Eran otros tiempos. Tras el desafío de hachas celebrado en la plaza de toros de Tolosa, Paulino Uzcudun cerró el acuerdo con su amigo Julio Ondarzábal. Estamparon la firma usando como mesa uno de los troncos que Paulino acababa de cortar. Era su primera competición como aizkolari.
Eran otros tiempos, pero el dinero iguala todas las épocas. Cualquier boxeador, por aguantar treinta minutos encima del ring, recibe 2.000 pesetas. Por cortar árboles en los montes de Berastegui y Leiza pagaban 1.500 pesetas por ocho meses de trabajo. Jornadas de diez a doce horas, sin apenas parar para comer. El dinero mueve traiciones.
Uzcudun y Gaztañaga se pasan la vida dando puñetazos en el ring, ignorantes del momento en que les llegará el golpe que complete su desgracia y su ruina
A los 23 años Paulino Uzcudun pisó un ring por primera vez. A los 29 se proclama, por segunda vez, campeón de Europa. Un mes antes del combate en el que derrotará al alemán Ludwig Haymann, la revista Berliner Illustrirte Zeitung manda a Donosti al fotoperiodista Robert Capa para hacerle un reportaje, que se publica quince días antes de la pelea. El texto cuenta un día normal en la vida del boxeador guipuzcoano. Y cuatro fotografías.
En la primera: Paulino desayunando en el comedor de su casa. Con su madre, vestida de negro. Su hermana trata de ocultarse detrás de la puerta. Segunda: el boxeador con boina cortando con su hacha un gran tronco en el huerto de casa. Otra: acariciando a un monito que cuelga juguetón de una rama. La última: vista de su residencia en San Sebastián con el cochazo negro aparcado delante del porche. Cómo no cambiar el hacha por los guantes, cómo no escapar del pueblo y probar suerte con el éxito lejos del País Vasco. Sin ataduras, sin nostalgia.
Frente a “Paulino, el leñador vasco”, Isidoro Gaztañaga, amigos mientras cortaban troncos con el hacha en los bosques de Tolosa. Diez kilómetros entre el caserío de uno y el otro. Ambos huyen a París para cambiar de vida. “Nacionalismo cero. Era el sentimiento general de aquellos años”, dice Joxemari Iturralde, autor de la novela Golpes de gracia (Malpaso), “una historia de dos amigos que terminan convirtiéndose en enemigos”.
Mitos y miseria
“Son personajes muy similares, ansiosos de fama, dinero y mujeres. Se convirtieron en monigotes insoportables. Es la historia de dos títeres, de juguetes rotos que tuvieron fama mundial. Uzcudun atraía multitudes”, asegura el novelista, que ha transformado tres años de documentación en pura ficción basada en hechos reales. Ha construido dos personajes sonados por la vida, derrotados por KO por sus propias miserias. Gaztañaga muere en Argentina, en una refriega nocturna. A Uzcudun le sorprende la Guerra Civil en su casa y se junta con la falange. Su chaqueta política había pasado antes por la República, pero tocaba vestirse con otras ropas hasta convertirse en otro mito del franquismo.
Los dos forzudos tuvieron una trayectoria imparable. Además, sabían encajar. Pero no supieron limar una noche de borrachera y bravuconadas en Nueva York, donde traicionaron su amistad para siempre. Joxemari Iturralde recuerda que la llegada de Isidoro Gaztañaga a la ciudad fue una revolución en todos los periódicos deportivos. “En la portada del New York Times se pudo leer: “Ha llegado a Nueva York el hombre capaz de derribar de un puñetazo el Puente de Brooklyn”.
Celebraron la cena en Zeru Txiki, el restaurante vasco en Brooklyn de Valentín Aguirrézar, amigo común. El ambiente se fue calentando durante la cena. Las botellas de champán se sucedían. “Una de las gracias consistía en descorchar botellas procurando que el corcho dejara marca en el techo de la sala”. Paulino estaba eufórico por su última victoria por KO técnico, contra el canadiense Jack Gagnon. Isidoro había bebido algo más que Uzcudun y atajó las fanfarronerías de su paisano. “En aquella cena rompieron para siempre, sin motivo aparente. Las amistades de toda la vida se rompen de repente, por tonterías que ni se recuerdan”, explica el escritor a este periódico.
Joxemari Iturralde ha titulado todos los capítulos de la novela (casi histórica) con los nombres de las mujeres que tuvieron que ver en sus vidas. No es una biografía deportiva, es la historia de una relación traicionada. Como cuenta Ignacio Martínez de Pisón en el prólogo, Uzcudun y Gaztañaga se pasan la vida dando puñetazos en el ring, “ignorantes del momento en que les llegará el golpe que complete su desgracia y su ruina”.
El escritor argentino Roberto Arlt, que escribía sus crónicas para el diario El Mundo, coincidió con Uzcudun durante la travesía de meses cruzando el charco. Describió al boxeador, tras la convivencia, como una “bestia que muestra todo el rato su falsa sonrisa de orangután”.
Uzcudun cierra esta fábula de un naufragio, mientras participa en los preparativos para el rescate de José Antonio Primo de Rivera de la cárcel de Alicante. Mientras, según la leyenda y algunos testimonios, toma partido en atroces represalias contra presos republicanos. De él dicen que entrenaba con ellos. El éxito no bastó.