El 80% de los pacientes que pierden gusto y olfato a causa de la COVID-19 lo recuperan espontáneamente con el paso del tiempo, la mitad de ellos en las cuatro primeras semanas. Y, aunque aún no se sabe si la pérdida de alguno de estos sentidos puede ser irreversible, de momento, los pacientes que no recuperan –o no del todo– el olfato, comienzan una terapia de entrenamiento olfativo.
Con esta terapia ejercitan el reconocimiento de olores y sabores, no sólo genéricos como dulce, salado, amargo o picante. También trabajan volver a relacionarlos tanto con alimentos, como con otros elementos cotidianos. Tratan de recuperar una buena parte de su memoria. Porque los olores y sabores son memoria.
No hay más que echar mano del concepto “magdalena de Proust” para entender de golpe qué significa todo esto. Cómo un olor o un sabor nos transporta a momentos, personas y lugares, y el trastorno psicológico que puede generar vivir en un mundo que no sabe ni huele a nada.
Los ingredientes más típicos de nuestra tradición culinaria son el aceite de oliva, el tomate y el ajo. Por tanto, no es raro que España, para la nariz de un extranjero, huela a ajo, ya que es el alimento más invasivo de todos ellos.
Lo dijo Victoria Beckham en su día y nos ofendió mucho, pero ¿quién es nadie para meterse en lo que archiva la nariz de cada uno? Si a la spice España le olía a ajo, pues le olía a ajo y punto.
Tampoco Josep Pla estaba muy a favor con la querencia española a echarle ajo a todo y así lo dejó más que reflejado en su libro ‘Lo que hemos comido’: “Todos los alimentos cocinados con ajo, por poco que se te vaya la mano, sabrán a ajo. Este gusto y este olor son, en primer lugar, insoportables. En segundo lugar, llegar a unos resultados tan simplificados y sumarios que la carne y el pescado no tengan más que gusto a ajo, me parece excesivo y de una primariedad indignante”.
Emine Sevgi Ozdamar no es española, sino nacida en Turquía y residente en Alemania, pero en su novela ‘El puente del cuerno de oro’ ya apelaba al olor a ajo frito como un engaño olfativo. En la novela, una joven turca que llegaba al Berlín de mediados de los sesenta se pasaba el día descubriendo una ciudad nueva y estimulante. Cuando se acercaba la hora de que su pareja llegase a casa, freía un poco de ajo. Ese olor transportaba al hombre no a una casa, sino a un hogar, un hogar donde se ha estado cocinando. Así que daba por supuesto que su señora había estado todo el día cocinando.
El ajo, para bien o para mal, despierta pasiones, pero es innegable que es uno de esos olores muy aparentes en la cocina. Con un paso sencillo, como echar un diente de ajo en un poco de aceite caliente, ya le has dado empaque a la cosa. Si ya te pones a trabajarlo un poco, puedes hacer un sofrito de verduras, como éste de Mer Bonilla para Cocinillas y, además de tener un acompañamiento ideal para carnes, pastas y pescados varios días, hará la boca agua de tus vecinos de escalera.
El olor a chocolate caliente me transportó durante varios años al puesto de gofres que había en la estación de Sol de Madrid que, por cierto, no sé si sigue existiendo. Y cada vez que utilizo aceite de girasol para freír algo, por muy limpio que esté el aceite, me huele a feria de pueblo.
Conozco a algunas personas a las que el olor a café recién hecho les da náuseas, a otras, en cambio, nos lleva a la primera hora de la mañana, aunque lo olamos al acabar el día. En cambio, no conozco a nadie que le provoque rechazo el olor a pan caliente.
Otros olores, en cambio, son muy desagradables, como el de la coliflor hervida. Así que una buena idea es que el día que le eches valor y te pongas a cocinarla, hagas para unas cuantas veces y la congeles. Ada Funes te enseña en este artículo cómo hacerlo y, si te falta inspiración, aquí tienes 13 recetas para comerla con diferentes texturas.
Para malos olores en la cocina los que acumulan a veces los lavavajillas, fregaderos, hornos o esos microondas de los espacios comunes del trabajo, que tienen un mundo de fantasía dentro. No sólo basta con una buena limpieza y algún que otro cambio de hábitos, a veces hay que recurrir a otros truquillos, como los que dejó en este artículo Vanessa Procas.
Volviendo al ajo, si has estado manipulándolo y quieres quitarte el olor de los dedos, pon las manos debajo del grifo y no frotes, sólo deja que el agua se lo lleve.