Antonio Rial es profesor del Área de Metodología de las Ciencias del. Comportamiento de la USC.

Antonio Rial es profesor del Área de Metodología de las Ciencias del. Comportamiento de la USC. Anti-bullying Center

Salud

Antonio Rial, el psicólogo que quiere acabar con el móvil en las aulas: "En primaria no pinta nada, y en secundaria, tampoco"

Publicada
Actualizada

Medio centenar de expertos de distintas áreas ha estado trabajando desde inicios de este año en unas recomendaciones para desarrollar un entorno digital seguro en para la infancia y la juventud

Estas han sido publicadas en un informe de más de 200 páginas y concretadas en 107 medidas, entre ellas, no permitir el uso de dispositivos tecnológicos privados (smartphones, tablets, etc.) "salvo por razones excepcionales debidamente justificadas".

Antonio Rial, profesor del área de Metodología de las Ciencias del Comportamiento de la Universidad de Santiago de Compostela, es uno de los expertos que ha trabajado en el informe, concretamente, desde el grupo de salud.

El psicólogo no busca demonizar el uso de la tecnología pero opina que no está habiendo un equilibrio entre lo que aportan a niños y adolescentes y sus perjuicios.

Por eso aboga por sacar el móvil de las aulas, dando un paso como el que ha dado recientemente el Gobierno australiano, y apunta directamente a las empresas tecnológicas como responsables de los problemas de salud entre los menores, proponiendo sanciones para las que permitan su uso por parte de los niños.

¿Cómo han sido estos meses de trabajo?

En el mes de enero, el Gobierno, a través de tres ministerios –Educación, Sanidad y Juventud e Infancia– deciden tomar cartas en el asunto y legislar de la mano de la evidencia científica y los expertos. 

El grupo de trabajo empieza a trabajar desde marzo. Lo formamos personas de muy diferentes disciplinas y, a veces, con opiniones no enfrentadas pero sí dispares.

Fue muy costoso llegar a un consenso, hubo muchas dificultades para hacerlo. Finalmente, fue posible llegar a un documento consensuado que parte de un análisis diagnóstico bastante serio y riguroso, y propone 107 medidas, que afectan a diferentes frentes y llama a la responsabilidad social desde diferentes ángulos.

Son medidas que tienen que ver con las familias, porque los padres están muy desinformados y confusos, y muchas veces ni siquiera damos buen ejemplo, no sabemos qué hacer, y también hay padres que están haciendo dejación de funciones.

El grupo de salud, al que pertenezco, quiere dejar muy claro los efectos nocivos que tiene, a nivel de salud en general y salud mental, y la necesidad de trabajar en la detección e intervención precoz de este tipo de problemas, y se están produciendo porque el acceso al primer móvil es, de media, a los 10,9 años, según un estudio de Unicef que yo mismo dirigí con 2021, con 50.000 adolescentes de toda España.

Hay aproximadamente dos millones de niños y niñas que tienen ya un móvil con menos de 11 años, 24 horas los siete días de la semana, duermen con él en la mesilla de noche. Para un adolescente, un móvil es como la gran lámpara de Aladino, ¿qué no puede obtener un niño con un móvil en la mano? Pedirle al niño que se autogestione y no duerma con él en la mesilla de noche me parece una ingenuidad.

¿Qué recomienda el informe?

Hay cosas que hay que hacer a nivel educativo y otras a otros niveles. Una de ellas es la detección precoz, ver que empieza a haber problemas a edades tempranas y que, si intervenimos tempranamente, no llegan a más. Y, si el problema es realmente gordo, hay que hacer una derivación ágil hacia el tratamiento especializado. Esto supone un desafío para la sanidad pública: no hay dispositivos preparados para ello en muchos casos.

Otro frente, el educativo, pone encima de la mesa que, probablemente, nos hemos dejado cegar por las bondades de la tecnología y hemos hecho en los últimos años un esfuerzo inmenso en digitalizar las aulas, pero eso no siempre va en favor de un mejor aprendizaje, un mayor rendimiento a nivel académico o una mejor educación. 

Esto es una oportunidad para poner el tema encima de la mesa y dar una vuelta al uso de las pantallas a nivel didáctico, conseguir un equilibrio porque, creo, ahora no lo hay, nos hemos pasado de frenada. Convendría pararse y revisar, que es lo que están haciendo expertos de los países nórdicos y de Silicon Valley.

Otro nivel, el tecnológico, es uno de los grandes pilares, y es importante estar vigilante y ver cómo se desarrolla la ley, cómo se lleva a normas concretas, sanciones concretas, porque la industria tecnológica es la única que está sacando rendimiento económico a saco, y habrá que pedirle cuentas. 

La industria tecnológica puede hacer mucho más para garantizar que los menores tengan un marco de protección en el entorno digital. Lo que está sucediendo con las redes sociales y el entorno tecnológico, de manera claramente perversa, es que hay niños que están sobre-expuestos en el ámbito de las redes sociales y eso tiene una traducción directa, no hay duda, en su salud mental. Eso está en la base del incremento de las tasas de depresión, de ideación suicida y de conductas autolíticas en adolescentes, que no tienen precedente. Estamos hablando de un enorme problema de salud pública.

La industria tiene que alinearse y hacer un ejercicio de compromiso. Si no, recibirá una sanción, y eso es lo que falta ver: hay un conjunto de medidas que son claramente razonables, que se plantean como recomendaciones, que se derivan del trabajo de los expertos e intentan poner el foco mediático en que tenemos un problema. Dejémonos de buenismos, es un problema global que afecta a muchas familias, a todas las comunidades autónomas, a todos los países de Europa y de medio mundo.

¿Qué evidencia existe en la relación entre dispositivos digitales con niños y adolescentes?

Es un terreno complejo y controvertido, pero hay una gran cantidad de evidencia científica indudable que proviene de diferentes universidades y grupos de investigación, y que sobre todo está avalado por las instituciones.

Hay un estudio de referencia en España, que está hecho por Unicef en el año 2021, con 50.000 estudiantes de enseñanza secundaria obligatoria y del que tuve la oportunidad de ser el director científico, donde se analiza la relación entre el patrón de uso problemático o compulsivo de las redes sociales.

Hay una asociación clara de que implica peores niveles de bienestar emocional, peores niveles de satisfacción con la vida y menores niveles de integración social. Y las tasas de depresión e ideación suicida llegan a multiplicarse por tres o por cuatro, dependiendo de la franja de edad y del género.

¿Qué sucede? Que muchos de los estudios tienen limitaciones porque la ciencia, si se quiere hacer bien y con rigor, es lenta y es cara. No siempre se pueden establecer relaciones causa-efecto, harían falta estudios longitudinales para ver cómo va creciendo el chaval, cómo va utilizando las redes sociales y los dispositivos tecnológicos y cómo eso puede estar dando lugar a problemas. Claro, son muy pocos los estudios longitudinales que garanticen causa-efecto. Pero la ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia, sobre todo cuando tenemos datos de estos estudios transversales que nos están constatando una estrecha relación.

Conclusión: existe evidencia y las instituciones a nivel nacional e internacional se están haciendo eco. Estamos hablando de la Asociación Española de Pediatría, de Unicef, de la Academia Americana de Pediatría… 

¿Puede existir una relación saludable entre infancia y adolescencia y los dispositivos digitales?

Podría y debería ser saludable si lo hacemos en el marco de un estilo de vida saludable, de un uso equilibrado de la tecnología, de unas rutinas saludables y de una buena supervisión y un buen acompañamiento.

No podemos caer en la torpeza, si queremos reivindicar el foco sobre algo que está suponiendo un problema, no podemos poner a la tecnología en el origen de todos los males de la sociedad y, en particular, de la adolescencia. ¿Por qué? Porque hay casos, afortunadamente, en los que la tecnología se puede convertir en un buen recurso emocional, un desahogo emocional, en una herramienta de contacto social, entretenimiento y ocio.

Pero claro, [ocurre] si también tiene otros elementos y canales de ocio alternativos que permiten que tenga una actividad física, una vida saludable, un contacto social cara a cara y un desarrollo socioafectivo adecuado. Y eso, si se restringe exclusivamente a la pantalla, no suele suceder, pero eso no quiere decir que, en sí, sea mala la tecnología.

Lo que no podemos es poder pensar que un niño de 12 años tiene capacidad de autorregularse con las tecnologías: el cerebro de un adolescente, cuando el córtex prefrontal todavía se está formando, y las estructuras que lo conectan con el sistema límbico y por tanto que une la parte racional y la emocional, no está formada. Por tanto, no es un buen tomador de decisiones y, por tanto, no es capaz de autorregularse. Más, si cabe, cuando la tecnología está pensada, desde el punto de vista del márketing, para enganchar. 

¿Qué responsabilidad tienen las empresas tecnológicas?

Hay diferentes grados de responsabilidad: instituciones, familias… Los que menos responsabilidad tienen son los menores. El principal responsable es quien obtiene rendimiento económico de todo ello y tenemos que señalar, sin ningún tipo de duda, a la industria tecnológica.

Si yo llego a un bar y veo que hay media docena de menores bebiendo alcohol, la responsabilidad y la sanción, ¿a quién le corresponde? Al dueño del bar. Precisamente, en este caso, es Meta, es Instagram, es TikTok, es YouTube, es Twitch, es la industria del videojuego, del porno… quienes tienen que ejercer el mayor grado de responsabilidad. 

Entras en una red social como TikTok y ves que hay millones de chavales con perfiles abiertos, no hace falta una herramienta de IA para hacerlo. Entonces, tengo que sancionar al bar. Porque, además, está sacando rentabilidad económica de ello a través de la comercialización de los datos personales, es un magnífico escaparate para captar clientes. Dejémonos de tonterías, tiene que haber sanciones. 

En Australia, el primer ministro, de un partido de centro-izquierda, no tiene ningún problema en exigir 30 millones de euros a la industria que lo incumpla. Tecnológica y jurídicamente se puede hacer mucho más, independientemente de que luego pueda haber vacíos porque un servidor está en Pakistán, Tailandia o las islas Galápagos.

Pero no puede ser que un chaval de 10, 12 años en España entre en una página web pornográfica que le pregunte si es mayor de edad, clica sí y puede ver millones de vídeos de todos los colores. El 70% de ese vídeo es catalogado como hardcore, con un impacto claramente nocivo sobre un chaval que todavía está desarrollando su sexualidad más básica.

¿Hay que sacar el móvil de las aulas?

Absolutamente. Desde mi punto de vista, y es la recomendación que sale de este informe, es que sí. En primaria yo diría que no pinta absolutamente nada, y en secundaria, tal y como está el patio, y lo digo intencionadamente porque la mayoría de los problemas –los de tipo delictivo, como el sexting o el ciberacoso– se producen en el patio, tampoco.

Las aulas españolas están suficientemente equipadas tecnológica y digitalmente para sacar un buen aprovechamiento de la tecnología a nivel docente, no hace falta un móvil, para nada.

En el comité hubo discusiones y la conclusión fue no permitir el móvil. Yo lo tengo claro: el móvil quita más de lo que da. La cantidad de conflictos entre iguales, entre profesorado y alumnado, entre las familias y el profesorado… Las tasas de victimización en delitos que tienen que ver con la tecnología son sensiblemente mayores entre los chavales que llevan el móvil todos los días a clase.

¿Qué ocurre ahora? ¿Es fácil llevar a la práctica estas medidas o teme que queden desdibujadas?

En principio, tal y como se llevó a cabo el proceso de gestación del informe y, por tanto, el trabajo previo para el desarrollo de una nueva ley, nos hace ser optimistas, pero al mismo tiempo la historia nos hace ser cautos y un poco desconfiados. 

Hay leyes a nivel autonómico y estatal, como las que regulan el consumo de alcohol en menores, que se incumplen: tenemos en España más de un 40% de menores de edad que hacen botellón de manera regular y no pasa nada. 

No nos gustaría que pasara lo mismo con la tecnología que con el alcohol. Por eso somos optimistas y cautos, porque la historia nos demuestra que muchas veces las leyes se quedan en un papel cuando todo está muy bien.

Como investigador, funcionario y profesor de una universidad pública como es la de Santiago de Compostela, lo que haré es estar vigilante para que el trabajo que hemos hecho de manera muy generosa tenga una función social y ayude a prevenir el problema y aminorarlo porque, a día de hoy –y lo dice la OMS, la Unesco y Unicef– estamos ante un problema de salud pública que no distingue de sexos, clases sociales o países.