A punto de concluir el año 2020, la familia política de Esperanza Aguirre (69 años) decidió deshacerse del palacete de su matriarca, Beatriz Valdés y Ozores. Los herederos de la que fuera marquesa de Casa Valdés sacaron a la venta, hace ya casi 11 meses, la emblemática casona ubicada en la localidad asturiana de Pravia por 980.000 euros. Sin embargo, en la actualidad ese precio ha sufrido una radical bajada poco antes de cumplirse el aniversario de la colocación del cartel de 'Se vende'.
La aristócrata dueña de la casona era la madre de Fernando Ramírez de Haro (71), marido de la expresidenta de la Comunidad de Madrid. El matrimonio estaba muy unido a la marquesa, quien falleció a los 92 años en febrero de 2019. De hecho, convivieron con ella durante los últimos años de su vida en la gran casa que Esperanza y su esposo poseen en el madrileño barrio de Malasaña.
Pero tras el fallecimiento de Beatriz, sus hijos tomaron las riendas de la gestión de su patrimonio y anunciaron por diferentes vías la puesta a la venta de su majestuosa vivienda en el área de Avilés.
Entonces el precio inicial propuesto para su compra se acercaba al millón de euros, pero tras unos primeros meses sin modificaciones en su valor, el pasado septiembre se produjo una bajada hasta situarse en los 950.000 euros. Y no ha quedado ahí la rebaja.
Este octubre se ha vuelto a llevar a cabo una nueva reducción en el precio y ahora el emblemático inmueble puede adquirirse por 899.000 euros. Sin duda, esta última disminución en el coste es la más significativa, pues queda poco más de un mes para que se cumpla el primer año de su puesta en venta y se han superado ya los 80.000 euros de descuento.
A pesar de las bajadas en el valor, sigue requiriendo un gran desembolso económico, pero la realidad es que la joya inmobiliaria lo merece. Se trata de una imponente vivienda que se levantó en el año 1798 sobre un patio central sostenido por columnas de piedra. El palacio está compuesto por la Casona Principal que consta de 1.458 metros cuadrados divididos en tres plantas. Pero además, en ella dispone de una capilla de 48,64 metros cuadrados y unos anexos de terreno ajardinado que abarcan 274,41 metros cuadrados.
Las dimensiones y estancias en este hogar son hiperbólicas. Cuenta con cuarenta habitaciones que se reparten en once dormitorios, nueve baños, dos cocinas, cinco salones y un comedor. La lujosa vivienda también dispone de varios detalles clave que la convierten en un auténtico tesoro asturiano: dos patios interiores, una torre, un mirador, y garaje. Además, completan la interminable lista dos antiguas caballerizas y dos edificaciones más a las que se accede desde el exterior.
El poder adquisitivo de sus dueños queda reflejado en los aspectos más estéticos que se pueden encontrar a lo largo y ancho de las estancias. Prueba de ello son los descomunales techos de más de cuatro metros de altura que se muestran decorados con molduras pintadas de forma artesanal, también se respira autoridad en los frescos de las paredes de algunos salones así como en los suelos originales de castaño.
Resulta fácil imaginar a la desaparecida marquesa de Casa Valdés moviéndose por sus habitaciones de un lado para otro en el siglo pasado cuando esta casa tenía tanta vida y acogía a su numerosa familia. Para desplazarse de una planta a otra preside en mitad de la vivienda una impactante escalera de mármol que guía hacia cada piso.
El peso histórico de esta especial edificación data del siglo XVIII, cuando la burguesía se reunía en palacios como este para sus veladas más íntimas. Tal es el reconocimiento que existe en Avilés sobre esta vivienda que posee dos nombres: por un lado, Casona de la marquesa de Casa Valdés, y por otro, Antiguo palacio de Omaña.
En la actualidad es un legado patrimonial que ha quedado en manos de los Ramírez de Haro, familia política de Esperanza Aguirre. Pero con la muerte de su dueña no solo sufrieron sus hijos, entre ellos el marido de la exdirigente popular, sino también la propia Aguirre, pues estaba muy unida a su suegra. Además de vivir juntas en los años previos a su adiós, ambas compartían gran pasión por el golf y tenían una visión sobre la vida muy similar, lo que las hacía ser muy cómplices pese a no ser familiares de sangre.
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