Era a mediados de los años 90 cuando Miguel Gil Vera, se sentó a hablar con su mujer de un tema que iba a cambiar sus vidas. Aunque los dos habían nacido y pasado su infancia en la ciudad murciana de Jumilla, ahora residían en Sevilla con sus dos hijos mayores, que habían nacido allí. Miguel es ingeniero aeronáutico y estaba contratado en CASA (Construcciones Aeronáuticas Sociedad Anónima), en la cadena de montaje, haciendo aviones. El tema que debían tratar es que le habían ofrecido un buen puesto de ingeniero en su Jumilla natal. Y encima en el mundo del vino, del que procedía y amaba. La decisión fue dura, pero optaron por volver a su tierra.
Les fue regular, primero en la empresa que le contrató, y luego en una segunda de alguna manera ligada a un familiar, de la que decidió dimitir. Tanto es así que el coche de empresa que tenía asignado, lo dejó en la bodega y pidió a un amigo que le llevara a su casa. Durante dos meses se encerró haciendo números, y llamó a su hermano Ángel, que desde los tiempos de Sevilla le animaba a volver al mundo del vino, para que se le uniera y juntos refundaron Hijos de Juan Gil. Fue en el 2002, ahora hace 20 años. De paso llamaron a los otros siete hermanos que entusiastas, cada uno participa en función de sus posibilidades. Familia grande, bien avenida y con formación, hay un juez, un economista, pediatra, arquitecta, psicóloga, un enólogo, y otro aparejador, que se puso al frente de la construcción de las diferentes bodegas que irían montando.
Les gustaba, claro, el nombre de la empresa, pero no sólo por su padre, sino también por su abuelo y bisabuelo, este último que fue quien fundó la bodega Juan Gil en 1916. El negocio era próspero y se dedicaba a elaborar vino de Jumilla a granel para la exportación. En Alicante había una asociación de exportadores, en la que participaban, aunque la mayor parte del vino salía del Grao de Valencia. Su nieto, llamado también Juan Gil, fue la tercera generación de la bodega, pero no confiando demasiado en el futuro del vino hizo que sus nueve hijos tuvieran una formación al margen del trabajo en la bodega. Circunstancias hicieron que la bodega desapareciera. Y ahora la volvían a poner en marcha.
Viñedos por toda España
La estrategia consiste en comprar viñedos de gran calidad en zonas y denominaciones de origen poco conocidas, o que no están en primera línea, hacer vinos ricos de precios muy competitivos y lanzarse a la exportación, sin descuidar el mercado nacional. Empezaron con sus tierras de Jumilla donde triunfaron rotundamente con sus vinos Juan Gil, y con una distribución excelente. ¿Quién no ha visto esta marca en restaurantes y vinotecas? Tiene un precio muy competitivo para su calidad, y además es un valor seguro, nunca defrauda.
A mí, personalmente, me llamó muchísimo la atención en cierta ocasión en que pasé unos días en Miami. Pedí a mis anfitriones que me llevaran a ver las más importantes tiendas de vino de la zona y vi muchos vinos españoles. Había bastantes Muga, Valtravieso, Marqués de Cáceres…, pero el que barría y no faltaba en ninguna tienda era el Juan Gil etiqueta plata. Me quedé impresionado.
En Jumilla, además de esta bodega fundaron otra, El Nido, de vinos especiales y de alto precio. Ahí están El Nido y Clio, reivindicando como los Juan Gil, la monastrell mediterránea y de su tierra.
Después saltaron a la cercana Almansa en donde tras comprar unos viñedos de primera de la variedad garnacha tintorera hicieron la línea de los Laya, Alaya Tierra y La Atalaya. Después fueron a Calatayud en busca de esas garnachas de Aragón soberbias con los vinos Atteca, Atteca Armas y Honoro Vera. A Aragón volverían años después, pero esta vez a Campo de Borja con la firma Morca, como los Godina, Morca, Tourán. En Tarragona saltaron primero a Montsant con la bodega Can Blau y los vinos Blau, Can Blau y Mas de Can Blau. Luego pasaron a Priorat con Clar del Bosc.
Aparecieron en Rueda a hacer blancos y se instalaron en la zona segoviana, donde compraron viñedos viejos, como en los demás sitios, plantados en vaso y que no se abarcan con los brazos. Las marcas Shaya, Arindo, Shaya Habis. Siguiendo con los blancos desembarcaron después en Rías Baixas con la bodega Lagar de la Condesa, que hace magníficos albariños. En Zamora, y como vinos de la tierra de Castilla y León, con Entresuelo, Tridente en sus versiones de las variedades tempranillo, mencía y prieto picudo. Y lo último en Rioja con la bodega Rosario Vera, en homenaje a la matriarca de la familia que siempre supo mantenerles unidos.
Utilizan igualmente una marca que es Honoro Vera, que está en diferentes denominaciones a la vez. Toda la línea de vinos pasa por elaboraciones de precios más módicos, a los más caros que andan sobre los 100 euros. Y la verdad es que ninguno falla, y eso es muy difícil y el motivo de esta reseña, en las diferentes gamas.
Variedades autóctonas de las distintas zonas, viñedos viejos y espectaculares de poca producción y mucha calidad, vinos serios elaborados por diferentes enólogos especialistas. En conjunto un imperio levantado en 20 años con una producción de unos 12 millones de botellas y una exportación que representa el 70 % de su producción de la cual el 40 % va directamente a Estados Unidos.
Y, sobre todo, la reivindicación de unas denominaciones de origen que esta familia está poniendo en el mapa, y no solo en España. No se sabe si Miguel Gil en aquellos dos meses de reflexión en que decidió saltar adelante, llego a imaginar hasta donde iban a llegar, de momento.