Menchu Álvarez del Valle vivió como quiso; desde la discreción y la libertad que siempre buscó. Fue una de las voces más respetadas y reconocidas de las ondas radiofónicas de Asturias, y cuando se prejubiló en 1990 soñó con retirarse a esa casa de ensueño en el pueblo de Sardéu, en Ribadesella. Hogar que fue testigo del nacimiento y crecimiento de sus hijos, y en el que vivió junto a su marido, José Luis Ortiz, hasta su fallecimiento, el 30 de marzo de 2005. Intramuros con historia.
Allí, en esa localidad que, según su último censo, consta de 45 habitantes, Menchu encontró su oasis de tranquilidad. La jubilación dorada, alejada del mundanal ruido. Poco podía imaginar la abuela de la reina Letizia (48 años), fallecida este pasado martes a los 93 años de edad, que tras el anuncio de compromiso de su nieta con el por entonces Príncipe de Asturias, Felipe de Borbón (53), iba a convertir su bucólica y empedrada casa en el centro de la información nacional. Su paz se perturbó por aquellos días de principios del año 2000, pero ella le dio absoluta normalidad.
Histórica fue la ocasión en la que, apoyada en el quicio de la puerta de su rústica casa, vestida de blanco, atendió a los medios de comunicación que, ansiosos por conocer el perfil de la abuela de Letizia, se desplazaron hasta la localidad asturiana. En aquellos días, semanas y meses el hogar de Álvarez del Valle en La Arquera, alejado del resto de casas del pueblo y rodeado de césped y vegetación, se vio asediado de cámaras, reporteros y curiosos. Unos querían una foto; otros, una declaración, y los menos simplemente ver dónde vivía la abuela de la prometida del príncipe.
Pronto se fueron descubriendo datos de su vida. Pocos estaban al tanto de que Menchu había tenido contacto con la realeza antes del parentesco de su nieta. En septiembre de 1990, se la fotografió con Juan Carlos (83) en una recepción con la junta directiva de la sociedad asturiana Amigos de la Avellana. Ella siempre fue un miembro activo de su comunidad. Pese al revuelo e interés, nunca se apeó de su sonrisa y eso que muchos curiosos llegaron a franquear el umbral de su casa hasta la cocina. La casa la adquirió Menchu en el año 1982.
Así lo recordaba ella: "Al principio veníamos los fines de semana y, después, cuando me prejubilé, nos vinimos a vivir aquí con mi madre. Es un lugar precioso en el que me siento bien. Levantarte por la mañana y ver paz o ver montañas por la ventana es un privilegio". Ni siquiera cuando falleció su marido, José Luis Ortiz, en 2005, quiso trasladarse a Madrid para estar más cerca de sus seres queridos. Porque la abuela de Letizia estaba rodeada de amor y felicidad. Con los años y la rutina, Menchu fue haciéndose más a su casa y a sus costumbres. Los Reyes la visitaban de vez en cuando, y viceversa.
Agradecía mucho que su nieta la invitara al Palacio de la Zarzuela, pero no llegaba a asentarse. "No me encuentro allí, soy muy rara y muy independiente con mi vida y mis horarios. Me gusta ir de visita unas horas o una noche como mucho, pero nada más. Ellos vienen aquí de vez en cuando, aunque nadie se entera", confesó Menchu en marzo de 2019 en una charla en la Casa de la Cultura de Ribadesella.
Su casa, pese a su carácter humilde, fue el escenario de la historia de amor entre Letizia y Felipe. Allí se fraguaron las primeras citas secretas, 'ocultas' bajo el amparo, la protección y la connivencia de la abuela Menchu. Nunca olvidará Letizia, ni tampoco Felipe, lo que le dijo su abuela cuando ella quiso invitar al hijo de Juan Carlos unos días a Sardéu. "La primera vez que vino le pregunté a mi nieta que cómo iba a traerle aquí, 'esta casa no está para recibir a un príncipe'. A lo que mi nieta contestó que Felipe había hecho muchas milis y era un hombre encantador, de una naturalidad y una humildad que no te imaginas", llegó a aseverar Álvarez del Valle.
Es más, al ser la típica casa de techos bajos de madera, Felipe siempre se daba en la cabeza cuando entraba. Esa suerte de 'apuro' por mostrar su hogar le duró poco; solamente le hizo falta conocer más en la intimidad a Felipe para darse cuenta de que ambos eran muy parecidos en cuanto a caracteres. Esa casa también fue el escenario de momentos menos agradables, como cuando se celebró el funeral allí del abuelo de la Reina. José Luis Ortiz era representante de la marca de máquinas de escribir Olivetti y falleció víctima de un cáncer, después de 56 años de matrimonio y tres hijos en común.
En otro orden de cosas, cuentan las crónicas que Menchu, tal era su vitalidad, conducía hasta sus últimos años su utilitario, un Renault Clio, con el que iba a todas partes, y no se separaba de su iPad para mantenerse al día de las noticias. Siempre inquieta por conocer, analizar y valorar lo que ocurría en el mundo. Además, Menchu era una mujer muy solidaria y, siempre que podía, acudía a cualquier acto que fuera necesario. En su Sardéu, acudía a las tertulias de El Garabato, donde mujeres de distintas edades entrevistan a personajes de peso para debatir temas de todo tipo.
Menchu ha sido muy feliz en su casita de Ribadesella, a solo tres kilómetros del mar Cantábrico, y defendía su vida independiente, aunque los suyos seguían muy pendiente de ella. De este modo hablaba de su 92 cumpleaños para el periódico La Razón: "Mi 92 cumpleaños será un día normal. Ya me han felicitado todos y me han hecho todos los regalos en Madrid, donde pasamos la Nochebuena y la Nochevieja. Creo que vendrán mis dos ahijadas a casa. No espero más visitas. Es precioso cumplir esa cantidad de años y más en buenas condiciones". Ha fallecido a los 93. "Menchu fue una amante fiel a su trabajo. Enamorada de la radio", pidió que pusieran en su epitafio.
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