Si los planes de su familia hubieran salido bien, Sonita Alizadeh se habría casado con 16 años. Su pretendiente, un hombre que ella no conocía, pagaría 9.000 dolares por el derecho a desposarla en contra de su voluntad. Siguiendo la tradición afgana, ella no tenía otra elección: le entregaría su vida, cocinaría, cuidaría de la casa y tendría hijos. Sería una buena mujer.
Era la segunda vez que intentaban venderla. “La primera tenía 10 años, aunque sólo fui consciente de ello años después. Recuerdo que me vistieron con ropa nueva, me maquillaron y me llevaron junto de un chico. Para mí era como un juego. No estaba triste ni nerviosa, porque no entendía lo que estaba ocurriendo. Años más tarde me di cuenta de que ya debería estar casada y eso me chocó. No sé muy bien qué pasó pero, afortunadamente, el matrimonio no llegó a realizarse”, cuenta por correo electrónico a EL ESPAÑOL.
Iba caminando con mis canciones en mi bloc de notas, y me sentía como si llevara algo malo. Como si fueran drogas y no palabras
En esta ocasión, parecía no tener escapatoria. Su hermano quería casarse y debería pagar por su novia una suma de dinero que no tenía. La solución era casar a Sonita y utilizar su dote para comprar su mujer. “Estaba furiosa y triste. No podía entender cómo mi madre era capaz de comprender a mi hermano y sus necesidades, pero ignorar las mías. ¿Por qué no era capaz de entenderme? ¿Por qué no me escuchaba?”.
De refugiada a rapera
Afgana de nacimiento, Sonita creció en Teherán, la capital de Irán. Su familia emigró al país cuando ella tenía ocho años, escapando de la guerra en su país. Al morir su padre, su madre y sus hermanos regresaron y ella se quedó en la capital iraní con una hermana mayor.
Refugiada y sin documentos oficiales, no tenía acceso al sistema educativo de Irán. Encontró apoyo en en una ONG dedicada a la protección de niños afganos en la misma situación que ella. Allí trabajaba como portera y asistía a clases, a talleres de música y de teatro y le ayudaban a elaborar un proyecto de vida.
Sonita destacó desde el principio por su talento musical y sus ganas de ser cantante, pese a que es ilegal en Irán que una mujer lo haga. “Era peligroso para mí cantar en Irán y lo sabía. Iba caminando con mis canciones, escritas en mi bloc de notas, y me sentía como si llevara algo malo conmigo. Como si fueran drogas y no palabras”. Escribía sobre la violencia, la guerra, los derechos de las mujeres y, por varias veces, intentó que un estudio aceptara grabar sus canciones. “Me decían que tenía que cantar con un hombre y que mis letras deberían hablar de las vacaciones o de la religión. Pero yo quería cantar sobre cosas que de verdad me importaran”.
Fue entonces cuando un trabajador de la ONG decidió contactar la directora de cine iraní Roksareh Ghaemmaghami, en busca de ayuda para Sonita. “Era mi primo y me contó que había una chica con mucho talento pero que no conseguía grabar sus canciones. Me llamó para saber si podría ayudarla con contactos”.
Comprar tiempo
Cuando la conoció, Ghaemmaghami quedó fascinada por su historia y decidió hacer un documental sobre ella, al tiempo que buscaban alternativas de estudios de grabación. “Me impresionó que alguien como ella, en una situación tan difícil, pudiera tener sueños tan grandes. Su situación era terrible: era pobre, vivía en una casa sin condiciones, no tenía estatus social ni identidad. Realmente, era como si no existiera. Y, sin embargo, estaba decidida a ser cantante”.
Durante el rodaje del documental Sonita recibió la visita de su madre que viajó con la intención de llevarla a Afganistán, para casarla a cambio de 9.000 dolares para su familia. “Me pidió ayuda, que no dejara que eso pasara”, cuenta la directora de cine. “No debo intervenir en la vida de los protagonistas de mis documentales pero, poco a poco, me di cuenta de que, esta vez, tenía que hacerlo”.
Me miran como a una oveja, que debe crecer para ser devorada. Me repiten que es la hora de venderme
Rokshareh Ghaemmaghami pagó dos mil dólares a la madre de Sonita para comprarle seis meses de tiempo. Y la oportunidad de enseñar su talento al mundo. Tras la noticia de su posible matrimonio, Sonita había escrito Novias en venta, una canción de rap que denunciaba la tradición afgana. Ghaemmaghami rodó el videoclip y lo subió a Youtube.
En el vídeo, la cantante aparece con un código de barras en la frente y moratones por todo el rostro: “Deja que te susurre mis palabras, para que nadie me escuche hablar de niñas en venta. Mi voz no debe ser escuchada porque va en contra de la sharia. Las mujeres deben permanecer en silencio. Es la tradición. Como otras niñas, estoy aprisionada. Me miran como a una oveja, que debe crecer para ser devorada. Me repiten que es la hora de venderme”.
Dos semanas después de subirlo a YouTube, el vídeo ya tenía más de 8.300 visitas. “Al poco tiempo me llamó una mujer desde Estados Unidos, diciendo que pertenecía a la organización Strongheart Group y que tenía una beca para Sonita en la Wasatch Academy, una escuela de Utah. No podía creerme que su sueño estaba a punto de hacerse realidad”, recuerda la directora de cine.
Estudiante y activista
Strongheart Group es una ONG americana dedicada a apoyar a personas en situaciones de riesgo. “Nuestro foco es trabajar con aquellos que creemos que pueden provocar un cambio real en el mundo. Cuando conocimos la historia de Sonita, pensamos que ella encajaba en este perfil”, explica Zoe Adams, CEO de la organización.
La ONG descubrió a la cantante a través de una antigua colaboradora en Liberia: “Trabajamos con otras organizaciones internacionales y con colaboradores individuales también. Cuando nos llegó su vídeo y lo vimos, nos quedamos impresionados por el poder de sus palabras. Lo primero que teníamos que conseguir era traerla a EEUU y ofrecerle un entorno seguro donde pudiera recibir una educación”.
El viaje a EEUU era el primer obstáculo. “Era una chica afgana, sin papeles, que no estaba acompañada por su familia y que quería un pasaporte. Lo teníamos muy difícil”, cuenta Ghaemmaghami. Viajaron las dos a Afganistán donde, a escondidas de su familia, consiguieron obtener los papeles.
“Decidimos contarles la verdad sólo cuando estuviéramos ya en Estados Unidos”, dice la directora de cine. “Al inicio se enfadaron, pero luego lo han terminado entendiendo. Incluso mi madre dice que mi canción es buena. No se ha emocionado, ni me ha dicho que está orgullosa, pero para mí este ya es un gran paso”, dice la cantante.
Esto no tiene nada que ver con el Islam. El Islam permite que las mujeres se casen muy jóvenes, pero no habla de venderlas
En enero de este año, volaron al continente americano, donde Sonita estudia y se dedica a luchar por el fin del matrimonio infantil. Según datos de UNICEF, cada día, 39.000 niñas son obligadas a casarse a cambio de dinero para sus familias. “Mi madre no me iba a vender porque no me quisiera. Lo iba a hacer porque es la tradición, porque no conoce otra realidad y porque necesitaba el dinero. Ella se casó con 13 años”, explica.
“Esto no tiene nada que ver con el Islam. El Islam permite que las mujeres se casen muy jóvenes, pero no habla de venderlas. Esto es una tradición que viene del feudalismo, cuando casar a una hija era perder una trabajadora y, por eso, la familia debía ser compensada. Tardará mucho tiempo en cambiar las mentalidades, hace falta mucha educación”, añade Ghaemmaghami.
Sonita tiene ahora 18 años y se ha convertido en una activista: participa en conferencias, se reúne con responsables de organizaciones oficiales y hace de su historia un altavoz para dar a conocer el problema. “Cuando contactamos con ella le prometimos no sólo una educación sino también darle una plataforma desde donde poder hacer lo que más quería: dar voz a esas niñas que no han tenido la misma oportunidad que ella y terminar con el matrimonio infantil en una generación”, explica Zoe Adams. “Está muy comprometida con el tema y trabajando muy duro”.
Estoy muy contenta en EEUU: estudio, estoy en un sitio seguro y no soy una inmigrante ilegal
“Cuando llegué a Estados Unidos, sabía que tenía que luchar por el fin del matrimonio infantil. Sé que puedo hacer algo para cambiar las cosas. Tenemos que educar a los padres para que no vendan a sus hijas, las familias tienen que entender que hay otras alternativas”, cuenta la cantante. Por eso, Sonita quiere volver a Afganistán cuando termine sus estudios.
“Estoy muy contenta en EEUU: estudio, estoy en un sitio seguro y no soy una inmigrante ilegal. Pero quiero volver y trabajar con mi gente. Quiero llevar el cambio a las mujeres afganas”.