Existen en nuestras vidas una serie de personas a las que vigilamos constantemente. Lo hacemos a través de la pantalla de nuestro móvil, a todas horas y principalmente para fijarnos en qué llevan puesto, aunque el interés que susciten estos individuos no tiene por qué derivarse de la ropa, también puede deberse incluso a su vida privada o a sus vídeos de Youtube.
Lo curioso de la cuestión es que nosotros no somos los únicos que siguen a estas personas, sino que se caracterizan precisamente por la extraordinaria cantidad de usuarios que acuden a su perfil, a vigilarlos.
De hecho es tanta la gente que llevan detrás que, llegado el momento, comienzan a ser considerados como voces de autoridad. Lo que digan empieza a importar, no por su conocimiento sobre el tema concreto del que se trate, sino por la cantidad de gente a la que van a llegar. Estamos hablando de los influencers.
Los influencers llegaron a nuestras vidas a través de las redes sociales y, desde entonces, no han parado de proliferar y dejar a su paso amantes y detractores de su obra a partes iguales. Su obra son ellos mismos. Sus fans son todos aquellos que se divierten contemplando esa obra e incluso están dispuestos a imitarla. Sus detractores son aquellos que critican que su lenguaje, el contenido de sus vídeos de Youtube o sus fotos de Instagram no tengan detrás ningún discurso sólido más allá de la superficialidad y la sobrexposición de la vida privada. Pero nos gusten o no hay algo que no podemos desmerecer: la cantidad de personas que están ahí pendientes de lo que harán.
Da igual que nosotros no los aprobemos, que nos parezcan unos vanidosos sin nada interesante que contar. Da igual que creamos que otras personas más inspiradoras son dignas de recibir esa atención que ellos acumulan. Da igual que pensemos eso, no necesitan nuestra aprobación, ni la de la industria de la moda, porque ya han sido bendecidos por los miles (a veces millones) de seguidores que están pendientes de lo que hagan o digan.
A quien tan malos les parecen, que prueben a encontrar una fórmula de llegar de manera tan directa a tal cantidad de personas. Las grandes firmas de la moda se han percatado de su poder y se han despojado de sus prejuicios para sacar tajada del éxito de estos jóvenes. Hay firmas que han decidido no ponerse estupendas y lanzarse a probar la fórmula influencers-redes sociales-millennials. Una fórmula que funciona y que está llamada a cambiar el modo en que hasta ahora todos habíamos entendido las campañas de publicidad de las grandes marcas.
Carolina Herrera ha decidido etiquetar de VIP a un youtuber y dos modelos, abalados por millones de seguidores en las redes sociales. No es que sean seguidos porque los grandes nombres de la industria los hayan convertido en sus elegidos. Lo curioso de este fenómeno es que los grandes de la industria los han escogido porque están avalados por el follow de millones (23 millones de en el caso de Cameron Dallas) de seguidores.
Otras marcas que hicieron lo propio han sido Armani, que eligió a Jay Alvarrez (@jayalvarrez) como imagen de Armani Exchange , o Puma, que fichó a Kylie Jenner.
Y desde luego si ha habido una campaña publicitaria que se haya convertido en oda al mundo millennial y de las redes sociales fue #mycalvins, con la que Calvin Klein se posicionó en nuestro timeline de la mano de personajes como Justin Bieber o Kendall Jenner.
Recuerda, podrán gustarte más o menos, pero lo mejor que puedes hacer es despojarte de cualquier prejuicio con respecto a estos individuos y asumir que el futuro son ellos, y lo son porque así lo han querido millones de personas como nosotras.