Con el calor y el verano hay una recomendación constante que, poco a poco, va calando en los gustos de los consumidores de vinos. Disfrutar de un buen espumoso, muy frío, notar cómo pasa por la garganta esa burbuja alegre tras haber producido en la boca una sensación placentera, amplia, con ese puntito de acidez que hace al vino más fresco todavía. Una gozada.
Es verdad que muchos aficionados los encasillan en Navidad o los reservan para celebraciones concretas. Muchos, incluso, los consumen casi de postre, al final de la comida, cuando es exactamente al revés, los más ligeros son de aperitivo y los más concentrados y potentes sirven para acompañar una comida entera; pero, de cualquier manera, es ahora, en verano, cuando resultan más placenteros.
Hay muchos tipos de vinos espumosos, y yo les recomiendo el de doble fermentación en botella, lo que se llama “método champenoise”, es decir, el sistema de elaboración que se hace en Champagne, en Francia, y aquí en Cava, desde el siglo XIX.
Primero se elabora un vino blanco o rosado normal, lo que se llama vino base, que suele ser de poca graduación, unos 9 grados, porque luego aumentará, más o menos, a unos 12 grados tras terminar el proceso. Ese vino base se introduce en la botella con fermentos y levaduras y se deja que ahí dentro haga una segunda fermentación que subirá la graduación y provocará la aparición del carbónico, que son las burbujas.
La presión sobre el casco de la botella es enorme, por eso se hacen de un vidrio grueso, y la base tiene un entrante que, aunque se use para servir las copas, realmente es para aumentar la superficie de presión del vidrio; mientras los tapones están sujetos con chapas y con alambres para que no salten.
Dentro de esta clasificación encontramos en España los cavas, sus zonas escindidas, como son “Corpinnat” o Clássic Penedés”, los espumosos riojanos, los nuevos espumosos gallegos con base, la mayoría, de uva albariño; y otros que andan sueltos en bodegas de aquí o allá, pero generalmente ricos.
Luego están los vinos gasificados, que son vinos normales a los que se les inyecta gas carbónico, los espumantes y demás historias que, a mi juicio, desde luego no tienen nada que ver. Los que están elaborados con segunda fermentación en botella llevan, en la base del corcho, una estrella de cuatro puntas para identificarlos.
Dos cavas para refrescar el verano
Hoy les traemos aquí dos cavas, realmente ricos, de la bodega Vilarnau, el Rosé Delicat y el Vilarnau Gran Reserva Vintage 2017. Esta casa ubicada en la Finca Can Petit en Sant Sadurní d´Anoia es uno de los mejores cavas de referencia y pertenece desde 1982 al grupo González Byass.
La poderosa firma jerezana apostó desde hace mucho tiempo por el mercado del vino. En Rioja tienen Beronia, que también está en Rueda; en Ribera del Duero, Dominio Fournier; en Rías Baixas, Pazos de Lusco; en Somontano, Viñas del Vero; en Toledo, Finca Constancia; en Cádiz, Finca Moncloa; y, en cava, Vilarnau.
El Vilarnau Rosé Delicat se elabora con las uvas tintas garnacha y pinot noire. Los vinos bases se elaboran por separado, luego mezclan y pasan a la segunda fermentación en botella. Es un vino con una crianza entre sus lías de 15 meses. El resultado es un rosado pálido de color, donde en nariz aparecen los típicos frutillos rojos de grosella, frambuesas, fresitas, recuerdos de pétalos de rosa. En boca domina la frescura, la burbuja llenándolo todo, es cremoso, suave, muy agradable. Es excelente como aperitivo y pega bien con mariscos, anchoas, y perfecto con una paella. Su P.V.P. es de 16 euros.
El Vilarnau Gran Reserva Vintage 2017 está elaborado con macabeo, parellada, chardonnay y pinot noire. Tiene una crianza entre lías de 36 meses, por eso es gran reserva; y se nota en nariz porque presenta madurez frutal, ligada a tonos tostados y ahumados. La boca aparece con brío y nervio, sabrosa y muy fresca. Se puede tomar como se quiera, pero con un pescadito al horno, no falla. Su P.V.P. es de 19,35 euros.
Y no lo duden, los espumosos son para ahora, para el verano.