Tiene la piel muy blanca y fina, y entre las arrugas propias de la edad asoman unos ojos brillantes llenos de conocimiento y ganas de aprender. Ana María Lajusticia tiene 92 años y es una conversadora incansable; cuenta sus historias, miles de ellas, se entretiene en algún rincón de su memoria, pasea por sus vivencias y desprende conocimiento. Pasar un rato de charla con esta emprendedora sirve, sobre todo, para aprender.
Su punto fuerte (y también el débil) es el magnesio: defiende este compuesto químico a capa y espada. Es la base sobre la que creó su empresa, la que lleva su nombre y con la que comercializa más de 30 productos, todos con magnesio.
Vivió durante 20 años metida en un corsé ortopédico con dolores articulares propios de la artrosis. Sufría mareos, dolores de cabeza, parpadeo incontrolado, incluso taquicardias y ansiedad. Le diagnosticaron diabetes, tuvo infecciones, la operaron de la garganta... "Tenía una salud de espanto", recuerda, "y como me gusta la comida barata como las legumbres, tenía un déficit de magnesio terrible". Aparece la palabra clave y su discurso se acelera. Porque dice que al incrementar las dosis de magnesio en su alimentación le cambió la vida. Y eso es su pasión.
Los cambios llegaron porque Lajusticia empezó a comer chocolate, almendras, alimentos ricos en magnesio. "Lo que me pedía el cuerpo", matiza. Al notar esos cambios, esta licenciada en Químicas se adentró en estudios de nutrición. Tenía seis hijos pero se había casado con un 'payés' de Anglés, un pequeño pueblo de Girona, y a los hijos los internaron para que tuvieran una buena educación. "Tuve mucho tiempo para poder estudiar", resume.
De los conocimientos que adquirió concluyó que el magnesio es imprescindible para el buen funcionamiento del organismo y que la mayoría sufrimos de un déficit de este compuesto. Antes se encontraba presente en los abonos pero al mecanizarlo todo y retirar a los animales del campo, el magnesio desapareció considerablemente.
"Empecé a comprar magnesio en las droguerías y a los tres años me pude quitar el corsé.
Hay que trabajar mucho pero además hay que tener suerte. Yo la tuve". Fue entonces cuando le encargó pastillas de magnesio a un farmacéutico de la zona y su actual imperio empezó a coger forma… En la actualidad comercializa unos 30 productos que venden en Europa y se están expandiendo a América Latina.
Y de esas primeras pastillas de droguería a la gran producción, nacional e internacional, que ha fundamentado la empresa que lleva su nombre: Ana María Lajusticia. Les sonará a muchos; ahora aparece en anuncios televisivos en una nueva campaña publicitaria. Ya en los 50 su nombre era conocido y en los 60 supuso un boom que logró poner de moda el magnesio entre las críticas de algunos sectores médicos.
Se levanta entonces, rauda y segura, y saca un libro de la estantería. Lo abre y lo muestra, subrayado en colores, manoseado, destripado como una Torá en manos de un rabino. Muestra fórmulas químicas incompresibles para el visitante. Aunque sus explicaciones son tan claras y apasionadas que uno termina medio entendiendo lo que allí está escrito.
Con el segundo libro que Lajusticia abre, más ancho y gordo que el anterior, uno ya ve las fórmulas en las aparece el magnesio y algunas de las sinapsis clave. El tercer libro parece que pueda aplastar a la entrevistada, y ella los abre sobre la mesa con un golpe. "Mira, aquí está todo, yo no he descubierto nada, yo me aprovecho de lo que han descubierto otros investigadores. El magnesio es la clave de todo". Parece que se entiende…
- ¿Por qué no se habla del magnesio?
- Resuelve demasiadas cosas a demasiado buen precio.
Sonríe entonces con ese brillo en los ojos, pícaro, inteligente, vivo y apasionado. Acude cada día al despacho -"algunos días me quedo en casa por las mañanas”, dice con cierta culpabilidad-. Es su hobby, no su trabajo: “Es muy fácil hacerlo porque no es una obligación". Y encima ahora ya puede estar tranquila porque ha encontrado su relevo.
Una de sus cuatro nietos (dos chicos y dos chicas) estudia nutrición en la universidad y quiere tomar el testigo de su abuela. "Le tengo que contar que no todo lo que le explican en la universidad es como dicen que es. ¡Le enseñan muchas tonterías!".
Al mirarla, uno podría entretenerse en sus ojos, en ese destello, en su piel clara y suave, las manos en movimiento, la sonrisa pilla. Y al escucharla, su discurso directo y pleno hipnotiza y dirige el caminar hasta la farmacia más próxima. ¡Una de magnesio, urgente!. Fíjense en el final: ¿Algún truco para estar mejor? "Sí", sonríe con una pequeña reprimenda, "¡tomar magnesio!".