Así se ha despedido de 'Salvados' el Jordi Évole más costumbrista y emotivo
Hablando de la vida, de sus luces y sus sombras, Évole ha optado por arrinconar la política, y su lado incisivo, y viajar a su barrio. Allí, le ha puesto el altavoz a la calle.
6 mayo, 2019 00:19Noticias relacionadas
Muchos profetizaron cuando se enteraron de su adiós que Jordi Évole (44 años) iba a despedirse de Salvados con un programa cañero, incisivo y, por supuesto, atiborrado de política y reivindicación. Agitando conciencias y haciendo pupa. Y este domingo cuando el espectador ha sintonizado laSexta se ha encontrado con un panorama, de entrada, atípico y con Jordi costumbrista y castizo. Al menos, en apariencia, sin un ápice de ese presentador envuelto en cámaras y en un set de televisión metiendo el dedo en llagas políticas. No, Évole se ha echado a la calle para despedirse para siempre de su programa.
Ha querido auscultar a las personas, meterse en su piel, sentir como ellas. Para eso, no se ha desplazado a un lugar cualquiera: ha viajado hasta San Ildefons, el barrio de Cornellá donde él se crió. Allí ha charlado con sus gentes más vividas, con la tercera edad; sobre su vida, su pasado, su presente y sus inquietudes varias. También ha escuchado, en off, se ha callado y ha puesto el altavoz al barrio. Ahí tienen al churrero que todos los días abre su negocio, a la floristera, a la mujer que llega de la compra. Y todo ese transitar Jordi lo ha orquestado con la canción El Emigrante, de Juanito Valderrama, de fondo.
Y mientras la cámara graba, la vida pasa; Évole charla con un vecino que le cuenta que vive en la calle Buenavista y el presentador le dice que él iba mucho por allí para visitar a sus amigos. Más allá, dos señores, con el cartel de campaña de Pedro Sánchez (47) de fondo, debaten sobre política -el único guiño de la noche-: "Al haber tantos partidos políticos... Lo peor es que la izquierda está dividida. Que lo esté la derecha, mejor para nosotros". Jordi se convierte en ese niño que fue, recrea cómo iba al colegio, quiénes eran sus amigos. Y, cómo no, ya de mayor, su primer reportaje profesional lo hizo allí, en su barrio. La tierra tira. Así se lo cuenta a una señora que, antes de despedirse, quiere saber: "¿A qué hora ponen esto? ¿A las nueve y media el domingo?".
En un momento dado, Jordi se sienta frente a otro hombre mayor. Ninguno de ellos con nombre, todos con historias que contar. Este le relata que él es de Cabra, Córdoba, y que tuvo que emigrar a Francia: "Nos fuimos para desertar del arado. Aquí no había futuro, si te daban un jornal... Y con la crisis, el campo era muy triste. No me quejo de los franceses, eran muy correctos, muy educados. No me hicieron putadas. Hablo francés y me acuerdo todavía. La gente no creía que yo fuera español". Otra escena. Dos hombres están en un mercado de pájaros: "Este valdrá 5 euros más, 5 euros menos. La amarilla qué es, ¿macho o hembra?".
Y ahí dejamos a los señores regateando porque Jordi se interesa en una señora especialmente arreglada y le pregunta por su afeite: "¿Dónde va usted tan elegante?". La mujer responde risueña: "A jugar a las cartas. Voy tal como me ves, y llevo el conjunto de cuando mi hija era jovencita. ¿Has visto cómo se apaña la gente?" Ojo, ni el hecho de haberse pasado la vida limpiando casas le afectó a su cuidado: "Yo limpiaba suelos, en casas y de rodillas. ¿Sabes cuántas casas tenía? ¡Dieciséis! Iba por semana o cada quince días. Había fregonas, pero las señoras creían que quedaba mejor a mano". Un día, se lo hizo ver a su señora: "Le dije un día a la señora que no era estético fregar agachada, que nos podían ver algo los hombres".
Está orgullosa de haber trabajado tantísimo, porque así le pagó la boda a su hija: "Puse un banquete, casé a mi hija, con sombrero blanco, y le pagué la entrada del piso. Yo me casé a finales del 73. La luna de miel la pasé en el tren hacia Barcelona. Mis padres no querían que me viniese soltera, y me casé con un gallego. Me vine con 3.000 pesetas y lo que cabía en dos maletas. Estuve 16 años casada hasta que se me cayó de un andamio y se me mató. Era paleta y trabajaba colgado de un andamio. Nunca tenía la costumbre de darme un beso, pero esa mañana me dio un beso en la cama y ya no volvió. La felicidad se me acabó aquel día".
Con esa frase tan rotunda, se termina esa escena y arranca otra en la que, tres mujeres en un banco, chismorrean sobre la vida y los hijos: "El hijo que es feo es feo. Mi Javi era más guapo, ahora está más estropeado"; "Cómo pasan los años"; "Yo al mío lo tuve con 23". Al rato, se asombran de cómo se les pasa el tiempo. "¿Es la una ya? Madre mía, me voy a poner la comida". Retoma el protagonismo Évole con un matrimonio que sale de comprar flores. Habla el marido: "A mi mujer le encantan las flores. Tiene la ventana llena. Nosotros somos de Madrid, ella es segoviana y yo madrileño. Aquí vivía una hermana mía y vinimos, la llevé a la playa y la lié porque me dijo que ya no se volvía".
Por su parte, ella cuenta que la Sara Montiel era su vecina y uña y carne, y que cuando vino a actuar a Cornellá los invitó al camerino. Metidos en los pormenores de su matrimonio, la mujer se despacha con su marido al ser preguntada por Jordi sobre la clave de la vida marital: "Es un mandón, me he adaptado ya a su carácter. Yo hacía lo que me decía y así no había problema". Otra escena: dos personas hablan de los audífonos y uno se queja: "Tengo la pila rota. Me va bien, los dos valen 3.600 euros". A otro hombre lo llaman para venderle algo: "Tengo 82 años y pocas cosas voy a mejorar. No voy a cambiar ya nada a estas alturas. Gracias". Y le explica a su compañero: "Que me dan dos billetes de avión, para avión estoy yo. Estas llamadas me joden".
Y así, Jordi empalma historias como la vida misma. En todo momento se mantiene en la sombra, deja hablar a los demás. Escucha y, a lo sumo, interviene un poco. Así se ha querido despedir de su programa. Al contarle a una mujer su decisión de abandonarlo, esta se asombra: "¡Cómo vas a dejar el programa, esto pierde mucho sin ti, hombre!". Nada más. Títulos de crédito y adiós a la era Évole en Salvados.
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