La dictadura no terminó el 20 de noviembre de 1975. En el primer semestre de 1977 los arrestos por motivos políticos fueron 4.733 (unos 30 al día), en su mayoría por delitos de propaganda ilegal vinculados a la izquierda revolucionaria. “Entre enero de 1975 y junio de 1977, la violencia política estatal se cobró 95 vidas”, explica el historiador Gonzalo Wilhelmi, en el libro Romper el consenso. La izquierda radical en la Transición española (1975-1982), un riguroso estudio histórico de una etapa que ha sido reducida tradicionalmente a un carpetazo democrático.
El relato historiográfico parece dibujar un trayecto hacia la democracia sin esfuerzo. Recientemente se ha publicado que “Juan Carlos I volvió a legalizar los partidos políticos, procuró la reconciliación nacional, liquidó el régimen franquista y devolvió a España a la democracia”. ¿Fue tan sencillo? “No”, responde Wilhelmi, doctor en historia contemporánea. “La violencia de la última parte de la dictadura es terrible. Hubo manifestaciones disueltas a tiros, torturas salvajes, listas negras. Sobrecoge. No me esperaba encontrar algo así. La dictablanda no existió. No fue una represión como la de los años cuarenta, pero de dictablanda nada”, explica el autor del libro publicado por la editorial Siglo XXI a este periódico.
La violencia de la última parte de la dictadura es terrible. Hubo manifestaciones disueltas a tiros, torturas salvajes, listas negras. La 'dictablanda' no existió
El historiador asegura que fue la movilización en fábricas, barrios, universidades y calles el factor decisivo que impidió la continuidad del régimen una vez muerto Franco. “Ante esta ola de protesta, que no paraba de crecer y que la represión no conseguía eliminar, los sectores reformistas (donde se ubicaban entre otros el rey Juan Carlos y el presidente Adolfo Suárez), abandonaron su propuesta inicial por cambios menores y superficiales, y optaron por liderar una transición a una democracia liberal similar a la de los países del entorno”, escribe.
La izquierda radical quiso un país nuevo, sin un proceso condicionado por el poder del aparato del Estado franquista, sin determinar la voluntad del pueblo. Todos estos grupos que la conformaban querían una ruptura con el pasado que había que abandonar. No había opción al consenso, no podía quedar ni rastro de la dictadura. “Adolfo Suárez tuvo un papel esencial: una vez la movilización popular impidió la continuidad del régimen, él se encargó de hacer imposible el regreso a la dictadura. Pero no lo hubiera logrado sin la lucha antifranquista, acabó con la dictadura gracias a los pasos dados por la izquierda radical”, asegura a EL ESPAÑOL.
Un bloque fragmentado
Es decir, la izquierda revolucionaria -a la izquierda del PCE- desempeñó un “papel decisivo en la extensión de la movilización popular que había provocado la crisis de la dictadura, pero no su descomposición”. El autor descubre un espacio político muy fragmentado, compuesto por numerosas organizaciones y corrientes que pretenden tumbar la dictadura y avanzar hacia un sistema socialista. Por ello el régimen franquista las reprimió con especial intensidad.
La mayor limitación de la izquierda radical fue no ser capaz de adaptar su proyecto a los nuevos tiempos. No supo darle el valor suficiente a las reformas
Por eso explica que la muerte de Franco no supuso el fin de la dictadura, “que se mantuvo sin fisuras significativas, pero sí agudizó la crisis política, provocada por la fuerza del antifranquismo, principalmente el movimiento obrero”. ¿Qué logró la izquierda radical? Romper el consenso y desaparecer. Se diluyó en su intento de desmantelar el aparato de Estado: “La mayor limitación de la izquierda radical fue no ser capaz de adaptar su proyecto a los nuevos tiempos. No supo darle el valor suficiente a las reformas paulatinas sin perder el objetivo último: limitar el capitalismo. Tuvieron problemas para ligar el movimiento sindical a un cambio político general. No supieron adaptar su proyecto a los nuevos tiempos reformistas”, cuenta a este periódico Gonzalo Wilhelmi.
El libro no es un ataque a la cultura de la Transición, de hecho subraya que “el origen de todos nuestros problemas actuales no está en ella”. La investigación desvela cómo esta izquierda -muy fuerte en el País Vasco y las Islas Canarias- planteó una ruptura total sin dejar claro por qué iba a ser mejor este planteamiento que la reforma, que finalmente triunfó. Para estos sectores el consenso no era un elemento positivo, porque pensaba que la mayoría asumía demasiadas cuestiones heredadas de la dictadura.
La crítica a las limitaciones de la Transición no debe ocultar las mejoras que se produjeron
Reconoce todos los avances que trajo el consenso de la Transición a España: “Pasamos de una dictadura fascista a una democracia, eso no es poca cosa, es un logro muy importante”. “La crítica a las limitaciones de la Transición no debe ocultar las mejoras que se produjeron. Cuando se habla de los Pactos de la Moncloa es necesario hacer un análisis matizado. Es cierto que se rebajaron los salarios y aumentó el paro, pero también que asentaron las bases del primer Estado de Bienestar en el país. La Constitución no se merece una crítica tan frontal. Se consiguieron avances importantes como el reconocimiento del derecho al aborto y al divorcio. Otra cosa es la aplicación claro”, añade.
Fraude fiscal
Aunque también señala la falta de profundidad de algunas reformas. “Quedó pendiente la lucha contra el fraude fiscal. El Estado de Bienestar, que empezó a construirse en 1977, fue demasiado tolerante con el fraude de las grandes fortunas. En la dictadura no pagaban impuestos, se encargó de garantizarlo. Y a partir de la Transición se logró que pagaran un poco… A pesar de que la Constitución obliga a pagar más a quien más tiene, somos los asalariados quienes más pagamos”, dice a EL ESPAÑOL.
Gonzalo Wilhelmi ha levantado su investigación con cientos de entrevistas a protagonistas de aquellos días convulsos. “No esperaba encontrarme algo así. No pensaba que existiese tal nivel de entrega, de capacidad de trabajo, de sobreponerse a la represión y a las dificultades de conectar con la mayoría de la sociedad”, cuenta. Una de las entrevistadas es Maite Calpena, que dice: “Trabajaba en una fábrica de siete de la mañana a cuatro de la tarde. Antes de entrar tiraba panfletos por otras fábricas de la zona. Dentro de mi fábrica repartía más panfletos. Y después del trabajo, a militar más. Mi vida era la revolución y la clase obrera”. Las mujeres tienen un especial papel y reconocimiento en el relato de esta parte de la historia oculta.
No es un libro sobre los protagonistas habituales de la Transición, es la cara B. Se ha puesto el foco sobre los hombres y las mujeres que impulsaron la lucha antifranquista, los que estaban en los barrios, en las empresas, pujando por el cambio social desde las bases, como la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC). “Ahora cuesta hacerse una idea de la importancia que tuvieron, pero fueron clave”. Por eso es tan llamativa la ausencia de su presencia en la historiografía contemporánea. “Al triunfar la reforma, se olvidó la revolución”, cuenta. “Además, sus protagonistas vivieron la Transición como desencanto y frustración, y infravaloraron su propia experiencia”.