Borges hablaba de paraíso del valle rondeño como “esos pueblos con nombres de tenue rumor de agua, que conjuran memorias del desierto”. Sus laderas anaranjadas ponen color al otoño dispersándose por esta región, rica en patrimonio natural, tradiciones y gastronomía, que sorprenden al viajero en cada enclave con la sutileza de sus rincones con olor a chimenea.
Esta es la época mas apropiada para conocer este reducto de los bandoleros, en la Serranía de Ronda (al sudoeste de la provincia de Málaga). El Valle del Genal toma su nombre del río Genal e integra a 15 municipios que conforman sus vidas como una profesión ancestral alrededor de este codiciado fruto, la castaña.
Allí se puede degustar la golosina más cool de los paladares invernales, el marron glacé, que se ha extendido por el resto del mundo como una extraordinaria delicatessen.
El mes de noviembre es el mes de recogida de este intenso fruto que se ha hecho hueco en las confiterías más chic del país. Este producto exquisito, exportado de la gastronomía italiana y francesa, ya es un hit en la piel de toro.
La ruta por el bosque de los castaños
Desde el Castillo de Castellar hasta el Valle del Genal se extiende la ruta de cobre de los castaños. Este elegante monumento se alza sobre un cerro de empinadas laderas, en pleno de un Parque Natural, entre los ríos Guadarranque y Hozgarganta; esta fortaleza árabe, construida en el siglo XIII, se encontraba en una posición de frontera, defendiendo el reino de Taifas, de Algeciras. Fue antigua residencia de los Condes de Castellar.
Ahora, con sus nueve habitaciones alojadas en el interior de sus murallas, puede hospedar al viajero como inicio de la ruta del bosque del Marrón Glacé. Desde la cima de la ciudad empiezan a serpentear pequeñas carreteras que conducen hacia Alpandeire, Cartajima, Faraján, Igualeja, Júzcar, Parauta y Pujerra, poblaciones serranas que pueden presumir de sus castaños, y esculpen al paisaje la textura de los colores otoñales. En este recorrido, el primer pueblo que nos encontramos es Alpandeire, patria chica de Fray Leopoldo, que cuenta con un monumento dedicado a este religioso a la salida de la población.
También llama la atención la iglesia que, por sus grandes dimensiones, es conocida en la zona como "la catedral de la Serranía”. Siguiendo la carretera, estrecha y llena de curvas, llegamos a Pujerra: aquí se encuentra una cooperativa desde la que se exportan las castañas a todos los lugares del mundo. La carretera va trazando una línea divisoria en las montañas: por encima deja un terreno pelado y grisáceo, y justo montaña abajo, la rica vegetación en torno al río Genal da paso a los huertos y castaños.
Siguiendo esta ruta del castañar llegamos a Cartajima, donde hay restos de un castillo árabe que se pueden observar desde la misma carretera. Por la otra parte, está Parauta, famosa por sus alfombras artesanales y por haberse convertido recientemente en el primer pueblo ecológico de la provincia, así como por sus pinsapares, árboles parecidos a los abetos. A pocos kilómetros nos topamos con Igualeja, que es el pueblo más grande del Alto Genal y de la "Ruta de los Castaños".
En este municipio tiene su nacimiento el río Genal, que recorre gran parte de la Serranía antes de unirse al río Guadiaro. El manantial se encuentra situado a la entrada del pueblo y este paraje se convierte en un lugar de descanso y de relax obligado para el viajero. Del interior de su gruta borbotea agua cristalina, que se concentra en unas balsas con pequeñas cascadas. Es el momento de llenar los cuencos o las manos con sus aguas y de saborear sin prisas el frescor y la pureza de las montañas.
Descanso en el Palacio de Montelirio
El sueño de cualquier sibarita es hacer “la ruta de los castaños” durante un fin de semana. Dos días son suficientes para recorrer los pequeños pueblos blancos esparcidos por sus laderas. En la mayoría de las poblaciones existen hoteles y casas rurales para pasar cómodamente la noche. Pero, si hablamos de uno de los lugares más espectaculares para recalar y donde se pueden observar las estrellas, es el Hotel Montelirio, frente al Tajo de Ronda.
A medio camino entre todo el esplendor del valle y muy cerca del famoso desfiladero y del Puente Nuevo de Ronda, el hotel ofrece unas vistas espléndidas al río Guadalevín y todas las comodidades. Desde una piscina al aire libre, un baño turco, habitaciones totalmente equipadas con conexión WiFi gratuita y gastronomía andaluza elaborada a partir de productos de la región, que ofrecen en el restaurante Restaurante Albacara, uno de lo más vanguardistas de la zona.
Algún ejemplo de su arte culinario son las Albondiguitas de Carabineros con salsa de berberechos, o el exquisito Foie de pato mit-cuit con membrillo de pistacho y reducción de vino de Ronda. Son de los pocos fogones elaborando el cordero asado a la forma tradicional y el cochinillo asado.
Los caldos del Monasterio de los Descalzos Viejos
Cerrando la ruta, y debajo del Hotel Montelirio, nos topamos con el monasterio de los Descalzos Viejos un santuario que alberga una de las bodegas mas conocidas de la zona. Este remanso en medio del valle se remonta al siglo XVI, cuando fue construido originalmente como un monasterio Trinitario. Las familias Retamero y Salesi compraron la propiedad en 1998 y lo restauraron desde un estado casi de abandono.
El proyecto dio lugar a la recuperación del convento y sus hermosos jardines, huertas, estanques y fuentes. Lo más notable, los frescos originales en el altar mayor se descubrieron bajo capas de piedra caliza por casualidad, después de haber sobrevivido a la humedad milagrosamente. Hoy los frescos brillan y acompañan, como elemento decorativo, a las barricas y tanques metálicos rebosantes de vino, en una fusión de lo antiguo y lo nuevo. El nombre dado a esta bodega tienen también su propia historia, Descalzos Viejos hace referencia a los ancianos monjes Trinitarios, los cuales cultivaban sus tierras con los pies descalzos.
Ahora sus caldos han marcado tendencia: una perfecta conjunción que se amalgama con los sabores del marrón glacé, un trocito del alma del bosque.