Suena el teléfono de la primera ministra de Reino Unido, Liz Truss (47 años). Al otro lado de la línea telefónica se escuchan unas enigmáticas palabras que sólo los dos interlocutores entienden: "London Bridge is down". Ambos cuelgan rápidamente. La operación ya está en marcha.
Se trata del plan secreto que el palacio de Buckingham tiene preparado para el momento del fallecimiento de la reina Isabel II (96 años). Nada queda al azar. The Guardian ha revelado los pasos a seguir por parte de todos y cada uno de los miembros que componen la institución británica, sean royals o empleados. Algunas de las medidas, que se pondrán en marcha incluso antes de que el fallecimiento se produzca, ya se tomaron cuando murieron otros reyes del país. Incluso los monarcas de otros países tienen también previstos sus respectivos funerales, como es el caso de la reina Margarita de Dinamarca (82).
Una de las hipótesis que maneja tanto el Gobierno británico como la BBC es que Isabel II fallecerá a causa de una enfermedad corta. Su familia y los doctores que la atienden ya están preparados y permanecerán, en ese momento, junto a la reina. Así ocurrió con la madre de la actual monarca. El médico mayor será el encargado de restringir el acceso a la habitación así como la información que debe hacerse pública en esos momentos.
El palacio de Buckingham tiene prevista la emisión de contados boletines informativos que, de forma puntual, aportarán únicamente los detalles que el pueblo deba conocer. El príncipe de Gales -y no su hijo, para disgusto de los británicos- se convertirá en rey casi al mismo tiempo que los ojos de la reina se cierren. En ese momento, los hermanos de Carlos de Inglaterra (73) besarán su mano.
El encargado de dosificar la información será, a partir de ese momento, el secretario privado de la reina, Sir Edward Young, que está a su lado desde julio de 2017. Será él quien deba ponerse en contacto con la primera ministra, sea la hora que sea. Las palabras claves serán las que dan nombre al plan: London bridge is down. A partir de entonces la noticia saldrá de Reino Unido rumbo a los 15 países que están también bajo el regio cetro de Isabel II y a los 36 restantes de la Commonwealth.
Una vez que la información llegue hasta el resto de dirigentes mundiales, los ciudadanos conocerán casi simultáneamente el fallecimiento. Las redes sociales y la rápida capacidad de reacción de los medios de comunicación posibilitarán que la noticia se transmita mucho más rápidamente que en la época de Jorge VI. En ese instante, un lacayo vestido de luto abrirá las puertas del palacio y colocará una nota en las rejas, mientras que la página web se oscurecerá con un fondo sombrío y el mismo texto.
En la BBC se activará el sistema de transmisión de alertas por radio, una alarma que se empleaba durante la guerra fría. En realidad, prácticamente todos los medios de comunicación tienen listos obituarios y especiales sobre el tema. Reino Unido se toma tan en serio esta cuestión que hasta las estaciones de radio comerciales cuentan con una red de luces azules que se encienden en caso de catástrofe nacional. La muerte de Isabel II es una de ellas. Por ello se repetirá varias veces en las distintas emisoras cada cierto tiempo, tal y como sucedió con su padre y se suspenderá toda la programación para que los presentadores, de riguroso luto, informen del deceso.
El protocolo desde Balmoral
Si muere en Balmoral, se llevará a cabo un ritual escocés: la reina será custodiada por la Real Compañía de Arqueros, que llevan plumas de águila en sus sombreros. Posteriormente, el ataúd se llevará a la catedral de San Giles antes de ser subido a un tren en una procesión a cuyo paso se sucederá la multitud y se lanzarán flores.
En el caso de que la Isabel II muera en el extranjero, tampoco habrá ningún imprevisto: un avión de la Royal Air Force, listo para emergencias reales, despegará con un ataúd a bordo. En el caso de que el fallecimiento se produzca en su residencia vacacional de Sandringham, será un coche el que traslade el cuerpo de la monarca Isabel II.
En cualquiera de los escenarios que se barajan, el cuerpo de Isabel II terminará en la sala del trono del palacio de Buckingham. Allí, en una especie de altar, cuatro guardias con sus sombreros de piel de oso y sus rifles vigilarán permanentemente. No habrá tiempo para la tristeza. Cada uno sabe lo que tiene que hacer. Las banderas bajarán y las campanas de las distintas iglesias sonarán con fuerza, incluidas las de la Abadía de Westminster.
En cualquier caso, el plan no es algo que se haya esbozado en los últimos días. Desde los años 60 se han sucedido las reuniones (dos o tres anuales) con los distintos actores implicados en el proceso. El plan se actualiza constantemente y las versiones que quedan desfasadas se destruyen. Lo que sí está claro es que se imprimirán 10.000 invitaciones para la consiguiente proclamación de Carlos como rey, algo que ocurrirá en las 24 horas siguientes al fallecimiento, previsiblemente, y en el que no faltarán los disparos de cañones.
Lo que ocurrirá los 9 días siguientes también forma parte del estricto y rígido plan británico: se sucederán las procesiones y los desfiles hasta el día del entierro, el noveno a contar a partir del fallecimiento. Ese día, a las 9, el Big Ben hará sonar su campana con un tono más apagado de lo habitual. Dos horas después tendrá lugar la celebración del funeral, que será retransmitido -los rostros de la Familia Real no aparecerán en pantalla-. Posteriormente, Isabel II será trasladada hasta Windsor, en cuya cripta descansará, después de que su hijo, el ya rey Carlos, deje caer un puñado de tierra roja de un cuenco de plata.
Con todo, hay unos cuantos flecos que quedan por decidir. Serán los referidos al propio Carlos, que tendrá capacidad para modificar ciertas cosas, no así el momento de su primer discurso como jefe de Estado, que se producirá la noche del día del fallecimiento de su madre.