El hotel alojado en un monasterio del siglo XVII que elabora su propio vino y sirve cocina mallorquina
A los pies de la Tramontana se esconde Son Brull, icono de lujo, descanso y una acertada gastronomía de kilómetro cero que nutren con sus productos de la finca.
6 septiembre, 2024 14:02En pleno agosto las chicharras cantan que da gusto en Mallorca, también cuando llega septiembre. Se las escucha desde todos los ángulos, al sol y a la sombra, no importa si es a la de un pino, un olivo o una higuera. Árboles que rodean la finca donde se erige el Son Brull, que desde que amanece cuenta con su melodía por banda sonora.
Este monasterio jesuita del siglo XVIII reconvertido en hotel es uno de los secretos que esconde la isla balear, una joya histórica y arquitectónica enclavada en la Sierra de Tramontana, que hoy es referente en hospitalidad de lujo y alta gastronomía.
Este refugio, ubicado cerca del pintoresco pueblo de Pollensa y rodeado de viñedos y olivos centenarios, ha pasado de ser un centro espiritual a un destino turístico de primer nivel sin renunciar a su legado.
La transformación de Son Brull comenzó en 2003, cuando los hermanos Suau, mallorquines y apasionados por la historia de su tierra, decidieron rescatar este monasterio en ruinas y darle una nueva vida como hotel boutique. Desde entonces, la esencia de hospitalidad que caracterizaba a los monjes jesuitas, que ofrecían descanso y alimento a los viajeros, sigue viva en cada rincón del hotel.
Un santuario del descanso y la buena mesa
Son Brull es mucho más que un hotel; es un santuario de paz donde cada detalle ha sido diseñado para ofrecer una experiencia única de desconexión. La reciente intervención de la arquitecta Carme Pinós ha elevado aún más este concepto con la construcción de dos exclusivas villas, diseñadas con la técnica tradicional de piedra seca, integrándose perfectamente en el paisaje mediterráneo de la isla. Estas villas ofrecen un plus de privacidad, con piscinas privadas y grandes ventanales que permiten disfrutar del entorno natural sin perder un ápice de comodidad.
Los interiores del hotel y sus villas son un reflejo de la serenidad que se respira en Son Brull desde tiempos ancestrales. Los tonos neutros, la madera y los elementos artesanales han sido combinan con piezas contemporáneas para crear un ambiente con el gusto que acostumbran presentar los hoteles bajo el paraguas del sello Relais & Châteaux al que pertenece.
Las suites ofrecen vistas dobles al monte mediterráneo que cambia su color según avanza el sol y cuentan con detalles exclusivos, como bañeras de hidromasaje -además de amplias duchas- diseñadas por Philippe Starck y equipos audiovisuales de Bang & Olufsen, que sumergen a los huéspedes en un lujo discreto pero palpable. No falta detalle que pase desapercibido, ni los cítricos del jardín que dan la bienvenida nada más abrir sus puertas.
Alta cocina con raíces mallorquinas
El compromiso de Son Brull con la tradición local no se limita a la arquitectura. El restaurante 365, dirigido por el chef Andreu Segura, se ha consolidado como un referente en la alta cocina mallorquina, utilizando productos de proximidad y ecológicos, muchos de ellos cultivados en la propia finca. Como la miel que recolectan artesanalmente dos veces al año o las aceitunas del olivar con más de tres siglos de antigüedad, del que se extrae un aceite de oliva virgen extra que protagoniza muchos de los platos de la propuesta.
Además, el hotel cuenta con su propio viñedo donde cultivan variedades como la malvasía, prensal blanc, moscatel o chardonnay con las que elaboran sus blancos y tempranillo, syrah, callet o gorgollassa, destinadas para los tintos. Es la bodega Can Axartell, a menos de 10 minutos del viñedo, la que se encarga de dar vida a estos que vinos que sirven y distribuyen en Son Brull, al igual que los destilados que nacen de la hierbas silvestres y plantas aromáticas que crecen a sus alrededores.
Su ginebra es la protagonista del Negroni de autor que preparan a partir de su propia ginebra, vermut rojo Muntaner, Campari, una espuma a base de naranjas de la finca, que también aparecen deshidratadas en una rodaja como toque final. Un cóctel sublime para comenzar (o terminar) que se encarga de orquestar Joan Amengual, jefe de sala y sumiller del restaurante, también responsable de conducir un buen maridaje donde dar a conocer esos vinos que son sello del hotel, además de otras tantas referencias que componen su bodega, una selección de más de 200 vinos de todo el mundo, sin olvidar opciones que recorren Mallorca.
El restaurante 365 abre todas las noches para ofrecer dos opciones de menú, una de ellas vegetariana, que se pueden disfrutar en versión de 6 o 8 platos. Ambos recorren el recetario mallorquín a través de platos tradicionales que ensalzan sus productos más reconocidos y ponen en valor el patrimonio culinario de una isla que es más que gamba roja y sobrasada, aunque precisamente es ésta última la que inaugura el menú 3\65, concretamente la que elaboran en Ca's Sereno y que acompañan con quelitas caseras y un cuchillo para untar del artesano Campins.
Entre los apertivos del menú más proteico están el pulpo de roca, la croqueta coliflor trufada y croqueta de queso de cabra, trampó y queso. Además de una mantequilla ahumada con olivo romero y naranjo para acompañar el inicio de la comida con una coca mallorquina.
Entre otros pases, también apuestan por la identidad isleña cuando trabajan los pescados y también las carnes donde se disfrutan especialmente su calamar del Mediterráneo balear y su arroz negro y el rostit de cordero de la Cooperativa Pagesa Pollença que acompañan con un pequeño guiso de tumbet como guarnición.
Un bistró para veladas más informales
El mejor spot para almorzar después de pasar la mañana disfrutando de todas las comodidades del hotel es su Bistró mediterráneo. Su carta es lo suficientemente extensa como para prestarle atención a lo largo de todo un fin de semana. Desde tapas que incluyen varias opciones del territorio español como las bravas, el (ahora tan de moda) bikini de sobrasada con queso de mahón y yema de huevo, la tortilla de patata o las croquetas, a otras viajeras como las gyozas o los rollitos crujientes de cerdo.
Cuentan también con un refrescante apartado de 'crudos', siempre apetecibles para iniciar cualquier comida como son las ostras o el carpaccio de gamba roja de Mallorca. Trabajan bien los arroces, ofreciendo diferentes elaboraciones, todas ellas -desde la clásica paella o una versión más marinera- lo suficientemente contundentes para dos personas.
Es el mismo espacio donde suceden los desayunos. Cuidados y completos, ofrecen una pequeña zona de buffet para frutas, repostería y embutidos, además de una carta de platos calientes donde merece la pena darse el gusto con unos ricos huevos benedictinos que dicen -y damos fe- que en un escenario como es este monasterio sientan doblemente bien.
La oferta gastronómica se completa con el U-BAR, un espacio dedicado a los cócteles y las tapas, donde los huéspedes pueden disfrutar de la fusión de sabores locales en un ambiente relajado durante el día. Se ubica en el interior del monasterio, en la sala que aún conserva el molino y la prensa de la antigua almazara.
Alimentar cuerpo y alma
Para aquellos que buscan una experiencia completa, Son Brull ofrece una amplia variedad de actividades que permiten conectar con la naturaleza de la Sierra de Tramuntana y descubrir la auténtica Mallorca. Desde rutas en bicicleta y clases de yoga hasta paseos guiados y excursiones en helicóptero, este refugio de lujo garantiza una inmersión total en el entorno natural.
El spa del hotel es otro de los puntos fuertes de Son Brull. Con rituales inspirados en los frutos autóctonos de la isla, como las naranja, el aceite de oliva y los higos chumbos que crecen de sus chumberas. Cuentan con una fantástica línea de productos exclusiva a partir de estos últimos a disposición de los huéspedes.
Desde sus orígenes como un monasterio jesuita en el siglo XVIII hasta su transformación en un hotel boutique de lujo, este enclave en la Sierra de Tramuntana sigue rindiendo culto a la paz, la naturaleza y la tradición mallorquina. Una suerte de santuario para mimar el cuerpo y el alma donde disfrutar de la alta cocina mientras se contempla una cálida puesta de sol sobre el campo y la bahía de Pollença.