Ser el cura más mediático en la historia de la televisión española tiene su mérito, aunque el precio a pagar haya sido alto. Desde su escondite en Bolonia, al norte de Italia, el Padre Apeles (52 años) se sincera más que nunca sobre una vida marcada por el escándalo, la fama y la tragedia.
Hubo una época en la que evocar a José-Apeles Santolaria de Puey y Cruells, más conocido como el Padre Apeles, era como pedir una cita con Dios. Su legión de feligreses le pedía tantos autógrafos que, en vez de firmarles en papeles o servilletas, echaba mano al bolsillo interior de su sotana y sacaba un fajo de fotocopias a color con su imagen. Pura adoración.
La década de los noventa fue su consagración como personaje. Ahí quedan sus polémicas intervenciones con Xavier Sardá (60) en Crónicas Marcianas o con Jordi González (56) en Moros y Cristianos. Sin embargo, tras asentarse en el paraíso tocó apearse y bajar a los infiernos. En plena vorágine de las redes sociales, el Padre Apeles concede a JALEOS una entrevista en exclusiva desde su retiro secreto en Bolonia (Italia) para arrojar algo de luz sobre sus múltiples sombras.
Descríbanos brevemente su día a día.
Mi vida ha cambiado muchísimo. Ahora estoy plenamente dedicado al servicio de la Iglesia en el ámbito de la cultura. Soy director de un archivo histórico, así que paso la mayor parte del tiempo entre pergaminos y libros. Leo muchísimo, busco datos, hago fichas… pero en cuanto tengo unos días libres viajo por todo el mundo.
¿Ha huido de España?
Me he exiliado (risas). En España me marginan. Hay interés por parte de grupos poderosos en tenerme fuera de la circulación. Saben perfectamente que, gracias a Dios, tengo algunas cualidades, pero no me permiten aplicarlas. Quieren mantenerme encasillado en un papel de frivolidad y no me dejan hacer nada, así que, como "nadie es profeta en su tierra", tomé las de Villadiego. ¿No necesitaría la Conferencia Episcopal un portavoz capaz de responder con competencia, rapidez y exactitud a las preguntas de los periodistas sin meteduras de pata? ¡Bueno en realidad también lo necesitaría el consejo de ministros porque las ruedas de prensa dan verdadera pena! (carcajadas).
Durante varias décadas no se perdía una fiesta, ¿cumplió con los votos de castidad, pobreza y obediencia?
Ir a fiestas siempre me ha gustado. ¡Y aún me sigue gustando! (risas) Me encanta conversar, conocer gente y enterarme de cosas. Los votos los hacen los religiosos (dominicos, jesuitas, franciscanos...) y no los seculares. Y yo soy sacerdote secular. Se tiene una mayor libertad.
Ha trabajado con algunas de las mujeres más guapas de este país, ¿llegó a tener sueños eróticos?
La verdad es que tuve esa suerte en la televisión, en las fiestas, cuando daba clases de protocolo a modelos... No puedo decirle acerca de los sueños. Uno se acuerda cuando se despierta a mitad del sueño, pero yo nunca me despierto artificialmente (con un despertador), sino naturalmente cuando se me acaban las ganas de dormir, por lo que nunca recuerdo los sueños.
La luz de la fama se apagó, pero donde hubo fuego aún quedan rescoldos, ¿le gustaría volver al circo mediático?
¡De ninguna manera! No hay que repetir los errores. Otra cosa sería participar en una tertulia política, hacer un programa cultural o tener una corresponsalía, pero ciertamente no volvería a entrar en el 'circo'.
A veces se le consideraba un personaje freaky, ¿cómo vivió aquella época y qué les dirías a los que aún le llaman así?
La televisión es una muestra de lo que es la sociedad. Para mí, el mundo de los pseudointelectuales -cineastas, escritores, periodistas, políticos o economistas- está lleno de freakies. Pero la verdad es que en el momento del triunfo te importa muy poco como te llamen.
¿Qué se le pasó por la cabeza cuando dejó de ser el objeto de deseo de la televisión? Se ha hablado de suicidio, ingesta de barbitúricos y alcohol.
Fue desagradable ver cómo la televisión me iba exigiendo cada vez más en una dirección que no me convenía y, en cambio, no me daba lo que yo esperaba, así que fui desapareciendo. Me refugié en mis estudios, pero me sentí muy postergado y empecé a depender de las medicinas. Las tomé excesivamente y, a veces, acompañadas de mis whiskeys favoritos para dormir aún más horas. Entré en una situación de depresión y de tener ganas de morir, pero nunca tomé barbitúricos ni intenté suicidarme como se dice por ahí. La fe fue mi salvación.
¿Es cierto que dilapidó todo lo que ganó y que pasa apuros para llegar a fin de mes?
¿Cómo que he dilapidado? He gastado mucho en libros y en viajes y he pasado muchos años sin que nadie me diera ningún trabajo. Como dice Sostres lo terrible es descubrir que "el dinero no es eterno". A la ruina he llegado con mi propio esfuerzo.
Mucha gente sigue poniendo en duda sus conocimientos, sus títulos universitarios o la autoría de sus libros ¿Es incompatible el ser freaky con tener una mente prominente?
No tengo ningún doctorado ni una mente prominente. Simplemente, una facilidad para entender, analizar, sintetizar y recordar. Enrique Rubio, que en paz descanse, investigó mis titulaciones por orden de Luis del Olmo y concluyó que eran todas verdaderas. Para eso están los archivos de las universidades por las que he pasado. No he quemado ninguno (risas). A mí no me han regalado ningún título como a los políticos. Al contrario, ser famoso en el ámbito académico me creó dificultades. A gente de mente estrecha le parece incompatible que uno esté estudiando derecho internacional por la tarde y discutiendo con videntes por la noche. Una cosa alimenta el espíritu y la otra la vanidad y la diversión, lo que te permite vivir holgadamente (risas).
Ha trabajado con Rocío Carrasco, Carmen Sevilla, Jordi González o Xavier Sardá, ¿cómo los definiría?
Rocío Carrasco es una buena amiga, muy buena comunicadora, disciplinada, autoexigente y con la que se trabaja muy a gusto. Lo de presentar el Telecupón con Carmen Sevilla fue divertidísimo, con ella siempre te reías muchísimo. Por no hablar de las azafatas que sacaban los números (risas). Jordi González es un todoterreno, capaz de presentar cualquier tipo de programa nunca te presiona ni te censura y es muy liberal. Lamento que durante un tiempo estuvimos distanciados por algún malentendido, pero después volví a colaborar con él en radio y en televisión y es la persona con la que he trabajado más a gusto. Sardá es un tipo inteligente e irónico y fue quien me subió a primera división. Pasé de televisiones autonómicas a trabajar en la Cadena SER. ¡No puedes ni imaginarte cuánto echo de menos las tertulias de La Ventana! Después conquisté la fama en Moros y Cristianos también con Sardá.
¿Qué cree que le pasa a Rocío para que sus hijos estén en contra?
La amistad con Rocío es inquebrantable así como la discreción. Ninguno de los dos jamás hemos aceptado hablar el uno del otro con la prensa. Rocío sabe que puede confiar en mí como yo en ella. Déjeme solamente decirle que creo que algún día todo se arreglará. Rocío ha heredado de su madre mucho carácter y estas personas a veces tienen dificultades, pero eso es también lo que las hace extraordinarias.
Hace unos años me comentó que Belén Esteban era la 'princesa de la ignorancia', ¿ha cambiado su opinión?
Son expresiones que se usan para provocar un poco de jaleo pero que no tienen mayor importancia. No me gusta el alarde que hace Belén Esteban de incultura. Creo que ha tenido tiempo y medios para preocuparse un poco de su formación, pero, por otra parte, reconozco que es buena persona, nada rencorosa, educada en el trato, valiente y hasta compartimos afinidades como ser defensores de la vida... Y monárquicos (risas).
¿Yola Berrocal le destruyó?
Fue algo así como si hubiese sido arrollado por el tren. Me hizo muchísimo daño, pero no guardo rencor y prefiero no recordarlo.
El escritor francés Frédéric Martel acaba de publicar un libro en el que asegura que el 80 por cierto de los sacerdotes del Vaticano son homosexuales, ¿Es cierto?
Lo del porcentaje es una estupidez. Es verdad que hay muchos. Es evidente y lo sé muy bien de primera mano, pero ¿cómo los ha contado? (risas). Dice el 80 como podría decir el 90 o el 50. He leído el libro y es un refrito de noticias inconexas, rumores y calumnias. Bajo una pátina de 'cientificidad' está lleno de inexactitudes. Persigue el escándalo y las ventas.
¿Qué hacer con los miembros de la iglesia que han abusado de menores? ¿Es suficiente sólo el perdón?
La pedofilia es algo horroroso. Me resulta incomprensible. Pero por asquerosa que sea me parece aún más reprobable la actitud de algunos obispos que no han aplicado a tiempo los correctivos oportunos. Hasta que Benedicto XVI no empezó a atajar esos comportamientos hubo redes de impunidad vergonzosas. El perdón es siempre una potestad de las víctimas (quienes pueden otorgarlo, si hay arrepentimiento), pero independientemente de ello está el castigo que merecen los delincuentes y ahí tanto la Iglesia como el Estado tienen que hacer cumplir las leyes que, en un tema de tanta gravedad, no pueden ser burladas.
¿Para cuándo sus memorias?
Para cuando sea 'viejecito'. Podrían ser muy escandalosas, pero ni me gustaría ser citado ante los tribunales ni me parece ética la difamación. No haría a los demás lo que no quiero que hagan conmigo. Mi vida está suficientemente llena de vivencias, anécdotas y encuentros como para no tener que usar informaciones escandalosas para llamar la atención.
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