Las pestañas de Jodie Longden son tan largas como sus uñas; ambas rebasan la orilla de la carne y se curvan hacia el final. En unas semanas es probable que las manos y los ojos sean los únicos elementos de su cuerpo que queden a la vista del resto: está en proceso de conversión al islam y el paso final es cubrirse. Todavía no ha decidido si lo hará con niqab, una prenda que llega hasta la rodilla y sólo deja libre los ojos y las manos, o con hiyab, un velo que deja al descubierto la cara.
Criada en Bradford (Inglaterra) en una escuela católica, Jodie asegura que ha encontrado la auténtica fe a sus 31 años: "Ahora sé que Dios es Alá".
Conoció a su actual marido, Huggy Osman, hace años, pero en diciembre de 2015 fue cuando decidió casarse con él y convertirse al islam. "Él es musulmán y me dijo que por qué no leía el Corán. Siempre había tenido curiosidad, tengo muchos amigos musulmanes, así que lo hice y me gustó". Cuando el proceso termine, Jodie adoptará el nombre árabe de Atiya y el apellido de su marido, Osman. No le gusta hablar de su vida privada, se siente cuestionada y repite una y otra vez: "Es mi elección".
Jodie boxea dos veces a la semana en el gimnasio de su marido, en Bradford —donde entrenaba la campeona olímpica Nicola Adams—. Hay una estufa olvidada a la que nadie se arrima justo en el extremo opuesto al ring. El polvo se acumula en el suelo y en las banquetas como los libros sin leer en una mesilla de noche. Aquí empezó la relación de Jodie con su marido y también con el islam.
Cuando ve el flash de la cámara, Jodie se atusa el pelo y pide ausentarse un momento para retocarse el maquillaje. "No me gusta salir de cualquier manera, ¿luego se pueden modificar con Photoshop?". Su marido no quiere responder muchas preguntas, dice que la protagonista es ella. "No entiendo tanta curiosidad por este tema", dice afable y con sorpresa, "si ella quiere taparse, bien; si no, también. Todo ha sido por decisión propia".
Mientras entrena, Jodie suele llevar leggins y ropa ajustada. El sujetador se le marca por debajo de la camiseta rosa y cada vez que desliza sus pies por el suelo y golpea el aire con sus guantes, el ombligo queda a la vista. "Los hombres a veces me miran y eso me incomoda. No sé qué dice el Corán sobre cubrirse, pero yo quiero hacerlo para evitar las miradas. Todavía no he aprendido lo suficiente sobre esta religión, pero lo que sé es que está llena de bondad y de mensajes pacíficos", dice.
"Llevar velo es mi elección y la de la mayoría de musulmanas. Se trata de mostrar respeto por el cuerpo que solo un hombre puede ver: mi esposo. Normalmente llevo ropa, ¡eso también es taparse! No es una gran diferencia. Usaré sudaderas en vez de tops cuando vaya al gimnasio, no quiero llamar la atención de los hombres", argumenta.
Todavía no ha leído el Corán entero, admite, pero sus amigos musulmanes intentan enseñarle todo lo posible. "Siempre he tenido una fe muy fuerte en Dios. Y ahora quiero volcar todo ese sentimiento en Alá".
Jodie no recuerda con exactitud cuál fue el rito de paso al islam, para ella simplemente consiste en acudir a una mezquita, pronunciar unas palabras, cubrirse y respetar la voluntad divina. "Tienes que responder una serie de preguntas, como por ejemplo por qué Dios es importante para ti. No recuerdo muy bien qué preguntas eran. Después repites en árabe lo que el imán dice y básicamente eso es convertirse al islam".
La familia de Jodie ha aceptado con normalidad su transición a una nueva religión, y asegura que en su empresa —trabaja como administrativa— todos lo entenderán. "Todavía no he comentado que en unas semanas iré cubierta, pero no creo que suponga un problema", explica.
Su caso es más común de lo que podría parecer. Según un estudio realizado en 2011 por Kevin Brice, de la Universidad de Swansea, junto a la organización Faith Matters, "la gran dificultad a la que se enfrentan los conversos es la actitud negativa de sus familiares". La investigación —A report on converts to Islam in the United Kingdom— extrapola los datos del censo escocés para concluir que en 2001 en el Reino Unido había 60.699 nuevos musulmanes de origen británico.
En 2010, se calculaba que el número ya alcanzaba los 100.000. Desde entonces, se estima que cada año se convierten 5.200 personas. Kevin Brice explica que es difícil obtener datos exactos, ya que el censo no diferencia entre quienes abrazan el islam cuando son adultos y quienes lo hacen al nacer por herencia familiar. De las cifras aportadas por Faith Matters, aproximadamente el 62% de los conversos son mujeres; la edad media, 27 años.
De Beyoncé al Corán
Hace unos años, Sandra era una descreída. Si antes recitaba con fervor las letras de Beyoncé los sábados por la noche, ahora lo hace con aleyas —versículos— del Corán. "Solía cantar 'all the single ladies, all the single ladies', me consideraba feminista y pensaba que no necesitaba a los hombres. Estaba muy equivocada". Quien habla ahora es Khadijah Safari, de 34 años y procedente de Milton Keynes (Inglaterra). Tras convertirse al islam, Sandra cambió su nombre de nacimiento por uno árabe.
De madre inglesa atea y padre italiano católico, su único contacto con la religión fueron las celebraciones de Navidad y las misas por la muerte de alguien cercano. "Tenía muchos interrogantes y el catolicismo no me daba respuestas", explica.
Cada vez que le hacen una pregunta, Khadijah aprovecha su silencio para colocarse el hiyab adecuadamente. No deja que la raíz del cabello asome por ningún lado. Cuenta que con 20 años se fue a Londres a estudiar diseño gráfico y publicitario, y allí es donde conoció por primera vez a un musulmán. "Me dejó un libro sobre la ciencia y el islam y me pareció fascinante. Sentía que por fin podía explicarme ciertas cosas".
Al acabar el curso, comenzó a trabajar como representante comercial de una peluquería regentada por musulmanes, y más tarde, cuando se apuntó a clases de kickboxing y muay thai, conoció a su monitor y futuro marido, Karim Safari. "Un día Karim me dijo que si podía prestarme unos libros sobre el islam y accedí. Pasé tres meses leyendo y otros tres en el Caribe reflexionando. Cuanto más pensaba sobre esta religión, más creía que mi país la necesitaba. Muchos de los problemas de la sociedad actual son cosas con las que el Corán no quiere que te asocies: la bebida, las drogas, el juego… Pasaba por casas de apuestas en Londres y me enfadaba", relata Khadijah.
Tras casarse y comenzar definitivamente su transición, algunos de sus amigos la rechazaron: "Me decían que estaba cambiando, que ya no vestía como antes y que apenas salía. Una amiga llegó a decirme que yo le daba pena. Con mis padres fue más fácil. Al principio no me atrevía, así que les escribí un correo electrónico para explicárselo. Lo aceptaron en seguida. Me dijeron que si era mi decisión, la respetaban".
Boxear sin velo
Al igual que Jodie, Khadijah tiene muy claro que llevar el hiyab es una decisión exclusivamente propia. "La gente me pregunta todo el rato que por qué lo hago, y yo digo: ¿quién pierde en esto? ¿yo porque no te estoy enseñando mi belleza o tú porque no puedes verla? ¿qué derecho tienes a sentirte ofendido?".
Antes de aceptar la entrevista, pregunta por teléfono si habrá algún hombre presente: "Si es así, querría consultárselo a mi marido", explica. ¿El motivo? "No debo estar en una habitación con hombres que no conozco, eso podría ponerme en peligro".
Khadijah no se altera con ninguna de las preguntas, es hermética en el trato y sólo cambia el gesto cuando bebé café y se da cuenta de que se ha enfriado. Rebate a su interlocutor como a una contrincante en el cuadrilátero: no considera que las musulmanas deban cubrirse, ni siquiera que el marido deba interferir en la decisión. "Una cosa es el islam y otra muy diferente lo que algunos países árabes hacen. Las mujeres tenemos muchos derechos según el Corán, pero la gente sólo ve opresión. Si un hombre obliga a su esposa o a su hija a taparse, eso no es islam. No se debe forzar a nadie. Hay muchos hermanos que no saben casi nada acerca del Corán, como también hay muchos católicos que desconocen la Biblia. Es un error", dice.
Luego añade: "A mí me hace feliz porque me gusta ponerme guapa sólo para mi marido, es para él para quien debo hacerlo. No me gusta soportar los comentarios de otros hombres por la calle. Cubrirme o evitar estar en un sitio sola con hombres es protegerme. Alguien que no te conoce no debería mirarte ni tener deseos sexuales". "¿Es su responsabilidad?", le inquieren. "Sí, pero ¿cómo lo vas a parar? ¿Cómo educas a todos los hombres? No puedes decirles: Perdona, deja de mirarme. No tienes ese poder".
En 2013, Yasir Suleiman, profesor en la Universidad de Cambridge, publicó un estudio sobre la conversión al islam desde la perspectiva femenina. En él establecía que "la adopción del velo en ocasiones era una precondición para casarse con algunos hombres musulmanes". También decía que "la visión ortodoxa del islam es que si un hombre no musulmán quiere casarse con una musulmana, primero debe convertirse. Y al revés".
La investigación también concluye que, a pesar de no ser obligatorio taparse, para ellas es una forma de ser reconocidas como musulmanas por otros miembros de la comunidad. "Para ciertas mujeres cubrirse es una forma de contentar a la pareja, pero para muchas otras es algo espiritual, un acercamiento a Dios. Algunas incluso consideran que es un símbolo feminista, pues implica alejarse de las tiranías que impone la industria de la moda, que las sexualiza".
Khadijah ahora es profesora de artes marciales mixtas en el gimnasio de su marido. Ella enseña a las mujeres y él, a los hombres. El sudor empapa el velo, es incómodo, así que necesita entrenar sin hiyab. Por eso sólo puede hacerlo sola o en presencia femenina. "Es mejor dar clases únicamente a chicas. Tengo muchas alumnas no musulmanas que también lo prefieren porque pueden ser ellas mismas, ir despeinadas y con cualquier ropa sin que ningún hombre las mire. Se sienten más libres. Además, ellos son más rudos, hacen más ruidos, es peor. De esta manera, nadie te está observando".
Fátima Tahiri Simouh, doctoranda en la Universidad Autónoma de Madrid, cuya línea de investigación es el islam en Europa, critica la deshumanización que sufre la mujer musulmana al resumirla en una sola prenda como el hiyab. "Hay que tener en cuenta su propia opinión y sus valores, además de hablar de determinados contextos y situaciones", dice.
Mientras los partidos conservadores del Reino Unido consideran que este fenómeno supone una "islamización del Reino Unido", Kevin Brice defiende que es consecuencia de la integración de la cultura musulmana que, recuerda, "sigue siendo muy reducida".
"Reino Unido tiene una población de más de 64 millones de personas, y aunque el número de conversos seguramente sea más bajo de lo que realmente es debido a la dificultad de calcularlo, todavía supone una parte muy pequeña", añade Brice. "Una minoría dentro de una minoría en alza", lo llama.
Al acabar la entrevista, Jodie va al vestuario. No hay ni perchas para colgar la ropa, sólo unos taburetes y una fregona en un cubo mugriento. Dos chicas nuevas se quitan los tacones y se calzan las deportivas: es su primer día en el gimnasio. Después de los calentamientos —saltar a la comba y hacer flexiones—, Jodie le enseñará los movimientos básicos para boxear. El velo pronto ocultará algunas partes de su cuerpo, pero a la vez dejará al descubierto la nueva identidad que tanto ella como Khadijah han escogido.