Era un secreto a voces en los años 30, una afirmación grabada en un audio en 1985 y ha sido en pleno 2018 cuando ha llegado la confirmación del affaire secreto entre Winston Churchill y Doris Castlerosse. Antes de que fuera nombrado primer ministro de Reino Unido, pero cuando su nombre ya resonaba en los círculos de poder, el político era protagonista de los cotilleos más mundanos de los ingleses mientras llevaba más de dos décadas casado con Clementine Hozier.
La prueba de la infidelidad estuvo al alcance de cualquiera desde 1985, momento en el que el secretario privado de Churchill concedió una especie de entrevista grabada en la que declaró sin inmutarse lo que hasta entonces era un secreto: "Hizo algo terrible, tuvo una aventura con Doris Castlerosse". En aquella época ningún periodista pareció interesarse por esa parte de su declaración y es que el motivo por el que los medios se reunieron con él era solamente para conocer sus impresiones acerca del mandato de Churchill durante la Segunda Guerra Mundial.
En esos años el nombre de Doris era muy conocido en el mundo de la noche y en el de los hombres de alta alcurnia. Se hablaba de ella como "una amante profesional", y sus "piernas de caballo de carreras" eran la comidilla del sector masculino del alto standing británico. Le gustaba el exhibicionismo, no le importaba dónde -encima de las mesas de los bares o en la calle- pero siempre rodeada de quien ostentara poder.
Su apellido de soltera era Delevingne. Muy conocido en la actualidad gracias a la modelo y actriz Cara Delevingne (25 años), rostro de cientos de campañas de moda y ángel de Victoria's Secret. Doris era su tía abuela, quien falleció 50 años antes de que ella naciera, pero está presente en algunas de las fotografías del álbum familiar que aún guarda. Y es que la maniquí inglesa ha heredado de ella muchas de las facciones de su rostro, su esbelta figura y su rebeldía a la hora de posar ante los flashes.
Pero Doris iba más allá de unas simples poses. Ella solo se codeaba con hombres de alto copete porque creía que eso le daba un caché como mujer, cuando, en realidad, era tratada de todo lo contrario. Algunas de esas fugaces conquistas se peleaban por 'conseguirla' y para ello le hacían grandes regalos y de gran valor. En esa 'lucha' por convertirla en su esposa entró el vizconde Castlerosse.
Joyas, pieles y caros detalles constantes lograron llamar la atención de Doris por el aristócrata. La joven no solo aceptó acercarse a él sino también unirse en matrimonio. La familia de Castlerosse se opuso por completo a tal enlace, pero él estaba hipnotizado por la belleza y la rebeldía de su pareja.
Mientras el vizconde se dedicaba a intentar conseguir dinero y sanear sus cuentas después del gran desembolso en lujos que supuso conquistar a su mujer, ella se entretenía en casa pidiendo que bordaran la corona de su apellido en todo: sábanas, cortinas, maletas, almohadas, túnicas... y las mandaba lavar al lugar más caro de Gran Bretaña. Gastaba cientos de libras a la semana y pese a que su marido le hizo saber el delicado momento económico que atravesaban, Doris le 'amenazaba' con conseguir el dinero por su cuenta, que no era otra manera que acostándose con otros hombres. Por este motivo Castlerosse nunca cedió y así ella siguió derrochando sin cesar.
El matrimonio para Doris no significaba nada más que un cambio de apellido. Continuaba con su carácter demasiado espontáneo y desenfadado, pero un día algo cambió. Decidió involucrarse en obras de caridad y ese paso daba a entender que quizá estaba 'reformando' su comportamiento. Pero no. Ganaba grandes fondos de dinero con sus traviesas prácticas habituales con hombres, momento en el que su marido ya sí le acusó de infidelidad.
Ella se defendió diciendo que no hacía nada, que eran los hombres los que se le acercaban como si de un imán se tratara. Pero Castlerosse mostró en público lo que pensaba de su mujer y la tachó de promiscua. Esa humillación derivó en un interés popular por seguir conociendo los vericuetos de lo que ocurría en ese matrimonio y se convirtieron en el tema de conversación que no faltaba en ninguna tertulia.
"Tiene todo cuanto desea en Londres, se está riendo de mí", dijo su marido en una ocasión. Se separaron y ella se marchó de la casa que compartían. Doris se negó a que el motivo de divorcio que trascendiera fuera el de adulterio por su parte, así que mostró a un abogado los moratones de su cuerpo, consecuencia de las constantes peleas con su exmarido. Y la guerra continuó dentro y fuera de los focos.
Entonces, en 1930, apareció en su vida Winston Churchill, otro hombre poderoso de los que a Doris tanto le encandilaban. Su primer encuentro fue en la casa de una famosa actriz estadounidense, Maxine Elliott, en Francia y desde ese momento el político quedó 'hechizado' hasta el punto de que incluso pintó cuadros de ella en los que aparecía tumbada de forma sensual.
Su relación clandestina duró cuatro años, en los que Churchill le escribía cartas con mensajes muy directos: "Qué bien lo hemos pasado en casa de Maxine. Me pregunto si nos volveremos a encontrar el próximo verano", y en esa misma misiva le hacía saber lo buena que era en las artes sexuales. Un día Doris no volvió a recibir telegramas, pese a que ella contestaba a todos y entendió que ese era el fin de su idilio secreto.
Y es que Churchill ya se acercaba al poder, y en el mismo año que le nombraron primer ministro británico, 1940, Doris se mudaba a Estados Unidos. Sin embargo, dos años después, quiso regresar a Inglaterra porque en América no hacía más que acumular deudas. Y Churchill volvió a su vida. Se reencontraron porque el mandatario viajó al país norteamericano para hablar con el presidente Roosevelt. Aprovecharon esa cita de su agenda para volver a cenar juntos. Tanto se unieron en esa segunda ocasión que un asesor del político inglés dispuso un barco para que Castlerosse volviera a pisar suelo británico. Dos meses después aparecía en su apartamento muerta por sobredosis de barbitúricos.