Dos totems del cine más opulento coincidieron en el mismo apartamento de Broadway (Nueva York) antes de que fueran conocidos. Orry-Kelly, un firme y exquisito director de vestuario -y el australiano más premiado por la Academia en los Oscars- y un tal Archibald Alexander Leach. Un inglés patilargo, apuesto, pobre y tacaño a rabiar. Poco después transformaría su nombre al de Cary, Cary Grant (su estela es tan grande que el agente 007 se basó en él).
Al contrario de los cócteles de su alterego todo en la vida de la estrella de Hollywood estaba mezclado: "Era el peor hombre de Hollywood, pero también encantador, guapo y adorado", confesaba su mejor amigo.
Archibald vivió un romance con su compañero mientras habitaban el mismo techo. Los pagos no eran ni mucho menos compartidos. Orry-Kelly comenzaba sus pinitos como actor en Broadway aunque poco después vio que las gasas y los alfileres se le daban mejor. Grant no atinaba con los papeles. Así que el dinero que enviaba la madre de Orry caía como agua de mayo en el modesto piso de dos homosexuales de los años 20.
Orry le pagaba las facturas médicas, el piso y la comida. Otros pequeños agujeros los cubría Cary con la calderilla que le daban las señoras a las que acompañaba.
El hallazgo de un manuscrito en Australia, en el fondo de un armario de la sobrina nieta de Orry, ha descubierto más sobre el menospreciado costurero y el grandilocuente Grant. Si Grant vivió de 'su amigo' los primeros años de su carrera, el agradecimiento no estuvo entre sus cualidades al finalizar la convivencia. El dandy del siglo XX le llegó a presentar una cuenta de 350 euros con los que pretendía cobrar los supuestos pagos por comidas a invitados comunes a su casa. Orry no daba crédito. Él le había acogido en su apartamento y habían vivido de su madre durante años.
Finalmente pagó la cuenta para quitarse a su ya viejo amigo de encima. "Realmente no debes esto", comentó el seductor Cary entretanto extendía la mano aceptando el sobre. Así Grant se expone en los diarios de Kerry como un mezquino vanidoso.
Años más tarde, ya rico y famoso, prestó su rolls royce a su gran amiga la bella actriz Rosalind Russell. Ella agradecida le devolvió el coche el día pactado. Cary Grant con una fortuna de millones de dólares le comentó al despedirse: "Llama a mis agentes para que te extiendan la factura del alquiler del coche y por el chófer". Russell no daba crédito.
Además, el actor "que bordaba el papel hasta de espaldas" fingió el mejor cuando empezó a despuntar. Su pasado modesto eras innombrable y no se relacionaba con la gente que estuvo a su lado en sus inicios.
Orry era todo lo contrario y llegó a tener una pelea con Grant en el que el diseñador de vestuario acabó sin dientes por un puñetazo de Grant. El maestro de las telas del Hollywood en blanco y negro, pero más dorado, fue el culpable de que Lauren Bacall conquistara a Bogart por su escote, Betty Grable ocultara su embarazo y creó diseños para suavizar la gran espalda de Bett Davis.
Le desesperaba el culo de Marilyn que era imposible de minimizar y si hubiera podido le hubiera dado a Ava Gardner el premio al mejor pecho. Dolores del Río, Ruby Keeler y Kay Francis también formaron parte del repertorio actrices a las que vestía. En la época en la que los cirujanos plásticos no eran los reyes, Orry usaba parafina para expandir los pechos y vinilo para llenar huecos en la cintura.
Gracias a su maestría ganó tres Oscar como director de vestuario por Un americano en París, Con faldas y a lo loco o Casablanca.
Al contrario que sus compañeros nunca quiso casarse con un hombre para acallar los rumores, por mucho que los estudios Warner -para los que trabajaba- le presionaran. Por este motivo su nombre estuvo abocado al ostracismo mientras otros compañeros de profesión despuntaban con la mentira.
El documental Women He’s Undressed (las mujeres que vistió), plasma la vida del creativo de vestuario. El título es la afirmación de sus memorias Women I’ve Undressed (las mujeres que he desvestido) y basadas en otros manuscritos que el artista dejó olvidados en el archivo de la Warner. La película sobre la vida de Orry salió a la luz gracias al empecinamiento de Gillian Armstrong, una compatriota que se quedo alucinada al no conocer a un director de diseño tan virtuoso.
Orry falleció en 1964 y su féretro fue llevado a hombros por un séquito que representaba al brillante y dorado Hollywood que se pagaba: George Cukor, Billy Wilder, Tony Curtis y por un "adorado, guapo, encantador y lo peor de Hollywood". El siempre firme Orry y culpable de las gabardinas de Bogart, seguramente, se revolvió en su tumba.