No era difícil atisbar que las cosas estaban cambiando en España en aquellos primeros meses de 1868. El general O’Donnell, líder de la Unión Liberal, el partido más serio y comprometido con el régimen constitucional durante el reinado isabelino, había dejado la arena política en noviembre de 1867 diciendo aquello tan galdosiano de “¡esta señora es imposible!”. Esa “señora” era Isabel II, y su imposibilidad era la inviabilidad de un gobierno representativo estable, integrador y de progreso, con una Corona que decidía al margen de las reglas de juego, y que alimentaba tanto la reacción como la revolución. Eran los días de la valleinclanesca “corte de los milagros”, poco antes de la muerte del general Narváez, aquel “espadón” bipolar que se despidió de este mundo en abril de 1868 con un “esto se acaba”. No sólo se terminaba su vida, sino una forma de hacer política.
José Luis Albareda, canario nacido en 1828, pensó entonces en publicar una revista que reuniera la libertad de los nuevos tiempos, la calidad de los mejores escritores españoles, la independencia política, y la difusión de las últimas ideas, debates y tendencias europeas. Y lo consiguió. Ya tenía experiencia de otras publicaciones prestigiosas, aunque minoritarias, como El Contemporáneo (1860-1864), pero Albareda estaba convencido de la necesidad de crear una opinión pública liberal, sensata e instruida, burguesa pero reformista y emprendedora. Creía en las posibilidades de una sociedad española atada a costumbres e instituciones que la alejaban de su admirada Gran Bretaña. Albareda era un convencido de la tan necesaria como idealizada “europeización” del país, y creó la mejor publicación de su tiempo: Revista de España. De publicación quincenal y larga extensión –casi cien páginas-, no había más condición para publicar en ella que la calidad. Sin banderas de partido, Albareda aseguraba que los artículos de su revista formaban un “sincretismo bastardo (de) las más contrarias opiniones y doctrinas” (RE, 15.III.1868).
Y abrió su primer número, el 15 de marzo de 1868, cumpliendo su palabra: con un ensayo del conservador Juan Valera sobre la idea de España, y las Memorias de un coronel retirado, novela autobiográfica del progresista Patricio de la Escosura. Albareda marcó lo que debía ser la revista: calidad, pluralidad, y actualidad reposada:
El principio en que concuerdan todos los colaboradores y redactores de la Revista de España, lo que ha de dar cierta unidad a esta obra, es la creencia de cuantos escriben en ella en la marcha progresiva de la Humanidad (…). Ajena a la lucha de todos los partidos militantes y libre de todo compromiso de bandería, la Revista de España inaugura sus tareas sin mas propósito que el de difundir conocimientos de interés general (RE, 15.III.1868).
Esa idea tan ilustrada impregnó las páginas de la revista desde su primer número. “Lo que nos importa –escribía Varela siguiendo a Albareda- es abrir puerta franca a los frutos de esa inteligencia (española), vengan de donde vinieran”. Así, los ensayos de historia, sociología, economía, literatura y derecho se combinaban con una sección de “Revista política interior”, en la que Albareda, luego Galdós, Antonio María Fabié, Fernando León y Castillo, Núñez de Arce, y alguno más, daban una perspectiva ponderada de las cosas de España. A esto se sumaba una “Revista política exterior”, en ese empeño de Albareda de que el país se abriera al mundo, y unas noticias literarias y bibliográficas, selectas, largas y meditadas, que desentrañaban lo mejor de lo que entonces reposaba en las librerías españolas.
Albareda tuvo que dejar la dirección de la revista para seguir su carrera política, y nombró director a su amigo Galdós en febrero de 1872. Existía entre los dos una gran amistad. De hecho, fue Albareda quien sugirió el título de Episodios Nacionales, y serializó sus novelas La sombra y El audaz. La publicación no varió un ápice, salvo porque tuvo un tono más literario. La crítica a los radicales, carlistas –“esta planta aborrecida”, en palabras de Galdós (RE, V.1872)- y republicanos eran frecuente, incluidas figuras como Emilio Castelar, al que achacaba un “afán sostenido de obtener el refrigerio espiritual del aplauso –escribía Galdós-, aun a costa de la rectitud y de la verdad (…). Desprecie el Sr. Castelar la lisonja de los que encomian los párrafos brillantes de sus discursos, encareciendo su belleza oratoria. No puede haber belleza allí donde no hay verdad” (RE, VI.1871).
Galdós, consciente de la crisis de la monarquía de Amadeo, se empeñó en mostrar el funcionamiento de un sistema constitucional a través de la publicación de cuatro artículos, firmados por el vizconde de Pontón, describiendo el régimen británico, sus reformas electorales y la tolerancia religiosa. No obstante, el advenimiento de la República en febrero de 1873 obligó a Galdós a retirar la “Revista política interior” de esa quincena, y encargó a Juan Valera que la escribiera para el siguiente número. La crisis política era gravísima, y Albareda pensó que Galdós no era el hombre más apropiado por su juventud para un momento tan difícil. A partir de noviembre de ese año, Albareda dio un impulso conservador a la Revista de España y nombró director a Fernando León y Castillo, también canario, que se mantuvo hasta enero de 1890.
La Restauración de 1875 devolvió la publicación a su propósito inicial: grandes y reconocidos autores de todo el arco parlamentario. Por sus páginas desfilaron políticos polígrafos como Nicolás Salmerón, Antonio Cánovas, Francisco Silvela, o Segismundo Moret; filósofos como Giner de los Ríos o Gumersindo de Azcárate; o grandes escritores y periodistas como Andrés Borrego, Víctor Balaguer, Manuel de la Revilla, o Emilia Pardo Bazán. Fue José Sánchez Guerra, que llegó a ser presidente del gobierno con Alfonso XIII, el que se ocupó de la última etapa de la Revista de España, y de su “Crónica política interior”, hasta 1895, momento en que cerró la publicación. Sánchez Guerra se ocupó de su “Crónica de política interior” para exponer la perspectiva gamacista, que continuó en la nueva edición de El Español, aparecido en 1898.
La Revista de España de Albareda, que murió en 1897, tras ser diputado, senador, embajador, y ministro en varias ocasiones durante la Restauración, logró su propósito: reflejar la vida intelectual española, e influir en la política a través de una publicación que reunió a los mejores autores y pensadores del siglo. Galdós escribió de José Luis Albareda en Amadeo I, su episodio nacional, que "fue un grande y desinteresado propulsor de la cultura de este país. Fue el más aristocrático de los periodistas y el más elegante de los políticos. Las campañas que él inspiraba llevaban siempre el sello de distinción exquisita. (…). Mujeriego, taurófilo y deportista, tenía tiempo para todo, hasta para demostrar con hechos que el talento fecundiza la misma frivolidad, y de ello sacan frutos preciosos la razón y el ingenio".
*Jorge Vilches es doctor en Ciencias Políticas y Sociología y profesor de Historia de Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la UCM.