La figura de Rocío Jurado regresa con más fuerza que nunca a los corazones de sus seres queridos justo cuando se cumplen 13 años de su fallecimiento. Y su impronta retorna esta vez alejada por completo de toda polémica sobre líos familiares y desavenencias acerca de ese museo en Chipiona que parece no abrirse nunca; el distanciamiento de su hija Rocío Carrasco (42 años) con el resto de la familia, o la participación de Antonio David Flores (43) en Gran Hermano VIP 7. Ahora, el nombre de Rocío vuelve en forma de proyecto literario: un libro nunca visto antes, intimista, de la Jurado más humana y cercana. La auténtica, la de puertas para adentro.
La periodista Marina Bernal ha sido la encargada de homenajear a la Jurado precisamente en el momento en que más se necesita a nivel mediático y familiar, en la etapa, puede, más convulsa que atraviesa el clan de los Jurado-Mohedano. Este libro solo agita la nostalgia, despierta sentimientos positivos y blancos y espanta toda morbosidad. Canta, Rocío, canta es algo bonito que recupera a la Rocío desprovista de su rimbombante apellido. Sus alegrías y sus penas, sus éxitos y sus fracasos. Sus amores y sus rupturas. Y el cáncer, ese que acabó con todo, salvo con su recuerdo, el que se respira en cada recodo de Chipiona.
La historia arranca con la pasión que sentía Rocío por su querida ciudad. Siempre Chipiona: "En Chipiona se respira a Rocío por todas partes. Entras en un establecimiento y una foto suya, en blanco y negro, te mira con esos ojos que desprendían vida. El himno de Andalucía, cantado por ella, se ha institucionalizado en todos los actos del Ayuntamiento. Suena la voz de Rocío en todos los sitios. (...) Hasta una escuela infantil, en la zona de La Laguna, lleva el nombre de la cantante". Es lo mínimo para una mujer que ha llevado por bandera su tierra, su Andalucía y su Virgen de Regla. Rocío se iba de gira, pero siempre se llevaba a su Chipiona con ella; Rocío se fue, pero su Cádiz siempre estará impregnado de su esencia. Así era ella, puro sentimiento y verdad cuando se bajaba del escenario. "La mujer que se escondía detrás de la sofisticación de la Jurado era una persona sencilla, de memoria prodigiosa, anclada a sus raíces y con la mente abierta para crecer y seguir aprendiendo", relata el libro.
Jurado no podía dejar pasar mucho tiempo sin dejarse caer por su tierra. Lo necesitaba, pero 2006 llegó y lo cambió todo: "La última vez que Rocío visitó Chipiona fue el 5 de enero de 2006. (...) Los periodistas la acompañamos en ese último encuentro con la Virgen de Regla. Realmente no fue un adiós". Ahí ya estaba malita y batallando sin parar, cada día daba gracias por el sol que se colaba por la ventana. La calle, sus seguidores se agolparon en cariño y arropo.
"Durante su enfermedad , a lo largo de muchas semanas, los vecinos y admiradores, de forma espontánea, fueron escribiendo mensajes motivadores y de admiración en el muro blanco de su casa de Chipiona. (...) El 1 de junio de 2006 Rocío fallecía en Madrid. (...) Durante toda la noche sus vecinos la esperaron a pie de carretera, desde la entrada de Chipiona, hasta el Santuario de Regla. (...) Un reguero de gente portando una vela roja en la mano alumbró el camino de Rocío". Todos ellos, a través de un aplauso hueco y vasto le dijeron un hasta luego. Como cuando se iba de gira.
En el fondo, los chipioneros conservan esa esperanza infantil de verla pasear de nuevo por sus lugares favoritos, como si todo fuera obra de un mal sueño. La cantante tenía su ruta muy bien establecida. Ahí, El Barrio, esa zona de Chipiona donde nació, esa avenida que llevaba su nombre, la de Regla, el cementerio de San José. Siempre, invariablemente, recorría sus calles casi en ese orden.
El libro viaja a su más tierna infancia y adolescencia y recuerda a esa Jurado de la calle Larga del Barrio, que cantaba en las tiendas cuando acudía a hacer los mandaos, la que se fue a Madrid, siendo una adolescente, para trabajar en el tablao El Duende, la que no faltaba a su cita con la Virgen de Regla, la que amaba los carnavales, y fue pregonera del suyo en Chipiona. Nada le gustaba más que un disfraz y una buena fiesta salpimentada de música y buena gente. Porque dentro de Rocío habitaban muchas, como en un caleidoscopio: la artista, la mujer, la madre, la Mohedano, la nieta, la hermana, la amiga, la Rocío embajadora, entre otros títulos.
La Jurado tenía una gran proyección pública, pero cuando traspasaba el umbral de su casa se iba quitando excentricidades y capas hasta quedarse en una persona casi anónima: "Era una lectora empedernida, y lo mismo podía mantener una conversación sobre arquitectura, pintura o cualquier otro arte. Fue educando su talento natural con la cultura que encontraba en los libros en un afán desmedido por saber y conocer (...) Cuando se levantaba se tomaba un café negro americano con ciruelas, de un árbol que tenía en su casa de La Moraleja". Rocío, de gustos sencillos. Rocío en casa, sin aspavientos. Rocío en bata, pero no de cola.
Era alguien que valoraba las pequeñas cosas, las de toda la vida, y que tenía un sueño, que le repetía y repetía a su amiga del alma, Charo: "Chari, cuando seamos mayores nos vamos a poner muy gordas, muy gordas, nos vamos a poner una batas anchas y vamos a comer de todo y nos vamos a vivir a Chipiona". Conservaba una buena salud hasta la llegada del cáncer, pero con algún que otro rasgón; Rocío tuvo problemas de garganta, alergias y una hernia discal. De todo ello salió airosa, pero la enfermedad gorda le dio caza.
Vivió como cantó, con el alma y el corazón por delante. Con su familia siempre unida, como una piña. Se enamoró locamente de Pedro Carrasco y más tarde de Ortega Cano (65). Tuvo a su Rocío Carrasco, que marca como uno de los días más importantes de su vida: "Ese es el día más grande de mi vida, indiscutiblemente, comparándolo con todas las actuaciones, con todos los discos, los de platino y los de oro, con todos los premios, con todas las satisfacciones personales, incluso con el día de mi boda que fue grandioso para mí".
Más tarde, vendrían José Fernando (26) y Gloria Camila (24). Y la plenitud no hizo más que expandirse hasta que en 2006 su vida se desmoronó como un castillo de naipes. El cáncer hizo de las suyas, Rocío se fue y la familia se dividió en dos bandos inquebrantables. E Irreconciliables. Ya nada volvería a ser lo mismo. Rocío dejó de cantar, de proteger y de vivir, pero su legado quedará ahí, inmortal.
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