Quizás esta no era la mejor semana para denunciar en televisión los problemas de la mujer en África. No al menos para María Teresa Fernández de la Vega, ex vicepresidenta del Gobierno socialista. Justo en la peor semana en la historia reciente del PSOE, la peor para que quien fuera una de sus mayores representantes salga en pantalla y hable de "desafección". Todo lo que dice, sin embargo, queda empañado por su nueva imagen, más operada que hace unos meses, mejor peinada y más guapa que nunca.
La política que podría haber salvado al PSOE decidió hace tiempo salvarse a sí misma. Lista. Miembro permanente del Consejo de Estado y presidenta de Mujeres por África, fundación que creó en 2010, la ex vicepresidenta se define como defensora de los derechos de la mujer. Lejos le queda su etapa de portavoz del Gobierno.
Ya apareció este verano en una revista femenina catalana en un reportaje de impacto, donde contaba, en calidad de presidenta de su fundación, sus anhelos para África y sus mujeres. Para contarlo, posaba en Tanzania, rodeada de africanas, todas divinas de la muerte. Quienes hayan visto esas imágenes no se habrán sorprendido tanto esta semana. La ex todopoderosa vicepresidenta ha aparecido en televisión, en plena guerra fratricida de su ex partido, y las redes le han saltado a la yugular.
Su renovado aspecto físico, cada vez más sujeto a los dictámenes del bisturí, ha provocado un alud de críticas. Mientras sus compañeros (sigue siendo afiliada) luchan encarnizadamente por el poder, ella se distancia.
"Hay tanto consuelo que llevar, tantos problemas que resolver, hay tanto, tanto… Y cuando cruzas el umbral, todo lo tuyo, que es pequeñito, se queda detrás", dice en el citado reportaje. Se siente lejos de los problemas (¿problemillas, para ella?) de España y su partido. Algo en lo que no se siente sola. "La ciudadanía tiene la sensación de que nadie se ocupa de ellos y eso produce una desafección", le dijo a Susana Griso en Espejo Público.
Allí apareció con la piel tersa, media melena, una gran sonrisa y vestida de blanco. Nada que ver con aquella mujer de pelo corto y tieso, piel arrugadísima y súper bronceada, una súper ministra que apenas sonreía y que conjuntaba de manera enfermiza su vestimenta con todos los accesorios. Vamos, que si se ponía un traje fucsia -cosa bastante habitual, por otro lado-, se calzaba unos pendientes del mismo color, así como el reloj y lo que hiciera falta. Todo fucsia, o naranja, o amarillo pollo. Nada de colores neutros.
Su cambio de cara va ligado a su cambio de armario. Del fuscia al rosa palo, del naranja al gris. A quién le importa, parece que se dice a sí misma esta defensora de los derechos de la mujer. Porque es un ejemplo de lo que una puede conseguir sin dejar de estar estupenda.
Es la primera mujer que ostentó en España la vicepresidencia del Gobierno, la primera que presidió un consejo de ministros sin ser reina, la primera miembro (su ex compañera de Gobierno diría miembra, ¿recuerdan a Bibiana Aído?) permanente del Consejo de Estado.
Este órgano consultor es una de las instituciones más criticadas por su elevado coste, ya que supone unos 10 millones anuales de los presupuestos generales del Estado. De la Vega, sin ir más lejos, cobra unos 71.000 euros brutos al año sin obligación de asistir cada semana. Le queda tiempo para su fundación y… vale, también para operarse.
El cambio de imagen de la ex vice empezó en 2010, precisamente, y desde entonces ha sido imparable. Lo primero que se hizo fueron varios estiramientos para eliminar las arrugas de la frente, de los labios y del cuello. Ya entonces la pregunta corrió por todo Madrid: ¿quién era el cirujano?
En aquel momento, el doctor Antonio Tapia cometió una indiscreción y contó que había sido Morenao el responsable de la nueva imagen de la política. JALEOS se ha puesto en contacto con su clínica de Cruz del Rayo para saber si esta vez también ha sido su equipo el que ha esculpido el rostro de De la Vega pero han reclinado confirmar o desmentir el asunto.
Dejarse el pelo largo, cambiar el vestuario, maquillarse de otro modo, y sonreír, sobre todo sonreír. La súper poderosa ex vicepresidenta vive alejada de todo lo "pequeñito" que le torcía el gesto. Porque sí, en lugar de salvar al PSOE, se ha salvado a sí misma.