X para hablar sobre la disociación del dolor que desarrollan algunos niños adoptados. El contenido se ha viralizado esta semana y, en él, la joven de 23 años cuenta su propia experiencia con esta curiosa característica. "Ser adoptada me hizo dejar de sentir dolor durante 15 años", afirma en el medio de los 140 caracteres. Se trata de una especie de 'mecanismo de defensa' que desarrollan los niños ante una situación de abandono y falta de cuidados. 

La negligencia, malnutrición, maltrato y otras vivencias traumáticas y sistemáticas experimentadas en los primeros meses o años de vida provocan cambios en el cerebro, explica Montse Lapastora, psicóloga clínica. "Casi todo lo que me ha pasado tiene que ver con eso", puntualiza Merino. La también directora de Psicoveritas (un centro de psicología especializado en adopción) expone que un bebé llora cuando le duele algo para pedir atención y ayuda. Si eso no llega y se prolonga en el tiempo, el cerebro emplea la disociación como  una manera de sobrevivir. "Digamos que se desconecta de su cuerpo y deja de sentir". 

Merino nació en Rusia y llegó a España con su madre adoptiva cuando tenía 3 años. Antes de eso, pasó sus primeros ocho meses de vida en el hospital y dos años y medio en un orfanato en la región de Siberia. La joven se ha hecho conocida en X por hablar sobre su adopción y sobre lo que ha supuesto en su vida el abandono que sufrió. "Una de las primeras cosas raras que mi madre notó es que no lloraba. Nunca", destaca en el hilo de la red social.

La disociación de Merino pasó por varias fases. Durante sus primeros ocho años, aproximadamente, no era consciente de que le ocurría. Incluso, creía que era algo que hacía todo el mundo: "Lo hacía inconscientemente. No sabía que eso no era normal". A partir de los 10 años comenzó a sentir algo de dolor, pero continuaba bloqueándolo instintivamente. A los 13 ya había aprendido a controlarlo y lo usaba a voluntad cuando se daba algún golpe o tenía algún accidente: "Miraba a la nada y lo apagaba". Durante esta época dejó de usarlo y cuando tenía entre 15 y 16 desapareció. 

No se conoce el proceso que lo permite, pero es un mecanismo que el sistema nervioso pone en marcha, dice Lapastora. Llega un momento en el que pueden hacerlo de manera consciente: "Sienten un dolor del que no pueden escapar y deciden desconectar de él". La psicóloga también subraya que, a pesar de esto, el control que tenía Merino sobre su propia disociación es "algo excepcional" porque los niños no suelen saber manejarla así de bien. 

Luda Merino en su casa de Madrid.

Luda Merino en su casa de Madrid.

Es más habitual otro tipo de disociación que no pueden controlar. Aquí, los niños pueden pasar de estar contentos a estar muy enfadados, a gustarles una comida hoy y mañana aborrecerla o a no sentir el calor o el frío. En estos aspectos los padres pueden reconocerla e identificarla más en sus hijos.

Aunque pueda sonar como una ventaja más que como una consecuencia, la disociación del dolor es algo que hay que desaprender, explica Lapastora. Ese proceso se lleva a cabo a través de un proceso psicoterapéutico con un especialista. Sentir dolor es necesario, es una herramienta del cuerpo que alerta de que algo no está bien. Si alguien, sobre todo un bebé o un niño no da esta muestra, o directamente no lo siente, puede sufrir alguna complicación que ponga en riesgo su vida. La propia Merino lo reconoce: "Menos mal que nunca tuve apendicitis", dice entre risas.

Los problemas tras la adopción

La psicóloga clínica lo deja claro: todo lo que ocurre a nivel biológico, psicológico y social conforma quién es una persona. Normalmente, continúa, los niños adoptados, pueden tener una salud mental más frágil. "Muchos aparentan normalidad, pero su cerebro no funciona igual debido a sus vivencias", desarrolla. Adversidades como el abandono pueden hacer que desarrollen una baja autoestima. Además, la falta de una figura de apego provoca problemas de vinculación con los demás, como el trastorno reactivo del apego. Sienten que no pueden confiar en la otra persona y eso dificulta sus relaciones con los demás, expone Lapastora.

Ante esa fragilidad de la salud mental, entra en juego el papel de los padres adoptivos: "Vienen con una serie de dificultades, pero ellos tienen la capacidad de reparar o de retraumatizar". Deben entender la situación de su hijo y acompañarle durante la crianza para aportarle toda la seguridad posible.

Lapastora sostiene que, en muchos casos, hay una falta de formación y concienciación de los padres sobre estas dificultades que pueden atravesar sus hijos. La especialista afirma que es necesario que, antes de tener a sus hijos, aprendan, entre otras cosas, que deben comunicarse con ellos de manera diferente. En estos casos, decirles que no pueden hacer algo o castigarles puede ser conflictivo porque pueden sentirse rechazados, por lo que deben emplear otras fórmulas para transmitir ese mensaje. 

Merino reconoce que el mayor problema de la adopción son los traumas previos al propio proceso. "Me sentía completamente sola cuando me pasaba algo". La joven madrileña explica que esa problemática y esa inseguridad son las que hacen que no soporte, por ejemplo,  la impuntualidad. "En mi cabeza siento que me dejan tirada", asegura. 

En el caso de la joven, otras secuelas que le dejó el abandono de su madre biológica fue la poca resistencia a la frustración y un trastorno reactivo de apego (algo que cuenta en otro hilo en X).  "Es raro,pensar que no recuerdo el abandono, pero sí sufro el trauma", cuenta. Esto, según la psicóloga clínica es algo común en personas que han sufrido este tipo de vivencias. 

Merino publicará un libro el próximo octubre titulado No lo entenderías (Aguilar) en el que cuenta su experiencia vital como hija adoptada. En él habla de lo que ha afrontado, como esa disociación del dolor, pero también resuelve preguntas que le han hecho durante años sobre su situación. La joven lamenta la falta de información durante su adolescencia para entender lo que le ocurría porque las obras que encontraba estaban destinadas a los padres. De ahí nace este objetivo: "He escrito lo que yo habría querido leer con 15 años".