Hace ocho meses que obtuvo la libertad condicional, tras pasar casi cuatro años cumpliendo condena, ahora se conocen más detalles de cómo fue la vida en la cárcel de Iñaki Urdangarin (54 años). Una dura experiencia que ha tenido consecuencias a nivel emocional en el exduque de Palma, aunque la realidad es que nunca fue un preso común, por razones obvias, y su estancia estuvo plagada de privilegios y detalles extraordinarios.
Ahora, el periodista Nacho Gay (39) revela algunos de ellos en su libro Urdangarin. Relato de un naufragio. Así lo describe: "Esta es la historia de un preso acorralado por muchos y enrocado en sí mismo. La crónica de un hombre que lo tuvo casi todo y casi todo lo perdió. La narración de la destrucción de un matrimonio y una familia".
La fecha del 18 de junio de 2018 es clave en la biografía del exmarido de la infanta Cristina (57), pues fue el día en que ingresó en la cárcel de Brieva, en Ávila, convirtiéndose así en el primer familiar del un Rey encarcelado desde la restauración de la monarquía en democracia.
Todo en este acontecimiento fue excepcional, desde el protagonista, hasta la prisión elegida, pasando por las características de su celda y su rutina carcelaria.
Primero se eligió una prisión para mujeres, por la que antes había pasado otro hombre famoso, Luis Roldán, y se preparó todo a conciencia para recibirlo. "El módulo original se reformó ligeramente para construir una especial de apartamento en el que el yerno real vivió en unas condiciones más que aceptables", dice el autor. Los aposentos de Iñaki ocupaban casi 400 metros cuadrados e incluían una habitación con cama de matrimonio (no individual como la del resto de los presos), baño incorporado, sala de estar y un patio exterior para él solo. Nada de barrotes o puertas de hierro con pestillo, el ambiente era menos deprimente de lo esperado. Además, al ser el único preso de la zona podía usar a su antojo las zonas comunes.
También disponía de una especie de reducto gourmet situado en un pequeño rincón que hacía las veces de office, sin cocina, pero con cafetera y un pequeño refrigerador. Iñaki estaba solo, sin nadie con quien hablar, y la lectura y el deporte eran su única vía de escape. Leyó 168 libros durante los 939 días que permaneció privado de libertad. Se pasaba horas y horas subido encima de una bicicleta, pedaleando y en una de sus jornadas de entrenamiento sufrió un colapso, por lo que tuvo que ser atendido por el equipo médico.
Los vis a vis
Aunque podía acudir el gimnasio de la cárcel cuando las presas no estaban en él, Urdangarin se las ingenió para que le permitieran instalar una bicicleta de última generación que le regalaron y que puso en la sala de estar de su apartamento. "Las estancias comunes de su módulo completo las podía utilizar de forma individual, así que al final las personalizó y no era una celda común, era una especie de loft", asegura Nacho Gay.
Las visitas que recibía eran Vip en todos los sentidos y se las trataba como tal. La infanta Cristina y sus hijos no debían adaptarse al límite de tiempo establecido por instituciones penitenciarias. "Llegaron a durar hasta cuatro o cinco horas —lo máximo permitido es tres en los encuentros familiares—, y todos se movían por aquellos 400 metros cuadrados con plena libertad, mientras su padre
les sacaba croquetas que le habían traído aquella mañana desde la cocina del lugar y que tenía almacenadas en su pequeño lobby culinario", relata el autor.
Todos los presos tienen derecho a solicitar un vis a vis con sus parejas. Sin embargo, eso nunca se produjo en el caso de Iñaki: ni él ni la infanta disfrutaron de una cita íntima para dos. Uno de los momentos más difíciles relacionado con su familia fue el día en que su hija, Irene (17), no se presentó a verle cuando ya tenían la visita pactada; prefirió hacer planes con sus amigas. "Se llevó un disgusto enorme", cuenta el escritor. No se pasa por alto lo mucho que han sufrido los vástagos de la pareja, especialmente Juan (23), que tuvo que soportar acoso e insultos en el colegio.
Urdangarin tampoco utilizó el locutorio de la cárcel para hablar con sus seres queridos, porque en su módulo no había locutorios y no se le podría trasladar a los que usaban las presas. Por ello, en el libro se afirma que "cabe la posibilidad" de que los funcionarios habrían tenido que facilitarle un móvil "para hacer las llamadas previamente concertadas que le corresponden por normativa". Esto no es un privilegio en sí, aunque pudiera parecerlo, sino que era más bien por motivos de seguridad.
Sus confesiones
El yerno de Juan Carlos I (84) acusó mucho la soledad, pese a gozar de una situación privilegiada, y eso le pasó factura a nivel psicológico. Lo reconoció en su primera entrevista tras recuperar su libertad: "Es duro, evidentemente que es muy duro, por las condiciones en las que entré y por las circunstancias que viví en soledad". Iñaki encontró un gran apoyo en el capellán de la cárcel de Brieva, el padre Galán.
El libro recoge algunas de las conversaciones que mantuvieron. El primer día, Iñaki llevaba unas notas que había escrito la noche anterior y en la que había resumido todas sus preocupaciones. Había una palabra subrayada: matrimonio. Una de las cosas que más le inquietaba es cómo vivirían su esposa y sus hijos esta situación. Durante una de sus charlas, según se cuenta en Urdangarin. Relato de un naufragio, el párroco le preguntó si le había sido infiel a la infanta. Él contestó: "Jamás he traicionado a mi esposa". Todavía no había aparecido en escena Ainhoa Armentia (45), su actual pareja.
Quizá el principio del fin de la pareja real se comprenda algo más leyendo una de las reflexiones que el capellán, uno de los personajes relevantes de la historia, hace en el libro asegurando que Iñaki tenía un "sentimiento de decepción como marido por el comportamiento de su esposa en los últimos años, al contrario de lo que piensan casi todos los mortales: que ella ha sido siempre la víctima y él, el verdugo".