"Creo que mi padre es Juan Carlos I (81). Y no solo lo creo por mi parecido físico con él, algo obvio, sino porque esta es la conclusión a la que he llegado tras años de investigaciones". Con estas contundentes y claras palabras, Albert Solá (62) deja claro desde el principio de su libro, El monarca de la Bisbal, que su padre es el rey emérito.
A esta conclusión ha llegado tras años de investigación, no exentos de episodios extravagantes y que bien podrían estar sacados de un libro de Conan Doyle.
Su historia comienza en el Palacio Real de Barcelona el 16 de agosto de 1956 cuando una joven de buena familia trae al mundo al pequeño Alberto Bach Roman. Lejos de ser una bendición, el niño suponía un problema para esta familia acaudalada. Un escándalo en una época donde la rectitud era mirada con lupa (y más en las altas esferas).
Así, fue alejado de su familia biológica y lo llevaron a la Casa Provincial de Maternidad de Barcelona donde ingresó como un "hijo expósito de padres desconocidos". Aquí comienza una vida repleta de espías, monarcas, secretos y extrañas coincidencias que Solà relata en su libro.
Infancia entre desconocidos
Según la investigación que llevó a cabo Albert, pasó sus primeros cinco años de vida en Ibiza al cuidado de una familia que "no me adaptaron, sino que me tenían a su cuidado a cambio de un estipendio".
Allí permaneció hasta 1961, cuando le devolvieron a Barcelona. Durante dos años vivió en una gran casa que bien "podría ser cualquier mansión de los barrios de Pedralbes, la Bonanova o San Gervasio". A su cuidado estaban dos adultos, cariñosos, pero desconocidos.
De esa época solo recuerda bien a una mujer, que piensa podría pertenecer a su familia. Era rubia, con el pelo cano, vestida con una falda y chaqueta de color beige y amarillo. Albert baraja que podría ser su abuela materna o la madre de Juan Carlos, María de las Mercedes, condesa de Barcelona. Pero tampoco está seguro, porque la información que ha obtenido de estos años ha sido parcial y con cuentagotas.
Un tipo de vida rodeados de lujos y opulencia pero entre desconocidos que terminaría a principios de 1964, cuando por fin fue adoptado por Salvador Solà y Antonia Jiménez.
Vida en la masía
Sus padres adoptivos eran personas humildes, que se dedicaban al campo en una masía del Ampurdán, en la zona de La Bisbal. Fue una infancia rural, dedicada a la agricultura, el cuidado del ganado, yendo los domingos a misa (para que los vecinos les vieran, no por una verdadera fe), a su trabajo como monaguillo...
Sin embargo, había algunos detalles extraños que Albert nunca llegó a entender. La vida en el campos era tranquila, laboriosa y no exenta de algunos apuros económicos. Por eso, le extrañó que cuando cumplió 16 años le regalaron una moto Guzzi.
"En casa no había dinero para ese tipo de regalos [...] No dejé de sospechar que había alguien, a quien no conocía, que nos había ayudado económicamente. y esta persona pensaba más en mí que en mis padres", asegura.
Con 18 años, además, le regalaron un Renault 5. "Estaba claro que alguien de mi familia biológica (paterna o materna) quería que llevara una vida más desahogada de la que me correspondía por mi edad y estatus".
La mili
En 1977 tuvo que marcharse a hacer la mili, el servicio militar obligatorio que duraba catorce meses. Solía ser un suplicio para la mayor parte de los jóvenes, que eran arrancados del seno de su familia para adentrarse en la vida adulta con un petate a las espaldas y un fusil en la mano.
Durante las dos primeras semanas no fue el caso de Albert Solá: "Básicamente, tenía que estar listo a primera hora de la mañana cuando tocaban corneta y debía esperar a que pasaran lista. Después podía hacer lo que quisiera hasta la hora de la retreta, cuando se producía el toque de corneta que indicaba el final del día, se lía el orden siguiente y se volvía a pasar lista".
Posteriormente pasó por el campamento de Alcalá de Henares y el de Leganés, donde entró a formar parte de la banda tocando la corneta. Un puesto con el que se ahorraba tener que hacer las agotadoras marchas y con el que pudo ver en varias ocasiones al rey Juan Carlos: "Con el tiempo, pensé que quizá el rey había tenido curiosidad por verme de forma discreta".
Su vida transcurría entre privilegios velados a los que muy pocos tenían acceso, y menos en la mili. Como en 1978, cuando su padre tuvo un accidente (leve) y le dieron 8 días de permiso para poder ir a verlo. De camino al cuartel de Leganés, uno de sus compañeros se percató de que algo raro ocurría:
- Oye, chaval, pero ¿tú quién eres?
- Que yo sepa no soy nadie, pero me tratan muy bien en el ejército y no sé por qué.
- ¡Ya te digo! Tenemos que llevarte expresamente, para dar la vuelta y volver a Los Monegros.
¿Lo más extraño de todo? Su padre no había sufrido ningún accidente, "más tarde llegué a la conclusión de que el motivo de mi permiso fue protegerme del ambiente tenso que se vivía en el ejército justo antes del golpe de Estado", explica.
Investigando sus orígenes
A principios de 1982, tras una vida de extrañas comodidades a las que no encontraba una explicación, Solà decidió investigar sus orígenes. Primero visitó la Casa Provincial de Maternidad de Barcelona, en la que fueron reacios a proporcionarle información. Un silencio con el que no se conformó el joven Albert, que consiguió que el director admitiera: "Tu padre forma parte de la alta política. Si no ocurre nada en este país, este señor permanecerá muchos años en el poder".
Fue lo máximo que consiguió en esa visita. No podía seguir investigando, no obstante, porque viajó a México para buscar una fortuna que no encontraba en España. Allí se labró un gran futuro profesional que le valió una posición acomodada y una familia, con mujer e hijas (tanto fuera como dentro del matrimonio).
Sin embargo, no podía dejar de pensar en sus orígenes, y menos cuando recibió una carta de la Casa Provincial de la Maternidad en la que aseguraban que había aparecido su madre biológica, Josefa, y le preguntaban si quería ponerse en contacto con ella.
Ante Albert se abrió una puerta que ofrecía respuesta a la pregunta que tanto le perseguía: ¿De dónde provenía? Solà se puso en contacto con la hija de Josefa (ella no podía hablar) con la esperanza de resolver sus dudas, pero solo encontró más interrogantes y situaciones inexplicables. "Las versiones de la hija se contradecían; decía haber encontrado a más hermanos, sin dar más detalles, y además Josefa estaba enferma y no quería hablar con nadie". Unas sospechas que confirmó en 1995, tras recibir una llamada anónima que le informaba que Josefa no era su madre.
Contrata detectives
Pasaban los años y no sabía quién era su familia o de dónde venía, por lo que a mediados de 1998 se decidió a contratar a detectives privados. Estos descubrieron que su madre podría ser Ana María Ramón Bach, que procedía de una familia de banqueros. La joven se había quedado embarazada cuando tenía 18 años de un niño al que llamaron Alberto, pero se la llevaron a Suiza y el niño desapareció. Los detectives descubrieron, además, que podría estar relacionado con alguien de la Familia Real.
¿El problema? Los investigadores se lo comunicaban por teléfono, pero no tenía ningún documento que lo probara, por lo que empezó a sospechar de ellos: "A mí toda esa información retorcida me provocaba sentimientos ambivalentes".
Eso, unido a que no había conseguido responder a las las preguntas claves, lo llevó a prescindir de su servicio y buscar por su cuenta. ¿Otra nueva cosa extraña? Al realizar los últimos pagos la empresa de detectives desapareció. Con el tiempo llegó a la conclusión de que "cuando supieron de quién era yo hijo en realidad, aceptaron ocultar mi nombre real".
En este aire de misterio y preguntas sin respuesta, poco después del caso de los investigadores que desaparecieron sin dejar rastro, un tal Javier se puso en contacto con Albert. El catalán desconocía quién era ni qué quería, solo sabía que sospechaba que podría ser un agente secreto. Pero tampoco estaba seguro, fue una incógnita más que se sumó a esta larga lista de interrogantes.
Aún así, le escuchó, se trasladó a España para encontrarse con él y consiguió averiguar que estaba relacionado con Juan Carlos. El agente secreto le explicó que justo cuando él nació, el emérito había alardeado frente a sus más allegados de que acababa de ser padre de un niño en Barcelona.
Pero, de nuevo, Javier también empezó a ofrecerle informaciones ambiguas y extrañas que hicieron que Solà sospechara y decidiera volve a Ciudad de México antes de tiempo. Lo tenía todo planeado cuando recibió una llamada sin identificar: "Señor Alberto Solà Jiménez, sabemos que usted quiere regresar a México. Por su seguridad, no salga del país. Buenas tardes". Se quedó en La Bisbal pero nunca más supo de Javier.
Recurre a la justicia
Viendo que la investigación no daba sus frutos, optó por recurrir a la justicia: demandó a la Diputación de Barcelona, que era desde donde se tramitaban los papeles vinculados al archivo de la Casa Provincial de Madrid. Admitieron su petición y el 3 de julio de 2001, el juez pidió conocerlo en persona.
En la reunión, acompañados de su abogada, el procurado y de la fiscal, el magistrado hizo unas declaraciones que cambiarían su vida para siempre: "Señores, ya saben quién es el padre del señor Albert Solà Jiménez. Es don Juan Carlos de Borbón y Borbón, rey de España". El juez le entregó un sobre con 98 documentos y le dijo que todo lo que había dicho era extraoficial.
Al confirmar sus sospechas, se puso en contacto con la prensa y dio a conocer su historia. Semanas después le llamaron: "Señor Alberto Solà Jiménez, le llamamos del Palacio de la Zarzuela". Alberto se puso tan nervioso que se le cayó el teléfono y se cortó la llamada. Cuando volvieron a llamar, le pidió a una amiga que lo cogiera ella: "Dígale a su majestad que Alberto ya sabe que es su hijo", a lo que respondieron que se lo comunicarían al rey.
A partir de entonces las comunicaciones entre Solà y Zarzuela fueron habituales. "Un par de veces al año, básicamente para preguntarme cómo estaba. Recibí unas 12 llamadas en total", asegura.
Renuncia a la corona
Albert Solà también ha desvelado en este libro que ha tenido varios encuentros con miembros del CNI, con un tal Antonio y el director de la organización. Establecieron una buena relación y en una de estas ocasiones el director le pidió si podía renunciar a la Corona en una declaración que ellos mismos filmarían. "Les respondía que no me importaba hacerlo [...] No tengo ningún interés en la Corona, porque no he sido educado para ser rey, más bien todo lo contrario".
Tras renunciar a la corona, Albert asegura que le proponían resolver "de una vez por todas el asunto de mi paternidad. Y me ofrecieron realizar una prueba para comparar mi ADN con el del rey Juan Carlos". Le llamaron del laboratorio y le informaron que había una coincidencia del 99% en el ADN de ambas muestras.
El CNI también le confirmó que el rey le había protegido siempre. "Conocía mis correrías, puesto que recibía regularmente informes del CNI sobre mí".
Otros 'hijos ilegítimos'
A principios de 2012 recibió una llamada de Holanda. Ingrid Sartiau, quien aseguraba que también era una hija ilegítima del rey, quería conocerlo. Quedaron en Barcelona, y entablaron una buena amistad.
Ingrid le pidió hacerse varias pruebas genéticas para poder probar su parentesco. La primera dio una coincidencia del 91%, mientras que la segunda un 82%, cifras que daban a entender que no eran hermanos. Fue un varapalo para la holandesa y su marido, que llegaron a pensar los resultados estuvieron amañados. Desde entonces, su relación no volvió a ser la misma.
Sin embargo, sí estuvieron unidos para presentar una demanda por paternidad contra Juan Carlos. Tuvo lugar en otoño de 2012, pero el juzgado no la aceptó a trámite alegando que el rey era inviolable.
Albert dejó al abogado con el que habían estado trabajando, no así Ingrid. El caso de la belga llegó al Tribunal Supremo que lo archivó definitivamente aduciendo que mentía.
El catalán, por su parte, encontró otro abogado y llevó este caso ante la Audiencia Provincial. A principios de 2014, el juzgado admitió la demanda. Parecía que la justicia por fin iba a estudiar su caso, pero terminó rechazando el recurso justo cuando tenía lugar la abdicación del rey. Después llevó el caso al Tribunal Supremo donde su recurso no fue admitido a trámite.
Ahora, como último recurso, ha escrito este libro, El Monarca de la Bisbal. donde narra su vida: una historia repleta de espías, secretos, coincidencias extrañas y teorías conspiratorias.
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