‘Una hora en la Moncloa”. Se ha hecho corta. Para el telespectador. Y eterna para un Rajoy obligado a retratarse, por vez primera, mirando a ese pajarito denominado sinceridad. Y es que una hora, cuando un tipo que no es de tu cuerda te ametralla a preguntas, puede sumar más de cien minutejos.
Empezó la cosa con musiquilla de funeral, bastante tétrica. Con imágenes del despacho de la Moncloa. Retrato del líder máximo junto a ‘la’ Merkel y al bueno de Hollande. Su cartera. Los foliacos de sus chanantes clases de inglés. Pero la entrevista empezó en los jardines de La Moncloa. O sea, en la puta calle. Qué cosas más raras. Gajes del nuevo viejo periodismo televisivo. Quedó pobretona la cosa. Ahí, los dos. Rodeados de árboles y pelándose con la gelidez preprimaveral. Cual ‘compis yoguis’ desahuciados. Amigos a la fuerza catódica. Ha esperado uno a estar ‘en funciones’ para bajarse del plasma y responder al otro.
Eso sí: es oficial. Visto lo visto (y avizorado). Verificado lo oído. Padecido lo sobrellevado. Gracias al excelente ‘Salvados’, de La Sexta: el ingenioso hidalgo y poetiso Mariano Rajoy Brey, presidente del Gobierno de España, no soltó ninguna frase de tebeo.
No pudimos ver salir de su boca otro de esos poemas postistas, en forma de perlita de Huelva, dignos de un Carlos Edmundo de Ory o de la simpar Gloria Fuertes. El caso es que atesora este Rajoy ‘disfuncional’ el don de la inoportunidad, cual Gollum tristemente encorbatado. Registrador de la propiedad del anillo comunitario que es España.
No logramos regocijarnos con algún que otro verso suelto en la onda “Dije que bajaría los impuestos y los estoy subiendo”, “A veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión y eso es también una decisión” o “Es el vecino el que elige al alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde”. A Rajoy se le entendió esta vez casi todo. En plan sujeto, verbo y predicado. No pudo ser. Qué pena.
Nada puede nunca ser con este presidente por accidente.
Rajoy anda ya inmerso en una etapa azuloscuracasinegra de su propia biografía. Parece sudársela todo, de hecho. Todo menos esa gran coalición en la que insiste, obnubilado, frente a un tercer grado anunciado al que se somete más por precaución que por devoción. La gran coalición, a la alemana, o a la austriaca (aunque ésta algo menos) es su chispa de la vida. Eso sí, se arrepiente Rajoy de un modo furibundo por los SMS que envió a Bárcenas. No se acierta siempre en la vida. No. Desde luego que no. “Luis, sé fuerte”, “sé fuerte”, “sé fuerte”, “¡sé!”, “¡fuerte!”.
“Mañana te llamaré”. Y concede deseos, este Rajoy en funciones a quien no abandona el ‘mono’ de poetizar la sacrosanta estulticia: “Pues pida usted un deseo, que si puedo se lo concedo. Lo que pasa es que, aunque sea presidente del Gobierno, el presidente del Gobierno puede lo que puede, que no es demasiado. Ya me gustaría poder más para hacer más cosas”.
Quedó bastante claro, eso sí, que Mariano Rajoy Brel no es Artur Mas. Ni va a dar un paso al lado. Ni va a entrar a comentar lo que dice o deja de decir Esperanza Aguirre. Porque ella trabaja. Hace lo que puede en beneficio de su país. Y punto. Y él (Rajoy) encantado. No pondría (Rajoy) la mano en el fuego por ella (Aguirre) porque desconoce qué es poner la mano en el fuego. Eso sí, se fía. Claro que se fía de ella. “Yo me fío de la mayoría de la gente hasta que me demuestren que no puedo fiarme”. O sea: hoy (Mariano) no se fía; mañana, sí.
Sacó su iPad el Follonero como si fuera un arma blanca, una cachiporra, una katana con la que convertir en carpaccio a su entrevistado. Le caen a Rajoy encima los fantasmas de su pasado cual andanada de vídeos de primera chungos, aunque se defendió como gato panza arriba. Quedó bastante claro, eso también, que Rajoy no es un juez. Y por eso no entra a valorar el que, en el PP, entre tanta gente honrada, se le haya colado tanta gente no honrada. Nos enteramos que todo lo que no es Rajoy gracias a esta entrevista. Sin embargo, seguimos sin saber quién o qué diablos es Rajoy. Más allá de un político que sigue confundiendo la ironía sextina con el tocino. Y que no deja de repetir “No se acierta siempre” por más que su entrevistador le salga con un “Desde luego. Yo acierto muy pocas veces” y se vea obligado a cambiar de tema con un “Yo menos que usted”. He visto a besugos dialogar mucho mejor.
A los 30 largos minutos pasados, Rajoy se lleva a Évole a su radiante y blanco despacho. Bien, porque estaban empezando a quedarse pajaritos por culpa del frío reinante. Rajoy, empeñado en mostrar su mejor cara, va de buen rollito. Ya le gustaría a él no aislarse. “Pero no es fácil. No es fácil”. Nada es fácil para este presidente que no tiene criterio sobre casi nada porque no puede saber lo que pasa en España cada minuto del día. “Llegamos hasta donde llegamos”, tercia, muy serio. Y ahí lleva toda la razón.
“¿Qué le diría a Arnaldo Otegi?”, pregunta. “Pida usted perdón por los asesinatos que usted ha apoyado durante muchos años”, respuesta. Por fin cae una contestación a la altura de la pregunta. Aunque las siguientes vuelven a convertirse en balones fuera. El bombardeo se intensifica: “¿Le parece de sentido común que, en 2016, miles de españoles no tengan claro dónde están enterrados sus abuelos?”, “¿Le parece de sentido común que todos los españoles paguen el IBI y la Iglesia no?” y en este plan. Respuesta única (y para ‘dummies’): “Es opinable. En la vida no es todo blanco o negro. La vida tiene grises. Por fortuna”. Seguro que en estos momentos, dentro de los oídos de Rajoy, sigue sonando un pitido con el tonillo desenfadado de Évole: “¿Le parece de sentido común…? ¿Le parece de sentido común…?”.
Rajoy, contra las cuerdas. Pero manteniendo el tipo. “Usted sólo se fija en lo malo, don Jordi”. Y abronca a Évole por no ser equilibrado. Sobrevive Rajoy realquilado en Barrio Sésamo y por eso no deja de buscar el lado bueno de las cosas. Como el Brian de los Monty Python una vez crucificado. Rajoy ha conocido España. Eso es lo más bonito que le ha pasado en estos años de acción mutante, según confiesa. Y se encuentra con ganas de seguir y tiene experiencia para hacerlo. Aunque no tenga WhatsApp, sino SMS normal. Y cierra con un: “Todos los que hablamos mucho corremos el serio riesgo de equivocarnos” que acabará siendo marca de la casa. De su casa. O Marca España. Como si lo viera.