
El wine bar de Bath que no te puedes perder: vinos sin fin y unos arancini inolvidables
El 'wine bar' de Bath que no te puedes perder: vinos sin fin y unos 'arancini' inolvidables
En una ciudad clásica también hay espacio para lo inesperado. Corkage lo demuestra con su selección de vinos singulares, una terraza irresistible, una carta de mercado y una tarta de queso que se lleva todos los aplausos.
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Cuando piensas en la ciudad británica de Bath, a tu mente vienen baños termales, arquitectura georgiana y ese aire de postal que parece diseñado para que tomes el té con los meñiques en alto, cual aristócrata que se precie. Su elegancia ha conquistado a Hollywood y ha servido de telón de fondo para series tan exitosas como Los Bridgerton, que la convirtieron en su patio de recreo. Pero no todo aquí son paseos por el Royal Crescent, vestidos de época, salones con arañas de cristal o tardes de afternoon tea.
Entre sus calles adoquinadas, también hay espacio para locales con más desenfado y menos rigidez británica. Y en ese hueco encaja Corkage, un wine bar que se salta el protocolo, deja los formalismos en la puerta y apuesta por el mundo del vino con mucha sabiduría, pero sin solemnidades, centrado única y exclusivamente en hacer disfrutar a quien entra por la puerta.
Un wine bar con actitud
Ni sillas tapizadas ni candelabros. Corkage nació con la idea de ser un sitio donde cualquier amante del vino, experto o no, pueda entrar sin miedo a enfrentarse a un mundo que muchas veces se nos antoja desconocido. Su primera ubicación en Walcot Street fue un éxito inmediato, lo que llevó a abrir un segundo local en Chapel Row. Tras la pandemia, este último se quedó como su único bastión y se ha convertido en un imán para quienes buscamos beber bien sin sufrir una clase magistral sobre la fermentación maloláctica, el color pajizo del vino y las reminiscencias a fruta madura.

El espacio es acogedor, pero sin florituras. Nada más entrar, sorprenden filas y filas de vino apiladas, esperando su momento de gloria. Allí, una zona de barra en la que puedes sentarte a tomar un vino y charlar con el equipo, y al fondo, un comedor largo con mesas de madera rústica.

¿La joya de la corona? Una terraza cubierta, casi escondida, que hace las delicias de locales y visitantes, sobre todo cuando arranca el buen tiempo. Aquí no hay sofisticación impostada, sino una naturalidad que hace que todo fluya y te sientas muy bienvenido desde el primer momento.
Una carta de vinos para dejarse llevar
Como su propio nombre indica, están dedicados en cuerpo y alma al vino. Traducido al español, corkage significa descorche, ese acto de servir el vino que has llevado tú mismo para que te lo sirvan allí. Aunque la idea es ponerse en sus manos. "Nuestro wine bar y tienda, presenta una carta de vinos cuidadosamente seleccionada a la que hemos dedicado cientos de horas para su disfrute", explican.

Aunque disponen de carta, que para el no entendido puede resultar algo abrumadora, aquí no te ponen delante una lista interminable de referencias que te hagan sentir que necesitas un máster en enología. En Corkage, la selección de vino se hace a la manera más sencilla (y divertida): con una charla. Te preguntan qué te apetece, qué te gusta y qué no, y a partir de ahí te sugieren algo que probablemente ni sabías cómo describir.

La oferta es ecléctica y llena de pequeñas joyas muy bien seleccionadas. Desde vinos naturales hasta clásicos europeos, pasando por rarezas que no encuentras en cualquier sitio. Puedes empezar con un Vinho Verde hecho por una pareja de galeses en Portugal, seguir con un tinto natural catalán, aventurarte con un Chablis sin más rodeos que su propio nombre o probar grandes desconocidos como los espumosos ingleses.

Los precios son razonables, sin los sobrecostes abusivos que suelen encontrarse en algunos restaurantes. Hay opciones por copa y botella, lo que permite probar distintos estilos sin necesidad de comprometerse con una sola etiqueta. Y si descubres un vino que te encanta, puedes llevarte una botella a casa, porque, además, funcionan como mercaderes de vino. Hay más. Son conocidos por los Wednesday Wine Club, una cata quincenal para clientes y amigos, donde siempre habrá algo nuevo que probar y sorprenderte con ello.

Platos pequeños, grandes aciertos
El vino es importante, pero además de ello, han logrado consolidarse como uno de los restaurantes donde mejor se come en Bath. El menú cambia constantemente porque aquí se cocina con lo que hay, lo que apetece y lo que inspira al chef en ese momento. Nada de cartas inamovibles con descripciones rimbombantes, solo una lista larga de platillos que apetece probar y repetir.
Para abrir boca, nada mejor que unas aceitunas o unos pimientos de Padrón. Nos podrá parecer extraño, pero son dos aperitivos que se han puesto de moda en muchas ciudades, llegando a ser incluso cool pedirlos. Quién lo diría, con lo metido que llevamos dentro nosotros la cultura de la aceituna... Por supuesto, no falta un pan casero que sirven con mantequilla ahumada, que es imprescindible.

La mayoría de sus platos se pueden compartir (o no), pero la idea es hacerlo. La carta tiene opciones para todos los gustos, porque arranca con una buena selección de platos vegetarianos, sigue con pescados y termina con carnes. Del primer apartado, la gran apuesta son los arancini. No los hay mejores. Rellenos de champiñones, trufa y queso azul, se sirven con una intensa salsa de pimienta negra y una remoulade de apio nabo. Posiblemente sean de los mejores que pruebes nunca.

Los calabacines rostizados con salsa de anacardos y miso, pesto de cilantro y granada también son un sí, al igual que la remolacha con queso de cabra trufado y estragón o los falafel servidos con pan de pita hecho por ellos mismos, con lombarda en escabeche y tzatziki. En todos ellos, el juego de texturas y contrastes funciona de maravilla.
En cuanto a pescados y carnes, lo mismo un día sirven un excelente salmón curado con ginebra Scout & Sage con ensalada de hinojo y pepino, que perdiz con panceta ahumada, mostaza, col y pera glaseada con vino de Oporto. Pappardelle con cangrejo, bacalao, salmón y una velouté de eneldo, panceta de cerdo con salsa satay e hinojo estofado o un tagine de paletilla de cordero con higos y miel completan una oferta deliciosa y muy personal.

Y como guinda, proponen una carta de postres de los que todo apetece. Empezando por una tabla de quesos en la que incluyen quesos locales como Wyfe of Bath o el Bath Blue Cheese, que en 2014 fue galardonado como Campeón Supremo en los World Cheese Awards. Siguen con una tarta de pistacho con polenta, AOVE y helado de queso de cabra. Su postre estrella: la tarta de queso vasca con su inconfundible punto caramelizado, que también triunfa por estos lares.

En una ciudad que a menudo parece anclada en su pasado más aristocrático, lugares como este demuestran que siempre hay espacio para lo inesperado. Aquí no hay normas, solo buen vino, comida honesta y la certeza de que lo único que tienes que hacer es sentarte, relajarte y disfrutar.