Así se come en el gran templo del lujo y la cultura flamenca: 3 estrellas Michelin y en un pueblecito belga
De los tres restaurantes con la máxima distinción de Michelín en Bélgica, el de Tim Boury y Adele es uno de ellos, un acogedor y sofisticado hogar que se ha convertido en estandarte de la escena culinaria del país.
27 mayo, 2024 06:00El buen tiempo también ha llegado a Bélgica, el campo está más verde que nunca y se colorea con millones de flores que crecen en él. Es quizás uno de los mejores momentos para visitar el país y también disfrutar de la terraza del restaurante Boury, que acaba de inaugurarla para su nueva temporada. Aunque la lista de motivos para conocerlo va más allá y pone de manifiesto el valor de sus tres estrellas Michelin.
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Boury es el restaurante del joven Tim Boury y su pareja Inge Waeles, un matrimonio feliz que ha llevado su complicidad a la cocina y vaya si lo hacen bien. Esa terraza que se observa desde el ventanal que bordea la sala es la recompensa a un menú degustación que donde Boury, en cocina y Waeles dirigiendo la sala, persiguen día a día la excelencia.
Para conocerlo hay que dirigirse hasta Roeselare. Se aloja en una villa donde también vive la familia y cuenta con tres habitaciones (Beluga, Sevruga y Oscietra) ofrecen alojamiento y desayuno. para que los clientes se alojen si quieren pasar la noche y disfruten de otro remarcable desayuno a la mañana siguiente. Una gran casa de ladrillo de dos plantas donde el restaurante se extiende por la inferior y respira un ambiente hogareño por, entre otras cosas, la calided (además de calidad) en la que se desarrolla el servicio.
Tras trabajar en grandes nombres belgas y holandeses como Comme Chez Soi y Oud Sluis, Tim abrió Boury en Bruselas antes de trasladarse hasta este pueblecito en Flandes Occidental, al sur de Brujas. Allí Boury ha alcanzado la cima de la alta cocina con sus meticulosas recetas que combinan clasicismo y creatividad, todo ello con una gran maestría a la hora de combinar ingredientes.
Una cocina de producto de la máxima calidad que componen una despensa que se mueve por el Mar del Norte y se nutre de una red de productores y proveedores en los que confía para traer hortalizas y frutas frescas y ecológicas. También con queserías que se encargan de llenar el maravilloso carrito de quesos que se acerca a la mesa al final del servicio.
Su propuesta se puede disfrutar a la carta, excepto sábados, domingos y festivos. Además, ofrece cuatro menús degustación diferentes: Menu Boury (€270 maridaje 115€, excepto viernes por la noche y sábado por la noche a partir del 1 de junio), Menu Boury Signatuur (315€, maridaje 130€), Lunch** (175€, maridaje 65€), Lunch Signatuur** (220€, maridaje 80€, sólo mediodías y no disponible domingos y festivos). La terraza es el escenario donde tienen lugar, si el tiempo lo permite, los aperitivos, el café y la copa.
Su cocina contemporánea se compone de bocados muy limpios con sabores muy marcados pero equilibrados como anticipan algunos de sus aperitivos: fruta pasión con tamarindo, caballa con alga, camarones con curry y arroz inflado, hamachi (pez limón) con emulsión de kombucha con la ciruela como base y manzana. Pasos cargados de información sin dar lugar a la saturación. Los crustáceos están muy presentes por ese Mar del Norte que le acompaña siempre. Moluscos también, como la vieira con la que hace un mar y montaña desde Francia e Italia.
Los maridajes están a cargo de un simpático y profesional Mathieu Vanneste. El sumiller se encarga de seleccionar grandes joyas que equiparan el nivel de los platos. Mucho Francia, algo de Italia, tímidamente aparece Italia y cierra el menú una distinguida colección de vinos de Madeira que cuentan con carrito propio y es que uno de los mayores distribuidores de estos vinos fortificados resulta encontrarse en Roeselare. La coctelería también es otro de sus fuertes, que cuenta además con una sofisticada línea de destilados propia que se puede obtener in situ.
Hay algo de elegante, sobrio y a la vez libertino que cautiva de Boury. Serán sus uniformes, singulares y diseñados para dar libertinaje a la sobriedad. Ráfagas de colores que se mueven por una sala en manos de un equipo perfectamente sincronizado bajo la atenta mirada de Tim e Inge que procuran que en su casa, una de tres estrellas, nunca falte de nada.