Corría el año 1992 cuando de la mano de la productora Gestmusic Endemol se estrenaba Luna de miel, un programa dedicado a parejas que se habían dado recientemente el 'sí, quiero'.
Se emitió durante dos años en algunas de las televisiones autonómicas, pero nunca llegó a dar el salto a la televisión nacional. Es muy posible que muchos sepan poco o nada sobre este formato, por el que apostaron Telemadrid, ETB, Canal Sur o el ya desaparecido Canal 9, entre otros.
Mayra Gómez Kemp fue el rostro elegido en la década de los 90 para conducir este programa, en el que, además, deleitaba al público cantando la sintonía cada vez que presentaba a una pareja. A pesar de que para los telespectadores resultaba difícil asociar a Mayra con algo que no fuera el famoso Un, dos, tres, se convirtió en parte de la esencia del programa, conquistando a todos gracias a su peculiar risa.
Tres matrimonios competían a través de diferentes pruebas para conseguir la luna de miel perfecta, que por diferentes circunstancias no pudieron disfrutar en su momento. Por ese motivo, debían salir a plató vestidos como si acabaran de llegar del banquete nupcial, lo que le aportaba un toque muy distintivo y dinámico al programa.
En cada prueba se pretendía demostrar su alta o baja compenetración, así como diferentes habilidades a desarrollar entre los dos. En la primera fase se realizaba una ronda de preguntas para comprobar cuánto se conocían las diferentes parejas. Por cada fallo, se les castigaba con una maleta de penalización.
Pero si hay un ingrediente que no faltaba era la presencia de la temida suegra, a la que también se le ponía a prueba en numerosas ocasiones. Tanto la novia como el novio se jugaban los regalos de la lista de bodas. Un viaje, dinero en efectivo, un coche o la entrada del piso eran el anzuelo perfecto con el que los recién casados mostraban su humor para no acabar naufragando en una gigantesca piscina.
La siguiente misión era entrar en una barca agujereada situada en una piscina, donde se les hacían preguntas de cultura general. Si fallaban, uno de los familiares o de los amigos debía subir a la barca, aumentando el peso y complicando la permanencia a flote. La barca de la pareja que se hundiera primero era la que quedaba eliminada.
La final se decidía también en la piscina, en una nueva ronda de preguntas que debían acertar para no caer al agua desde el trampolín. La pareja ganadora debía superar diez pruebas o juegos de destreza en un tiempo límite (uno por cada piso de una enorme y falsa tarta nupcial), para conseguir llegar antes de que se acabara al otro lado de la inestable pasarela sobre la piscina, que el novio debía cruzar llevando en brazos a la novia.
Las parejas que quedaban eliminadas, jugaban un juego de consolación. Los dos miembros eran colocados debajo de un gran manzano, que tenía 25 manzanas colgadas. Las manzanas iban cayendo de forma aleatoria y debían de ser cogidas sin que tocaran el suelo. Cada manzana tenía un número del 1 al 25, y contenía un pequeño premio. La pareja se llevaba todos los premios contenidos en las manzanas que pudieran coger al aire.
[Más información: ¿Se acuerda de 'Qué apostamos'? El programa que castigaba con la ducha a Ana Obregón]