Collsuspina es un pueblo de 300 habitantes en medio de la Cataluña central. Al atravesarlo, se acaba el asfalto y empieza una pista de tierra en cuyos márgenes sólo hay rebaños de vacas junto a un bosque frondoso. Dos kilómetros después, se abre una explanada con un edificio pequeño y enterrado entre los arbustos. Nadie diría que dentro se encuentra el BCN Drone Center: uno de los centros de investigación de drones más avanzados de Europa.
El edificio de Collsuspina es también la sede de CAT UAV, una de las primeras empresas de drones que se creó en Europa. Sus empleados no ruedan documentales ni graban eventos deportivos: diseñan máquinas que ayudan a salvar vidas detectando minas explosivas en países donde hubo un conflicto bélico.
La empresa sólo tiene seis trabajadores pero es un referente en la detección de explosivos mediante fotos aéreas hechas con drones.
El niño que hacía aviones
El lunes 14 de diciembre se cumplen 20 años de la firma de los Acuerdos de Dayton, que pusieron fin a la Guerra de Yugoslavia. La zona más castigada por aquel conflicto fue Bosnia, donde queda más de un millón de minas antipersonas enterradas por todo el país.
Las minas se encuentran en las zonas boscosas y en las ciudades. Forman parte de la vida cotidiana de los bosnios y a día de hoy siguen matando: este tipo de explosivos matan a unas 15 personas al año.
El creador de CAT UAV se llama Jordi Santacana y empezó diseñando aviones cuando era niño: “Recuerdo que hice un avión de madera. Luego uno más grande y después otro aún mayor… Así hasta que construí un ultraligero en el que pude montarme yo”.
Para entonces Santacana ya había asumido que su vida iba a encaminarse al diseño aeronáutico. Después de varios años en la industria de la aviación deportiva, un hallazgo cambió su vida. “Leí un artículo que hablaba de los drones del ámbito militar", recuerda. "Estados Unidos los construía y costaban millones de dólares. Pensé: ¿por qué tan caros?”.
Así fue como empezó a construir el primer dron junto a su padre y su hermano, también ingenieros. Aquella afición fue la semilla de la empresa que levantó en el año 2000. Ahora es propietario de uno de los 10 lugares en el mundo autorizados para probar drones con aplicaciones civiles.
“Creo que somos los primera empresa de drones que se creó en Europa y siempre los hemos construido drones con fines científicos, no para venderlos”, explica Santacana, que asegura que sus drones no valen millones de dólares: “El más caro cuesta 50.000 euros”.
Las máquinas que fabrica Santacana salvan vidas. Recuerda cómo le llegó la oportunidad de emprender la aventura de la detección de minas en los Balcanes: “Tenemos un cliente que se llama Telespacio y trabaja con la Agencia Espacial Europea. Ellos fueron los que nos propusieron iniciar esta iniciativa”. El proyecto consistía en crear drones que portasen varios tipos de cámaras con las que tomar imágenes aéreas. Así se podían obtener indicios para averiguar dónde había minas enterradas.
Así nacieron los Mineos: unos drones que ayudan a localizar minas. No tienen el aspecto de un dron: no parecen un helicóptero sino un avión teledirigido. “El dron multicóptero que todos tenemos en mente tiene muchas ventajas como el despegue y aterrizaje vertical o quedarse suspendido en el aire", explica Santacana. "Pero estos aviones que nosotros creamos tienen mucha más autonomía y pueden cubrir mucho más terreno”, explica mientras agarra uno con la mano y lo lanza como si fuese una jabalina.
En cuanto lo suelta, Santacana coge el mando y el dron levanta el vuelo. Rememora ese mismo instante en los campos de minas de Bosnia: “Es un momento clave porque si lo tiras mal y cae a una zona de minas puedes dar el dron por perdido. Ni los militares te dejan entrar ni a mí se me ocurriría entrar en un campo de minas".
Así detectan las minas
¿Cómo funcionan los Mineos? Son drones con varias cámaras. Una elabora cartografía de alta precisión sobre el terreno. Otra hace fotos que detectan las alteraciones que provocan las minas antipersonas en la vegetación. Los explosivos que llevan 20 años enterrados liberan unos productos químicos que hacen que no crezca la vegetación en zonas muy reducidas. Son alteraciones imperceptibles para el ojo humano, pero no para las cámaras térmicas y multiespectrales que hacen las fotos.
CAT UAV viajó a Bosnia por primera vez hace siete años. Desde entonces ha desarrollado allí numerosas misiones.
Quedan más de un millón enterradas y eso es un problema para la agricultura, la ganadería o el turismo. "A la gente no le puedes decir que no haga vida normal. Los bosnios necesitan salir por el bosque, ir a buscar leña, sacar a sus rebaños, dar paseos… y esas actividades, que son rutinarias en cualquier otro país europeo, matan en Bosnia Herzegovina a una media de 15 personas al año”, dice Santacana.
Durante la última expedición en Bosnia, las fotos tomadas por el dron desvelaron una zona en la que se identificaba una erosión que no era la de las minas. Los expertos de la empresa catalana se dieron cuenta de que eran huellas humanas: varias familias caminaban por esa zona a diario. Desde el Centro de Desactivación de Minas se pusieron en contacto enseguida con ellos para advertirles del riesgo de muerte que corrían cada día e impedirles el paso.
Casas abandonadas entre minas
¿Dónde actúan los drones de CAT UAV? “Sobre todo sobrevuelan las zonas en las que se estabilizaron los frentes de guerra. Utilizamos mapas que tienen más de 20 años para ubicarnos. En esas zonas es donde suele encontrarse un mayor número de minas enterradas”, cuenta Santacana.
Y sin embargo hay explosivos por el suelo de todo el país. A veces las inundaciones o el caudal del río arrastran las minas hasta zonas donde nunca se enterraron. Una zona que siempre estuvo limpia puede tener una bomba enterrada después de una tromba de agua.
Otras veces se encuentran minas en medio de las zonas urbanas. Una de las costumbres que tenían las milicias serbias durante la guerra era minar el perímetro entero de las casas abandonadas. “Cuando una familia huía de su casa", explica Santacana, "intentaba volver al cabo del tiempo a recoger sus cosas. Los soldados llenaban de explosivos el entorno de esa vivienda. La familia volvía y saltaba por los aires”.
Una vez los drones han sobrevolado el terreno, han elaborado los mapas y han identificado los lugares en los que podrían hallarse minas enterradas,es el turno de quienes desactivan los explosivos. Son ellos quienes deben adentrarse en ese terreno peligroso y desenterrar los artefactos.
“Lo curioso es que las personas que se han especializado en quitar las minas son a menudo quienes las enterraron durante la guerra", dice Santacana. "Tiene lógica. Son quienes tienen más instinto a la hora de reconocer un terreno minado. Por ejemplo, si hay un bosque frondoso y el único paso se encuentra entre dos árboles, ese lugar tiene muchas papeletas para albergar una mina”.
Aun así quienes quitan las minas no son infalibles y a menudo tienen sustos: “En nuestra última expedición, uno pisó en una zona que empezó a echar humo de inmediato. Tuvo la suerte de que la mina se estaba desintegrando y lo único que hizo fue emitir un ruido y levantar una humareda densa”. Dos años antes, habría muerto o habría quedado mutilado para siempre.
Desminar es un trabajo ingrato. Pero después de la guerra fue una de las principales ocupaciones de los jóvenes bosnios que no tenían estudios ni trabajo. Su escasa preparación y la necesidad de encontrar trabajo los llevaba a asumir ese oficio de riesgo. Un militar los formaba durante varias semanas y luego los soltaban por el bosque. Muchos murieron así.
No hay dinero
“Lo que pretendemos nosotros ahora es facilitar el trabajo de desminado", dice Santacana. "Ya hemos desarrollado el sistema. Pero desplazar una unidad móvil a 3.000 kilómetros de distancia es costoso y tiene una gran dificultad logística. Nuestra misión es conseguir que ese trabajo puedan hacerlo desde el mismo Centro de Desactivación de Minas de Bosnia”.
Cuando acabó la guerra, el centro contaba con unos 300 trabajadores. Se recibían donaciones y fondos de todo el mundo. Dos décadas después, las dotaciones económicas que se reciben son escasas y el centro cuenta con poco más de 50 trabajadores. ¿Quién está haciendo entonces la principal labor de desminado en Bosnia? “Aunque parezca mentira, las mafias y lo están haciendo muy bien”, cuenta Santacana.
Existen organizaciones que se están dedicando a detectar minas antipersona. Las desentierran con cuidado, eliminan el envoltorio y se quedan el explosivo plástico. Luego lo venden al mejor postor. “Hace poco detuvieron a un mafioso que tenía su almacén lleno de explosivos”, explica Santacana. Aunque estén delinquiendo, son de los pocos que se están preocupando por la limpieza de las zonas de minas. Aunque no sea su intención, hacen una labor social que los gobiernos no pueden llevar a cabo con la eficacia deseada.
Otro de los problemas que afrontan los bosnios es la mala señalización de los terrenos con minas. Muchos están marcados con unos carteles rojos de chapa que algunos vecinos se llevan a casa. Así se están quedando sin señalizar muchos parajes arriesgados en todo el país.
“No creo que Bosnia llegue nunca a estar limpia de minas”, augura Santacana. El problema es que no hay dinero para emprender una gran operación de limpieza. Los proyectos de CAT UAV no los financia ningún Gobierno.
“El Gobierno de Bosnia es demasiado pobre para emprender estas iniciativas”, apunta. “Proyectos así requieren patrocinadores pero la Guerra de Yugoslavia queda demasiado lejos”. Recuerda que a finales de los 90, cuando la guerra aún daba sus últimos coletazos, se celebraban cenas benéficas en Estados Unidos al precio de mil dólares el cubierto. Lo que allí se recaudaba se entregaba al Centro de Desactivación de Minas de Bosnia. Ahora interesan otras desgracias.