"Esa misma mañana habíamos embarcado en el aeropuerto de Zúrich. Fue a las once y media. Me acuerdo bien, los detalles del viaje habían sido preparados con esmero. El rey Juan Carlos nos había prestado un pequeño avión oficial con el fin de que nuestra salida desde España no se produjera al abrigo de las miradas. Es por ello que despegamos de la base militar de Torrejón, en lugar del aeropuerto de Madrid, donde ya había periodistas instalados". Simeón de Bulgaria recuerda en sus memorias, que presenta este jueves en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, su amistad con el rey emérito, que acudirá a la presentación, al igual que Doña Sofía. "Informé al rey Juan Carlos de lo que pensaba hacer, pues al fin y al cabo era huésped en su país. Era lo mínimo a fin de no meterle en apuros en una cuestión de política exterior…Tengo a mi primo por un gran hombre de Estado, pero también por un querido amigo de juventud".
Después de 50 años en el exilio español, Simeón de Bulgaria volvió a su país con el apellido ficticio que utilizaba su padre, Rylski, y que sus hijos también llevaron los primeros años de colegio en España. "La gente se colocaba junto las vías para lanzarnos flores. En las estaciones, los habitantes salían y nos recibían entre vítores. Recuerdo, entre ellos, a un anciano que corría gritando: '¡Viva el rey!'. Ese fue el día más feliz en la vida de Simeón de Bulgaria, según cuenta en Un destino singular, de Ediciones Nobel. Pero su infancia fue mucho más amarga. El rey de los búlgaros fue entronado a los 9 años tras la extraña muerte de su padre, días después de reunirse con Hitler. "Jamás he olvidado el cadáver expuesto, la frente y las manos gélidas que tuve que besar".
Poco después tuvo que huir del país, ya que gran parte de su familia fue asesinada por el régimen comunista. "Me vi obligado a ser serio, a aparentar, a aceptar esta representación casi teatral de una función que no me deja libertad para expresar mi verdadera personalidad". Su madre les obligaba a hablar búlgaro para no olvidar el idioma, pero mientras tanto, en el país donde años después sería primer ministro, los libros de texto le daban por muerto.
Cuando llegaron a España, se instalaron en una villa en el barrio de Metropolitano. La reina de Italia les dio el dinero para comprarla. "Al principio no teníamos nada para amueblar esa gran villa, pusimos los colchones directamente sobre el suelo". Pero poco a poco hizo amistades en la capital española. En el Liceo francés compartió clase con la hija de Pablo Picasso y Marie-Thérése Walter, Maya Picasso. Y años más tarde conoció a la que sería su mujer, Margarita Gómez-Acebo. "La belleza e independencia de Margarita me sedujeron desde el principio…ella era huérfana, y no tuve que pedir su mano a su padre, pero lo hice a su hermano mayor, José Luis”.
La pareja se hizo muy amiga de Juan Carlos I y Doña Sofía. "Los cuatro teníamos la misma edad y salíamos fácilmente juntos: venían a pasar fines de semana a nuestra casa del lago, cerca de Madrid, nos invitaban a las mismas cacerías y nos encontrábamos en Mallorca, donde mis hijos pasarían más adelante tiempo con sus primos", relata. Años después, la infanta Cristina conservó una buena amistad con su hijo Kardam de Bulgaria, ya fallecido, y con su esposa. Felipe VI también es amigo de Kyril de Bulgaria, tan solo cuatro años mayor que él. Los dos estudiaron en Madrid y después en Estados Unidos, Kyril en Princeton y el Rey en Georgetown. Los dos son amantes del esquí y se han casado con españolas no pertenecientes a la realeza, aunque Kyril se divorció de la modelo mallorquina Rosario Nadal en 2009. Ahora, Kyril es consultor financiero en la City de Londres y Felipe VI cumplirá dos años como Rey de España el próximo 19 de junio.
Simeón II no asistió a su proclamación. Sí acompañó a Don Juan Carlos el día anterior, en su abdicación. En el libro justifica su ausencia. "Vine desde Sofía sin poder asistir al día siguiente porque debía regresar", y describe aquel día: "a pesar de la normalidad constitucional, percibí una gran emoción en todos los presentes, y en mí mismo cuando lo abracé al salir del salón…en el avión de regreso, me pregunté si este acto era fruto de la abnegación y la lucidez, o bien de cierto alivio".