Mientras preparaba las quesadillas de tinga de pollo que publicó Clara Villalón en Cocinillas, me acordé de Sam Sifton, editor gastronómico en The New York Times.
Me acordé de él porque contaba en un artículo que cuando se puso a cocinar quesadillas y se tomó su tiempo para hacerlas y disfrutar del proceso, su mujer, muy impaciente, le vino a decir que ¡a ver esas quesadillas, Sam! ¿son quesadillas slow food?
Algo así, pero a la española, me pasó a mí cuando anuncié que iba a hacer quesadillas para cenar. No di más detalles. “Quesadillas”, en general. Así que, como cuando piensas en quesadillas, te imaginas algo rápido: una tortilla de bolsa, un poco de queso, bacon y palante, todo el mundo quedó contento.
Cuando pasados los primeros 15 minutos vieron que las quesadillas no salían (la receta requiere más de una hora en prepararla), empecé a notar el nerviosismo en los comensales. Que si ¿te ayudo en algo? Que si ¿voy poniendo la mesa? Que si ¡pero no te compliques, mujer! Que si podíamos haberlas dejado para otro día. Que si ¿corto unos taquitos de queso para mientras tanto? Que si ¿por qué no las acabas mañana y pedimos algo?
¡Cuánta impaciencia, no quisiera verles guardando el Ramadán!
Lo cierto es que estamos cada vez más a costumbrados a que todo sea ya, aquí y ahora, pero hay veces que las cosas llevan un tiempo y que hay que aprender a disfrutar de los procesos.
Tengo un amigo que lleva un año intentando superar la tortilla de patata de Colósimo, su favorita en Madrid. Me cuenta el esmero con el que elabora cada paso, cómo va afinando los ingredientes, los cortes, la fritura y, la verdad, me da mucha envidia su dedicación. También me hace mucha gracia esta historia porque me imagino la primera vez que anunció en su casa que iba a hacer tortilla. Visualizo a su familia pasadas tres horas encontrándose con que, en realidad, mi amigo dijo “tortilla” porque “proyecto de vida” quedaba largo.
Le estoy cogiendo cierto gusto a lo de tomarme el tiempo que crea necesario para preparar algo y, quien quiera comer, que se espere. Las cosas también hay que desearlas un poquito. Así que, este fin de semana diré que para cenar hay acelgas con huevo. Lo que no sabrán, ya lo verán, es que son pencas de acelgas con huevo puré y salsa, que tienen pintaza, pero no se plantan en la mesa en un periquete.
Así otro día puedo dar un giro de guión: anunciar que prepararé comida japonesa y aparecer con un Katsu sando, el sándwich japonés que Mer Bonilla hace en 15 minutos y emociona a todo el que lo prueba.