El 2021 ha azotado con fuerza la tranquila vida de Isabel II (95 años). Pese a las polémicas que rodean a su familia desde el famoso Begxit o la acidez de los tabloides sensacionalista británicos que la han acompañado a lo largo de todo su reinado, la monarca siempre ha sabido mantenerse en un discreto plano y sin ser salpicada negativamente por los factores externos. Sin embargo, este año ha perdido uno de sus pilares fundamentales: su marido. El fallecido duque de Edimburgo era la figura que ensalzaba aún más el papel de la Reina, pero tras su adiós parte de su imagen pública ha quedado debilitada, y más todavía tras cumplir 95 años.
En los días posteriores al duro golpe de la muerte de su esposo, la monarca se mostró más apagada de lo habitual. En los primeros actos públicos días después del funeral, Isabel II dejó a un lado su risueña faz y solo era capaz de mostrar un rostro serio y una mirada algo perdida. Este cambio en su actitud, unida a la tristeza que irradiaba su cuerpo y sus movimientos, hicieron saltar las alarmas en los diarios ingleses sobre el estado anímico y de salud real de la regente.
Ante estas primeras habladurías, la Reina contraatacó llenando su agenda de compromisos para demostrar que su vitalidad está tan vigorosa como siempre y que aún le queda tiempo para abandonar el trono más longevo de Europa. Pero esta última semana ha añadido otro método a su estrategia por demostrar al país que no deben preocuparse por ella ni por su futuro.
Desde el pasado viernes 2 de julio, la monarca está obsesionada con exhibir ante la prensa y los ciudadanos su mejor estado de forma. Es consciente de que los medios la observan con mayor detenimiento desde que alcanzara la cifra de los 95 años y el fallecimiento de su mayor bastón en la vida, por lo que cada vez hay más dudas sobre su situación para reinar. Así que ha decidido zanjar los rumores como solo ella sabe hacer, sin comunicados, sin hablar, pero siendo rotunda con sus actos. Los tres gestos más llamativos tuvieron lugar este pasado fin de semana en la competición Windsor Horse, donde sabía que se reunirían decenas de fotógrafos y redactores.
1. Conductora real
Isabel II de Inglaterra llegó al Royal Windsor Horse Show al volante de su propio Land Rover color verde botella. Desde la luna delantera del voluminoso vehículo se podía apreciar la cabellera blanca de la monarca y sus manos manejando el coche. Pese a que dentro del automóvil la acompañaban dos personas de su confianza que parecían estar atentos a sus movimientos e incluso indicándole algún aspecto, la Reina quiso dejar claro que aún le queda fuerza y habilidad para conducir nada menos que un todoterreno.
2. Las gafas, solo para urgencias
Una vez sentada en primera fila para disfrutar de cerca de los caballos, los jinetes y las amazonas, la madre del príncipe Carlos (72) se negó a usar las gafas. Quiso demostrar que su vista sigue intacta en su nonagenaria mirada. Sí recurrió a ellas en un momento puntual de la cita, pero ya avanzada la competición. Se puso las gafas justo cuando los equinos se encontraban más cerca de ella; momento en el que incluso esbozó una sonrisa, pues siente adoración por los corceles.
3. Rechaza la ayuda para caminar
En su cita con la hípica, Isabel II tenía que caminar sobre el césped. Lo hizo para saludar a los deportistas y también para llegar hasta su asiento. La monarca lucía unos tacones de pocos centímetros, pero suficientemente incómodos para andar sobre la hierba y desestabilizarse. Ante ese riesgo, un miembro de su seguridad se acercó a ella para ofrecerle su brazo como ayuda en cada paso, pero ella lo rechazó por completo. Caminó sin ayuda y lo hizo erguida y sin tambalearse en ningún instante.
"Dios salve a la Reina" es el lema más repetido en Reino Unido y parece que aún podrán seguir gritándolo con fuerza, pues Isabel II da muestras de que todavía no quiere deshacerse de su título y de que puede continuar al frente de la Corte durante varios años más.
La Reina se rebela
El primer fin de semana de junio Meghan Markle (39) dio a luz a su segundo hijo, una niña a la que Harry (36) y ella decidieron llamar Lilibet Diana. El primer nombre era un homenaje a la actual monarca de Reino Unido, pues es como se dirigen a ella en la intimidad familiar desde que era pequeña. Sin embargo, para llevar a cabo este paso, los duques de Sussex debían previamente pedir permiso a Isabel II, algo que, según la cadena BBC, no hicieron. Pero otras voces apuntaban lo contrario.
Para no dar pie a más especulaciones en su entorno, la Reina, tal y como desveló entonces el diario Daily Mail, habría decidido cambiar su estrategia de comunicación, modificando una máxima que hasta ahora no se había atrevido a romper: Si eres un miembro de la Familia Real británica, nunca debes quejarte y nunca debes dar explicaciones en público.
De acuerdo con el medio británico, su Majestad ha dado ya instrucciones a los cortesanos para que corrijan cualquier declaración que tergiverse la realidad de sus conversaciones privadas o las de otros miembros de la realeza. Se trata de una insólita medida que, según expone el periódico, demuestra el hartazgo de la Reina por las informaciones emitidas en varios medios de comunicación tras haber conversado con el entorno de Meghan Markle y el príncipe Harry. Una fuente consultada por el Daily Mail ha asegurado que esta situación habría llevado a Isabel II "al límite".
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