Telefónica tiene una misión clara: conectar la vida de las personas para lograr un mundo más humano. Y durante la crisis de la Covid-19 ha cumplido esta misión. El extraordinario incremento de la demanda de servicios de telecomunicaciones durante los momentos más duros de la pandemia, cuando el confinamiento ha sido más estricto, ha supuesto una prueba extrema para la capacidad de las redes y la fiabilidad de las conexiones en España. Todo en tiempo real, todo en directo; nada de test o pruebas de laboratorio, porque un choque de esta magnitud no entra en los modelos ni los cálculos.
Había que mantener las telecomunicaciones sin margen de error posible. En especial, en los servicios más críticos, los relacionados con los hospitales, los centros de salud y las emergencias. Pero también resultaba preciso que las redes soportaran el incremento de las llamadas, videollamadas y mensajes para que las familias y los amigos continuaran conectados; que aguantaran el aumento del trabajo desde casa de decenas de miles de empleados, con las videoconferencias y reuniones por distintas aplicaciones convertidas en la nueva realidad laboral; que cargaran con las nuevas necesidades docentes para suplir las clases presenciales con modalidades de educación a distancia; y que permitieran que el consumo de ocio y entretenimiento a través de plataformas y servicios digitales hicieran el confinamiento más llevadero.
El cumplimiento de nuestra misión se transformó así en un asunto vital para toda la sociedad y esa ha sido la primera y mayor contribución de la operadora en esta emergencia sanitaria, social y económica: mantener las comunicaciones. Al conseguirlo, las redes de Telefónica se han convertido en el soporte que ha mantenido viva la actividad empresarial, cultural, educativa, laboral y financiera de nuestras sociedades. Incluso la propia respuesta sanitaria y administrativa a la emergencia ha descansado sobre ellas.
Nuevos hábitos y puesta en valor
Esta ha sido la realidad de los últimos meses, en los que nuestros hábitos han sufrido un vuelco colosal. Hemos consumido diferente, hemos trabajado diferente, hemos estudiado diferente, hemos vivido diferente. De repente, la digitalización ha alcanzado en semanas los niveles de profundidad y extensión previstos para 2025 o 2030.
Lógicamente, estos cambios provocaron un reflejo inmediato en el tráfico cursado por las redes de Telefónica. En unos días el volumen de datos a través de las redes fijas aumentó un 25%, lo mismo que creció también la voz, tanto en el móvil como en el fijo. Es más, el incremento registrado sólo en el primer mes de confinamiento fue equivalente al de todo el año pasado. A lo largo de 12 meses, la RedIP de Telefónica tiene habitualmente un crecimiento de tráfico acumulado de un 30%, un porcentaje superado en 2020 por el observado entre el 10 de marzo y el 12 de abril, que fue de un 35%.
Telefónica ha podido absorber todo este crecimiento sin precedentes gracias a la redundancia de la red, en virtud de la cual los enlaces más importantes están duplicados. El objetivo de diseñarla de esta forma es también doble: por lado, garantizar la continuidad del servicio ante posibles caídas de enlaces; y por otro, absorber picos puntuales de tráfico en unos servicios que pueden sufrir bruscas subidas de demanda por determinados eventos (juegos, retransmisiones deportivas, estrenos de series…).
Este sistema evidencia que la capacidad y la fiabilidad mostradas por las redes no han sido casuales, sino que resultan del esfuerzo planificador e inversor de los últimos años. Su respuesta viene a confirmar la certera y decidida apuesta que Telefónica llevó a cabo con las inversiones realizadas para reforzar las redes, superiores a los 90.000 millones de euros desde 2012. Como expone el presidente de Telefónica, José María Álvarez-Pallete, “la conectividad es algo invisible a los ojos, pero esencial. Y lo que sustenta esa conectividad invisible son nuestras infraestructuras. Nuestros equipos”. Y añade: “Es algo muy físico que requiere esfuerzo, inversión, mantenimiento, cuidado, planificación”.
Esta estrategia ha permitido a la compañía y al conjunto de España afrontar esta situación desde la mejor posición. Porque, sin duda, España se encuentra en una situación privilegiada en este terreno. Es el primer país de Europa y el tercero de la OCDE en cobertura de fibra y cuenta con más fibra en las zonas rurales que en la media de las zonas urbanas de Europa. La red móvil tampoco se queda atrás, con una cobertura de 4G superior al 98%.
En ocasiones, la sensación es que estos datos son meras estadísticas. Números sin importancia. Sin embargo, lo ocurrido en los tres últimos meses ha revelado que no es así. Esas cifras, esas capacidades, representan la cuantificación de la robustez de un país frente a una emergencia extrema. Todo aquello por lo que Telefónica apostó hace años y que entonces pudo parecer exagerado se ha manifestado ahora esencial. Este es otro de los motivos por los que la compañía encara la Junta General de Accionistas del 12 de junio con la sensación del deber cumplido, de haber estado a la altura de unas circunstancias tan exigentes y desconocidas.
Un sector vital
Al mismo tiempo, lo vivido en las últimas semanas ha afianzado a las telecomunicaciones como un sector vital en las sociedades contemporáneas. Junto con la salud y la alimentación, la posibilidad de comunicarnos se ha asentado como una de las tres grandes necesidades del ser humano. Nuestro sector es básico para las personas, para las empresas, para las sociedades y para las economías. En el mundo del siglo XXI, las compañías de telecomunicaciones ejercen como columna vertebral de la sociedad.
Y ya no habrá vuelta atrás. Lo acontecido desde marzo ha precipitado dinámicas que ya estaban en marcha y que ahora, una vez que han emergido, difícilmente serán abandonadas. El modo en que trabajamos, consumimos, estudiamos y vivimos ha experimentado un cambio de semejante magnitud y ha evidenciado hasta qué punto existen alternativas viables a nuestro alcance, que no será posible rebobinar sin más. Ya no es la oferta de tecnología la que lidera ese avance, sino que son la sociedad y las empresas las que demandan ese impulso.
La digitalización se ha acelerado hasta situaciones que hace no mucho hubieran parecido inimaginables. El futuro, de repente, se ha plantado aquí. Las redes lo han hecho posible al sostener unas comunicaciones que se han vuelto indispensables. Y este vertiginoso proceso ha validado la visión convergente de Telefónica, consistente que en no hay dos vidas, una física y otra digital, sino una sola. Porque lo que circula por las redes no son gigas ni datos, sino sentimientos, miedos, esperanzas, ánimos, realidades. Lo que pasa por nuestras redes es la vida humana y la solución a las necesidades de los seres humanos. Esa es la misión de Telefónica. Que las personas continúen conectadas, que la digitalización sea humana, que lo que fluya por las redes sea la vida misma.