Durante décadas, Rappel (78 años) ha sido conocido como uno de los videntes más populares de España que ha echado las cartas a personajes tan egregios como Cristina Onassis, Franco, Severo Ochoa y Lola Flores. Sin embargo, su aparición en sociedad se remonta desde la cuna en el negocio de sus padres.

A raíz del estreno de la miniserie de Cristóbal Balenciaga en Disney+ en la que Alberto San Juan (55) se mete en la piel del diseñador de referencia en la alta costura de los últimos dos siglos, Rappel rememora en exclusiva para EL ESPAÑOL cómo fue su relación personal con el genio vasco.

Con 26 años montó su negocio de costura en el madrileño barrio de Salamanca donde tuvo a la clientela más pija del momento como Carmen Polo de Franco, la marquesa y socialité Niní Montián y doña María de las Mercedes de Borbón y Orleans, condesa de Barcelona y, por ende, abuela del rey Felipe VI (55). "Solía hacerle las batas de estar por casa. Era una mujer muy cariñosa", puntualiza sobre la aristócrata.

[Rappel: "Tengo ganas de actividad y estoy bien de la cabeza. El día que no sepa quién es quién me retiraré"]

Rappel, en septiembre de 2023. Gtres

¿Cómo surgió la amistad de Cristóbal Balenciaga con su familia?

Antes de la Guerra Civil, mi abuelo y mi padre tenían un negocio fabuloso de telas y pieles que durante la contienda quedó destruido porque lo saquearon y lo quemaron. Se quedaron sin la boutique, sin la casa, sin nada. En la calle. La peor desgracia que puede tener un país es una guerra civil, matarse entre hermanos es salvajada. Dios quiera que no ocurra jamás. Ante la necesidad, a mi abuelo se le ocurrió llamar a Cristóbal porque eran amigos desde los 16 años. Más que amigos, hermanos.

¿Y?

Cuando se puso al teléfono lo primero que hizo fue preguntar cómo se encontraban, y después les dijo que se fueran a su casa a París. Al principio mi abuelo estuvo algo reticente porque quería buscarse la vida para trabajar, pero Cristóbal se empeñó. Una vez en París le dijo cuál era su situación y Balenciaga les dijo que se fueran a España, que les haría ricos. Les dio bastante dinero y entre 1939 y 1940 montaron en una planta baja de la calle Lagasca una boutique muy elegante que se surtía de las telas que Balenciaga seleccionaba de la alta costura de París y que enviaba en camiones. El primero lo pagó él.

¿Le trató mucho?

Por entonces Balenciaga ya estaba instalado en París, pero cuando estaba en Madrid venía a comer a casa dos o tres veces a la semana porque le encantaba cómo guisaba mi madre. Él había estado en la boda de mis padres y en mi bautizo. Desde ese momento, fue como mi abuelo.

En las reuniones alrededor de un buen ágape suelen surgir conversaciones interesantes. Cuéntenos una que le marcara para siempre.

Un día me preguntó a qué me quería dedicar de mayor y le contesté que me encanta el negocio de mis papis, el mundo de los trapos y las telas. Mi madre me miró como si nada, como si estuviera diciendo tonterías, cariñosamente, y le dijo que no me animara. Balenciaga enseguida reaccionó: "Bueno, pues como ya sabes que mi casa está en la Gran Vía, cuando salgas del colegio o los fines de semana te vienes y aprendes el oficio". Y yo iba como si fuera a la casa de mi abuelo, todas las chicas me querían. Allí me metía con él en los probadores y le ayudaba a coger dobladillos de las señoras más pudientes de la ciudad. Parece un sueño cuando lo cuento, pero es que lo estoy reviviendo. Como aprendiz le daba los alfileres. Poco después viví en su casa en París.

[Wladzio D'Attainville, el amor de la vida de Balenciaga: así fue su pasional relación hasta que la muerte los separó]

¿Qué recuerdo conserva de aquella época?

Independientemente de las fabulosas fiestas que organizaba en su casa con las mujeres más conocidas a nivel mundial, lo más entrañable fue asistir a la despedida de los escenarios de Édith Piaf. En aquella época ya se encontraba muy malita. Mis padres, Cristóbal y yo nos sentamos frente al escenario, aún recuerdo que era la fila dos. Como la Piaf no se podía casi mover porque tenía una artrosis deformable, dos trabajadores del teatro la llevaron en volandas con la luz apagada como si fuera una muñeca y la sentaron en una silla frente al micrófono. ¡Qué voz tan angelical! No se movió nada. Estaba vestida de negro, los pies doblados… Inolvidable su La vie en rose.

Tuvo la suerte de conocerla, ¿cómo era de cerca?

Balenciaga y Édith eran íntimos amigos. Cuando acabó el concierto la sentaron en una butaca detrás del escenario donde empezó a recibir a la gente. A Cristóbal le recibió con un montón de besos, le acariciaba exclamando Mon ami y él le correspondía muy cariñoso. Me presentó como si fuera su discípulo, como su abuelo y en ese momento ella me cogió la cara, empezó a acariciarla con sus deditos huesudos y repetía "Oh, mon petit. Oh, il est beau", es decir, "Oh, mi pequeño. Oh, es hermoso". Era muy pequeña cosa, pero emanaba una luz especial.

Otra buena amiga de su familia fue Raquel Meller…

Era una señora estupenda. Mi padre y yo fuimos a verla a la casa de salud donde residía en Barcelona porque estaba muy delicada de salud. En cuanto nos vio, se comió a besos a mi padre y cuando me presentó, me dijo: "¡Qué capas de pieles, qué sombreros y qué vestidos me hacía tu abuelo. Con ellos he paseado por todo el mundo". Hablamos un poco y regresó a su habitación dando pequeños pasitos porque quería hacerme un regalo. Aún conservo la caja de cartón con una rosa roja pintada a mano que estaba llena de peinetas y peinecillos de sus actuaciones. Con el tiempo compré una abaniquera en una casa de subastas de Madrid donde siguen expuestas presidiendo mi despacho.