La increíble invasión de Inglaterra por los globos
Napoleón trazó un fantástico plan para abalanzarse sobre la isla por mar, tierra y aire que provocó la psicosis entre ingleses.
5 marzo, 2016 02:38Noticias relacionadas
- Hatfield, un hacedor de lluvia demasiado efectivo
- Gibraltar esconde el mapa del tesoro
- El general argentino que quiso conquistar la Antártida
- El millonario americano que odiaba América
- El ensayo del 11-S
- El soldado que forjó un imperio
- El corazón del Imperio español era un mapa
- La reina de África
- Verne robó antes del Odyssey
Como ocurriría más de dos siglos después con los anuncios de los lanzamientos de misiles norcoreanos, en agosto de 1783 comenzaron a llegar a Inglaterra noticias que hablaban de que los franceses podrían estar probando una novedosa máquina voladora. En un principio, el escepticismo fue la respuesta oficial, pero una carta que el embajador estadounidense en el país galo, Benjamin Franklin, envió al presidente de la Royal Society, Joseph Banks, terminó por confirmar que, de hecho, había dos líneas de trabajo distintas en las que se estaba trabajando: por un lado, bolsas de papel, elevadas mediante aire caliente, que habían descubierto los hermanos Montgolfier, y que mostrarían ese mismo año ante el rey Luis XVI en Versalles; y por otro, los avances que con el hidrógeno, de mucha mayor fuerza ascensional y paradójicamente descubierto y estudiado por dos ingleses, Cavendish y Priestley, estaba realizando otro pionero francés del aire, Alexander Charles.
Inmediatamente, la elevación de los globos se convirtió en un espectáculo de masas en Francia y, a pesar de que se mantenía el escepticismo institucional al otro lado del canal, pronto fue inevitable que ese mismo entusiasmo se contagiara a la población inglesa cuando aquellos artilugios comenzaron a surcar sus cielos, en muchos casos pilotados por franceses. El mismo Samuel Johnson acabó venciendo su primera opinión de que se trataba de un mero espectáculo circense, y cuando el equipo francobritánico formado por Jean-Pierre Blanchard y John Jeffries (ambos se las arreglaron para arrojar al mar cada uno la bandera del otro en el trayecto) logró atravesar por primera vez el Canal de la Mancha, lo que hasta entonces había sido un pasatiempo tomó un cariz distinto.
Una vez más, fue Franklin el que vio que el nuevo invento podía ser un arma formidable, y no sólo por sus ventajas para la observación: "Cinco mil globos capaces de elevar a dos hombres cada uno [...] Diez mil hombres que descendiesen de las nubes podrían causar en algunos sitios graves daños antes de que se pudiera congregar una fuerza que los repeliera". El hecho de que se produjeran las primeras muertes en lo que hasta entonces habían sido demostraciones festivas (entre ellas, la del pionero Jean-François Pilâtre, fallecido al intentar cruzar el Canal de la Mancha en el sentido contrario) y los acontecimientos de la Revolución Francesa, que llevaron a los dos países a una escalada bélica que alcanzaría su apogeo con la llegada de Napoleón, hizo que la desconfianza hacia los globos aumentara en Inglaterra, hasta tal punto que, como afirma Richard Holmes en "La edad de los prodigios" (Turner), el hecho de que la gente pensara que la mayor parte de los aeronautas eran extranjeros podía hacerles "llegar a encontrar que el suelo resultaba aún más peligroso que el cielo".
Napoleón, sin embargo, tuvo una enorme fe en las posibilidades de la guerra aérea. Su ejército utilizó por primera vez los globos para labores de vigilancia en la guerra contra Prusia (1794-5), y creó el primer Cuerpo de Aerostación en Meudon, al que pronto se añadiría otro. Pero fue con su sueño de invadir Inglaterra donde quería dar una importancia capital a lo apuntado por Franklin años antes. Por mar era imposible, porque la superioridad de la Armada inglesa era aplastante, pero eso no era algo que pudiera acogotar a Bonaparte, que trazó ambiciosos planes para combinar el asalto naval con la construcción de un túnel que uniera los dos países (más o menos por donde hoy pasa el Eurotúnel), y la suelta de todo un aluvión de globos que llevaran a sus tropas a tomar posiciones en el sur de Inglaterra.
La psicosis de una posible invasión aérea invadió a los ingleses, pero finalmente nunca se produjo. Además, Nelson había destruido los pocos globos construidos hasta entonces en la batalla del Nilo en 1798, y un año después, Napoleón disolvió la unidad. La derrota de Trafalgar frustró definitivamente cualquier intento de retomar la idea, pero mantener viva la psicosis de una posible invasión aérea se convirtió en algo muy útil para atizar la animadversión de una opinión pública que, en un primer momento, no terminaba de entusiasmarse con la idea de ir a la guerra contra un país cuyos ideales revolucionarios despertaban la admiración de no pocos intelectuales. Tendría que pasar más de un siglo antes de que los cielos se convirtieran en el origen de la mayor fuerza devastadora desatada hasta entonces por el hombre, una que cambió de manera definitiva los modos de hacer la guerra.