El fax -una palabra que nace de la abreviatura de facsímil- es una mezcla de escáner, teléfono, módem e impresora que se utilizaba para enviar copias en papel de imágenes gráficas: el aparato era capaz de leer un papel, convertir la información impresa en él en un mapa de bits, transmitirlo e imprimirlo en el terminal de llegada.
A pesar de que este sistema de comunicación experimentó un auténtico boom en EEUU y Europa entre los años 80 y 90 del siglo pasado, lo cierto es que en España se hizo de rogar: muy pocas compañías tenían fax en 1985. Hoy es prácticamente historia, aunque se utiliza de forma residual y casi por obligación legal: por ejemplo, el llamado burofax -una notificación documental de entrega fehaciente, con acuse de recibo- aún se utiliza. Y es necesario su uso para comunicarse con algunas instituciones públicas: cosas de la eterna burocratización del Estado. Igualito que en la Casa Blanca, en donde el presidente Barak Obama los prohibió expresamente como correspondencia presidencial.
"Conceptualmente, el fax ya estaba planteado desde hacía muchísimo tiempo, incluso antes de la invención del teléfono", comenta a EL ESPAÑOL José Antonio Martín Pereda, doctor ingeniero de Telecomunicaciones y académico de la Real Academia de Ingeniería.
Efectivamente, la idea era muy antigua. Fue desarrollada, de hecho, en 1842 por un relojero escocés, Alexander Bain, quien construyó una rudimentaria máquina capaz de transmitir una imagen a una distancia corta. Luego, con los años, el sistema mejoraría: en 1967, la firma alemana Grundig consigue comercializar una forma de transmisión de imágenes a través de las líneas de teléfono.
Según la documentación enviada por la Fundación Telefónica, la compañía -entonces monopolio- empezó a prestar el servicio de fax en 1983, año que arrancó con unos 2.400 terminales funcionando en el país. Cinco años más tarde había más de 53.000 abonados a este servicio, que era además bastante caro.
Por poner un ejemplo, en 1997, con el fax plenamente integrado en la vida cotidiana española, tener este servicio costaba una cuota de conexión de 1.000 pesetas y la misma cantidad al mes, a lo que había que sumar unas 120 pesetas -1,08 euros, ajustado el valor según la evolución del IPC desde entonces, un 49,6%- por documento enviado en horario normal; o bien 50 pesetas (algo menos de 50 céntimos) si se optaba por un servicio llamado Econofax, que almacenaba en la centralita "de forma digital" los faxes recibidos para transmitirlos al receptor en horario de tarifa nocturna, más barata, a partir de las 22 horas. Eran otros tiempos.
Desde el operador apuntan que uno de los avances que proporciono la llegada de este sistema fue, curiosamente, facilitar la comunicación a distancias entre personas con discapacidad auditiva.
Así funcionaban
Las máquinas de fax más comunes de finales del siglo pasado eran básicamente un teléfono con un escáner, un módem y una impresora incorporados; el dispositivo escaneaba un documento y convertía las partes oscuras del documento en impulsos digitales, que a su vez se transformaban en tonos audibles (el característico chirrido del cacharro). La información se podía así transmitir a través de líneas telefónicas estándar hasta el equipo receptor, que reconvertía los tonos en impulsos digitales para imprimir una copia del documento.
"En esencia funcionaba igual que el teléfono: lo que se hacía era dirigir impulsos eléctricos hacia una coordenada para establecer la comunicación", añade Martín Pereda, "y una vez transmitidos los impulsos, en lugar de convertirse en sonidos éstos hacían que un punto sensible de la máquina receptora -que produce luz o calor- actuara sobre un papel sensible y marcase puntos blancos o negros en cada línea". Así, poco a poco, se iba reproduciendo el mapa de bits que ha recogido el escáner de la máquina emisora.
En una época en la que la rapidez en las telecomunicaciones era cada vez más importante, y a la espera de la revolución que supuso la generalización del uso de internet, el fax agilizó las comunicaciones como nunca antes. Muchas empresas y organismos tardaron poco en adoptarlo como sustituto del télex, especialmente universidades y medios de comunicación.
El mismísimo New York Times dedicó algunos reportajes a acercar al gran público esta maquina que cambió hasta el lenguaje: "Faxeé la carta esta mañana", contaba el diario estadounidense, que se maravillaba de su rapidez -envíos de documentos de costa a costa en 20 segundos-, de su bajo precio -"sólo" 800 dólares, un dineral para la época, aunque el envío de 20 páginas salía por 1,25 dólares- y de su popularización: 417.000 máquinas vendidas en 1988.
Entre otros logros del veterano ingeniero Martín Pereda, fue él quien organizó la primera conferencia sobre comunicaciones ópticas que se celebró en España en 1986, un año que recuerda bien porque entonces, por fin, tuvieron acceso al fax desde la Escuela de Telecomunicaciones de la Universidad Politécnica de Madrid. Telefónica les prestó el equipo. Antes, las comunicaciones que realizaban por teletipo o télex, un sistema muchísimo más lento.
"Para mandar los resultados de las evaluaciones de los artículos que se enviaron, y para coordinarnos dentro del comité organizador en toda Europa, trabajábamos ya dos años antes usando el télex", apunta, y añade riendo: "Lo sé porque lo viví, teníamos que ir mandando las calificaciones por este método, e imagínate hacer eso con 300 o 400 artículos". "Así que a finales de los años 80 ya teníamos fax en el departamento en la Universidad", recuerda el veterano ingeniero, "y ahora está ahí, muerto de risa, porque prácticamente nadie lo usa".
El paso del télex al fax también supuso un paso de gigante para algunas empresas de medios, que lo adoptaron de forma relativamente temprana. Por ejemplo, cuando el diario EL MUNDO nació en 1989 contaba con esta tecnología, según recuerdan algunos de sus fundadores.
Ya en los años 90 su uso estaba bastante generalizado. Surgían reportajes y columnas en los que se loaba esta revolucionaria forma de comunicación. Incluso el mítico periodista Eugenio Suárez confesaba que se faxeaba con otros colegas "gabachos, ingleses e italianos": "Lo chic es disponer de un telefacsímil, o sea, un telefax, un fax", escribía en El País en 1994.
El "asesino" fue internet
Se pueden seguir mandando faxes hoy en día: cualquier impresora multifunción incluye esa posibilidad y existen programas de ordenador para tal fin desde la época de los equipos con MSDOS. Pero resulta obsoleto. "El fax supuso en su día tecnología que cumplía sus funciones de forma más eficaz y con más difusión", comenta a este diario el divulgador Alejandro Polanco Masa, especializado en tecnologías obsoletas.
El experto remarca, sin embargo, que esta forma de comunicación "siempre fue problemática, su acceso no era universal y, claro está, cuando puedes utilizar le correo electrónico, el móvil con aplicaciones de mensajería y las redes sociales, simplemente deja de tener función".
El fax supuso en su día tecnología que cumplía sus funciones de forma más eficaz y con más difusión
"Hoy se puede escanear un documento con la cámara del móvil, que lo convierte automáticamente en PDF, por ejemplo, y se envía a donde se desee al instante", apunta Polanco, que añade: "El fax sobrevive en algunos ámbitos corporativos o institucionales, pero su uso es muy limitado hoy día".
Sin embargo, hace algo más de dos décadas, esta tecnología suscitaba admiración y era símbolo de progreso, del inicio de una revolución tecnológica que, al final, llegó por otro lado.
"El fax pronto ocupará un lugar imprescindible, junto al televisor, la lavadora y el microondas", pronosticaba Eugenio Suárez en su columna. Se equivocó: lo que sucedió realmente es que internet lo barrió del mapa en muy poco tiempo. ¿Quién podía imaginarlo entonces?