Es el tema de la semana, cuando no del mes o del año: la pelea en directo entre Jorge Javier Vázquez (49 años) y Belén Esteban (46) en el pasado Deluxe a cuentas de la gestión del Gobierno sobre el coronavirus. El tema ha dado la vuelta al ruedo televisivo y poco le ha faltado para llegar al Congreso, aunque, ahí es nada, muchos son los políticos que se han posicionado en esta batalla campal. No solo eso: Carlos Herrera (62) se ha declarado fan número uno de Belén Esteban y no ha descartado contar con ella en su programa en la Cope.
Las fantasías que tiene la televisión. El caso es que ambos, sabiéndolo o sin hacerlo, agitaron el avispero televisivo como hacía mucho tiempo que no se hacía. Yo aquí os vengo a hablar de lo que sucedió el pasado martes, cuando en Sálvame crearon La Cumbre de la Paz para reconciliar a ambos viejos amigos y compañeros de batallas. Por fidelidad a un informante voy a jugar un poco con la información y otro poco con la opinión y la literatura. Ustedes, zorros viejos en esto, sabrán captar la esencia del mensaje que voy a lanzar.
Jorge Javier ya lo dijo al comienzo del programa y ahora le he dado a sus palabras la importancia que tienen. Vino a asegurar que Belén estaba enfadadísima, que le había dicho a la dirección que no volvía al programa y él, Jorge Javier, tranquilizó a la cúpula diciéndoles que el martes allí estaría. "Conozco muy bien a Belén, son muchos años juntos", sostuvo entre risas. Y así fue: Esteban se presentó en el programa, aunque con una mala cara que demostraba lo mal que lo estaba pasando. Párpados hinchados de llorar.
Se sentó en la sala vip a disgusto y encima tuvo que aguantar el sermón de Jorge Javier, que no se bajó de la burra y siguió en sus trece, poniendo la puntilla cuando soltó que Belén no había sufrido durante la pandemia y que, encima, había cobrado su sueldo íntegro aun habiéndose quedado en casa. Belén se tragó muchos sapos esa tarde, pero lo más importante que ingirió fue su orgullo. Tuvo que rebajarse. La obligaron a asistir al programa cuando ella no quería. Vienes sí o sí, es lo que hay. Toca hacer televisión, Belén, como siempre. Y ella dio la cara.
Lo que no se esperaba bajo ningún concepto es que Vázquez siguiera adoptando ese tono bélico con ella. Combatiente y también de choteo, de guasa. Ella estaba realmente dolida, herida. Se sintió humillada por el presentador, por su amigo. Tienes que pedir perdón, Belén. Ella, pobre ilusa, entonó el mea culpa y le pidió disculpas a Jorge por si en algo le había fastidiado. ¡Cuando ella tan solo se limitó a dar su opinión y fue él quien gritó como un energúmeno y la dejó plantada en la silla en directo! Habráse visto.
Otra bajada de pantalones que no surtió el efecto esperado: Jorge Javier no le pidió perdón. Y eso tiene a Belén muy dolida. Siente que la productora solo ha velado por la audiencia y que no la ha cuidado en absoluto. Se siente ninguneada, utilizada. Vejada. Y encima este viernes se ha tenido que encontrar con él en La última cena. Otro sapo, y otro y otro. ¿Qué pasa con Jorge? ¿Por qué él no pide perdón en ningún momento? ¿Por qué no se le obliga a bajarse del púlpito y pisar tierra? Sí, siempre hubo clases y en este caso está más claro que nunca.
Jorge es alguien cruel y despiadado, sí, pero al mismo nivel que los que le consienten ser así. Jorge Javier se ha retratado como lo que es: un tipo sin sentimientos, pelín fascista con la opinión ajena y que solo sabe reírse de todo lo que se mueve. No es capaz de empatizar con el dolor y la pena. Porque me creo que Belén sintió ese sufrimiento. Claro que sí. Aquí todos sabemos cuando se hace televisión, pero lo que se vivió el sábado fue verdad. Por eso se quedó España parada y dividida en dos.
Jorge, inflado de verdad y razones, ha seguido en sus treces disparando contra la Esteban con esa acidez que lo único que ha provocado es que le coja más tirria de la que ya le tengo. "Tenemos dos posibilidades, cerrar el tema y parchear o entrar hasta el fondo y hablarlo. Creo que es mejor entrar. Estoy para conciliar, pero vamos a tratar temas que no le gustan", aseguraba el pasado martes con ese tono de perdonavidas. No contento, aseguró que Belén no puede hablar de todos los temas; que hay algunos que no maneja.
Lo suyo es cátedra, lo demás folletín barato. Y encima dijo que el traicionado es él, que el sábado Belén no estuvo a la altura. Y ya, cuando estaba al borde del paroxismo, llegó el gordo: "No voy a consentir en este programa, mientras yo esté presente, que vengan con esos discursos fascistas. Se está confundiendo libertad con darle alas al fascismo". Definitivamente, hace falta tener unas tragaderas muy grandes para trabajar en ese programa. Belén se merece una estatua en Callao. Bueno, dos: una de bronce y otra de oro.
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