La reina Sofía (79 años) hará esta tarde los 50 kilómetros que separan Ginebra de Aubonne (Suiza). La madre de Felipe VI (49) se encuentra en el país helvético en casa de su hija pequeña, la infanta Cristina (52), para celebrar el cumpleaños de su nieto Pablo, que sopla hoy 17 velas. Entre la ciudad en la que residen los exduques de Palma y la localidad en la que falleció ayer su primo, Miguel I de Rumanía, hay una corta distancia bordeando el lago Leman.
El monarca rumano era el primo favorito de doña Sofía. Juntos habían compartido una etapa de sus infancias en Suiza, donde ambas casas reales, la griega y la rumana, se habían instalado para vivir sus largos y amargos exilios. El Príncipe de Hohenzollern y la reina española eran nietos de Constantino de Grecia, el rumano por su madre, Elena de Grecia y Dinamarca, mientras que la esposa de don Juan Carlos (79) por la suya, Federica de Grecia y Dinamarca.
Miguel compartió el destierro de sus tíos Jorge II de Grecia y Pablo I, estuvo en la trastienda de las bodas de su primo Constantino y ayudó a que la relación entre su prima Sofía y el príncipe Juan Carlos de España fuera hacia delante.
Cuando la reina Sofía era pequeña, no tenía ni diez años, fue una de las niñas que acompañó al altar a Miguel de Rumanía y Ana de Borbón Parma en la catedral de Atenas. No sólo para la reina emérita era un gran amigo, don Juan Carlos también le tenía una gran estima. Aunque el padre de Felipe VI no acudirá a Suiza, como su esposa, seguramente lo haga al funeral de estado que tendrá lugar en Bucarest, capital rumana, en unos días. "Las relaciones con la familia real española son muy buenas. Aunque nos vemos muy poco", contó el rey Miguel I de Rumanía en una entrevista en su casa suiza hace seis años. "Nos acerca no solo la proximidad familiar, sino el destino histórico. También la reina Sofía sabe lo que es el exilio. Ella y el rey de España han dedicado sus vidas a la tarea de apoyar las instituciones democráticas de su país, igual que hemos hecho nosotros en el nuestro".
El monarca rumano, que en realidad no reinó en su país más de diez años y no seguidos, vivió un largo destierro que se prolongó durante más de medio siglo, algo que marcó, sin duda, su carácter reservado y taciturno, un dolor que le acompañó hasta el final de sus días, que han sido muchos, ya que ha fallecido con 96 años por culpa de una lenta y larga leucemia.
A pesar de que la caída del comunismo en Rumanía le permitió regresar a su país, donde ha podido restablecer su título de Rey (aunque no la popularidad, una encuesta reciente asegura que sólo el 30% de los rumanos quieren un regreso de la monarquía) y parte de sus bienes, Miguel nunca se instaló del todo en su país. Tras cincuenta años fuera de Rumanía, volvió a pisar su patria en 1992, con medio millón de personas esperándole en la plaza del ayuntamiento de Bucarest. Cinco años después, el Gobierno rumano le invitaron a fijar su residencia allí. Desde entonces la participación de la familia real en la vida pública rumana no ha dejado de crecer. Uno de los momentos más emotivos fue durante el 90 cumpleaños del monarca, y en un gesto de reconciliación nacional, Miguel I fue invitado a dar su primer discurso ante las dos cámaras del Parlamento rumano. "La Corona no es un símbolo del pasado, sino una representación única de nuestra independencia, de nuestra soberanía y de nuestra unidad" dijo entonces defendiendo hasta el último día la vigencia de la monarquía parlamentaria.
Miguel I era un hombre serio y poco dado a sonreír. Nunca buscó la popularidad que rodea a su prima, la reina Isabel II, ni pretendió salir en las revistas del corazón, como sus parientes en Mónaco. Ocupó con discreción su puesto de decano de la realeza mundial debido a su edad, y único jefe de estado que vivió en primera persona la II Guerra Mundial.
Una de las pesadumbres de Miguel fue no tener ningún hijo varón. Porque la ley semisálica que durante casi siglo y medio ha regido en la dinastía rumana impedía que ninguna de sus cinco hijas pudiera algún día a sucederle en el trono. Sólo recientemente el Consejo de la Corona, en conformidad con las nuevas autoridades democráticas rumanas, aprobó las disposiciones que han convertido a la primogénita del rey Miguel, la princesa Margarita, la legítima heredera, con la circunstancia de que ella tampoco tiene hijos.
Miguel era un hombre serio, marcado por una infancia complicada que tenía en la caza su mayor afición y que compartía en muchas ocasiones con el rey Juan Carlos en las fincas de Toledo y Extremadura. El monarca rumano era un gran tirador a pesar de ser zurdo y de que tuvieran que hacerle las escopetas especiales para él.
Otra de las curiosas aficiones que tenía el soberano era reparar antiguos Jeeps de la II Guerra Mundial, sus favoritos eran los que el ejército de Estados Unidos había enviado al frente ruso. Como el que perteneció al general Patton que restauró y se encuentra en la casa de Aubonne.
Su muerte representa la extinción de la realeza a la vieja usanza. Estuvo en la boda del príncipe Felipe con Letizia Ortiz, en abril de 2004. A propósito de ello, una vez le preguntaron por los matrimonios de herederos europeos con chicas de clase media. Él respondió: "La verdad es que están muy bien educadas, tienen estudios, pero no todas están preparadas para la tarea que se les encomienda. Algunas la desarrollan perfectamente; otras, así así".
La capilla ardiente del monarca se instalará en el salón de honor del castillo de Valea Pele, en Sinaia (Rumanía), y después se trasladará, durante dos días, al salón del trono en el palacio real de la Avenida de la Victoria, en Bucarest. La misa tendrá lugar en la Catedral Patriarcal de Bucarest, mientras que el entierro será en la nueva Catedral Ortodoxa de Curtea de Arges, a unos 155 kilómetros de la capital rumana. Los detalles del servicio funerario no se darán a conocer hasta este miércoles, día en el que también se abrirá al público un libro de condolencias, tanto físico (estará en el castillo de Valea Pele) como online, que estará accesible durante 40 días. Su historia termina en el mismo sitio donde comenzó.
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