A Leandro de Borbón le hubiera gustado irse de otra forma. Llevándose consigo una llamada o un abrazo de su sobrino, el actual rey de España, Felipe VI. En las últimas conversaciones mantenidas con él así lo manifestaba. Ese anhelo había aumentado especialmente en estos meses, cuando su salud ya se había deteriorado notablemente desde que a principios de año tuviera que ingresar por una neumonía que le dejó en una situación física muy delicada.
Tampoco se encontraba bien de ánimo. En los últimos años, desde la residencia donde vivía junto a su esposa, sólo pedía tranquilidad y el afecto de los suyos. Ya había aparcado definitivamente esa lucha por sus derechos que le llevó toda una vida y que ahora sus hijos pretendían continuar.
Con sólo 10 años descubrió su origen real. Para entonces su madre, la actriz Carmen Ruiz Moragas, ya había fallecido. Y aunque su padre, el rey Alfonso XIII, no le reconoció como hijo suyo, se preocupó por sus estudios y por su manutención, al igual que por los de su hermana, María Teresa.
Así creció Leandro, quien vio pasar los años hasta que, ya siendo abuelo y con dos matrimonios y 7 hijos a sus espaldas, la justicia española le reconoció por fin como hijo bastardo legítimo de Alfonso XIII y pudo cambiar sus apellidos, Ruiz Moragas, por los de De Borbón Ruiz. Tenía entonces 74 años. Para ello, tuvo que presentar numerosas pruebas, entre las que se encontraban todos los justificantes de pago que le había hecho su padre en el extranjero, libros y varios testimonios que avalaron su historia.
Pero la batalla no acabó ahí. El título de Infante de España, que se otorga a una persona por su condición de hijo de rey, nunca le fue concedido. Ni, por lo tanto, el derecho a ser enterrado en el Panteón de Infantes de San Lorenzo del Escorial, en Madrid, donde se encuentran los restos de su padre, de su abuelo y del resto de la familia.
En todos estos años tampoco ha recibido parte de la herencia que le corresponde como vástago de rey. Hasta hoy, Leandro de Borbón era el único hijo vivo de Alfonso XIII y, sin embargo, tras la apertura del testamento, nada le fue otorgado, como sí sucedió, por ejemplo, con Don Juan, el padre de Don Juan Carlos, que recibió su parte correspondiente.
Pero Leandro ya había dejado de luchar, sobre todo por la herencia. El título de Infante de España sí le hacía ilusión, tal y como reconocía en sus últimas conversaciones. Pero respecto al resto de cosas ya se había resignado. Ya no le quedaban fuerzas, solía decir. Vivía con una pensión de 500 euros al mes y sus hijos contribuían a pagar su estancia en la residencia. No quería más.
También hacía aceptado estoicamente el lugar en el que descansarían sus restos una vez falleciera. Nunca reclamó públicamente ese sitio. Él tenía el suyo en La Almudena, donde finalmente será enterrado este domingo, tras un velatorio en el tanatorio de San Isidro.