Miércoles 5 de octubre de 2011, la capital hispalense amaneció soleada. El cielo, de un intenso azul, contrastaba con el blanco de las paredes encaladas, típicas de las casas de la laberíntica ciudad. Confiriendo un brillo especial al albero que reviste el palacio de los Alba. Azul, blanco y amarillo. Sevilla había elegido los colores para la bandera de esa jornada inolvidable. A las puertas del palacio se agolpaban desde primera hora de la mañana cientos de sevillanos y curiosos que no querían perderse este histórico acontecimiento. Algunos portaban incluso pancartas con imágenes de la pareja.
Alfonso Díez, el que había llevado a gala su soltería, estaba por casarse con María del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, XVIII duquesa de Alba de Tormes. Para Cayetana con 85 años fue su tercera boda, y para Alfonso, con 60 años, la primera. Fue una boda por amor, porque Alfonso no tenía intención de casarse y menos aún de haber sabido la batalla que iba a suponer llegar hasta allí. Pero la duquesa de Alba siempre se salía con la suya y tasó su amor por Alfonso en el 90% de su fortuna. La que tuvo que entregar a sus hijos meses antes para que se convencieran de que estaba enamorada y quería pasar lo que quedara de vida al lado de este hombre maravilloso, culto, con el que compartía aficiones y que tanto la cuidaba.
Hoy es un día triste para él. Desde que Cayetana falleció hace ahora casi dos años, él enmudeció. Su silencio es su dolor y sólo habla con los más íntimos. Y siempre la tiene presente y aún hoy, sus ojos brillan al recordarla y sus manos buscan las suyas para acariciarlas. Era una de las cosas que más le gustaban al duque viudo de su mujer. Aquel 5 de octubre, también miércoles, si uno repasa las imágenes, no se soltaron del brazo ni de las manos.
Carmen Tello, amiga íntima de la duquesa, fue designada madrina del enlace por expreso deseo del novio. Mientras otros hablaban de la relación sin apenas conocerles, Carmen la vivió desde sus inicios. Viéndola crecer poco a poco pero, sobre todo, con la influencia que dejó en Cayetana: "Se viene arriba cuando lo tiene a su lado. Él es muy cariñoso con ella, optimista y positivo", declaró en una ocasión.
En la capilla del palacio de Las Dueñas en Sevilla aguardaban una treintena de invitados. Para la ocasión, Marta Pastega, propietaria de la floristería Búcaro, la decoró con flores blancas y rosas. La novia llegó del brazo de su hijo primogénito, Carlos Fitz-James Stuart, que ejerció de padrino del enlace. La ceremonia la ofició el sacerdote sevillano y confesor de la duquesa, Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp.
A las 13:00 horas en punto, la pareja se dio el 'sí, quiero'. Sus rostros apenas podían ocultar la felicidad del momento. Quedaban atrás tres largos y duros años de lucha y desgaste intentando convencer a su familia, amigos –y al mundo entero– de que lo suyo era una historia de amor verdadero, y que las únicas pretensiones de aquel 'joven' funcionario –ya al borde de la jubilación– eran cuidarla y quererla hasta el fin de sus días. Pocos podían entender que, además, para la duquesa, ese amor era la mejor medicina, la razón de seguir viviendo con ilusión.
En la ceremonia estaban presentes cuatro de sus seis hijos: Carlos, Alfonso, Fernando y Cayetano. Los dos grandes ausentes fueron Jacobo y la pequeña, Eugenia. Ésta, tal y como informó la propia Casa de Alba, ingresó ese mismo día en la clínica Ruber Internacional de Madrid con fiebre alta, consecuencia de una varicela aguda que la retuvo ingresada una semana. Jacobo no acudió porque estaba enfadado con su madre por unas desafortunadas declaraciones sobre su mujer, provocadas por las quejas que el matrimonio había mostrado anteriormente sobre el reparto que ésta había hecho de la herencia.
Los recién casados quisieron agradecer a los sevillanos todo el cariño recibido y salieron a las puertas de palacio. Cayetana protagonizó una escena que ha pasado a la posteridad. Llevada por la emoción, en un impulso acorde con su carácter –no era muy dada a los discursos y prefería dejar claras sus ideas con sus actos–, se quitó las manoletinas de encaje a juego con el vestido estilo romántico, en gasa de seda natural, color rosa y encaje ajustado en la cintura, con un lazo de terciopelo de seda color verde lima que le confeccionaron sus amigos Victorio & Lucchino.
Se puso a bailar una rumba al son del grupo popular sevillano Siempre Así. La duquesa se entregó al baile, una de sus grandes pasiones, con la energía que le procuraba el amor que sentía en esos momentos. Al día siguiente, esta instantánea acaparó las portadas de las cabeceras internacionales más importantes. Todos –incluido el prestigioso periódico estadounidense The New York Times y el británico The Sun– destacaron que, a sus 85 años, la duquesa de Alba había querido celebrar su amor bailando sevillanas.
Cinco años después de aquel mágico día, su viudo no podía imaginarse que se marcharía tan rápido. Cada aniversario le hizo un regalo. Porque Alfonso, como decía Cayetana, era muy detallista. Este quinto quizás hubiera tocado volver a Les Près d'Eugènie, el palaciego Relais & Château francés, donde disfrutaron de su luna de miel. Ella no podía vivir sin él, pero él tampoco puede vivir sin ella. Les queda otra oportunidad, si existe, en el más allá.