Este libro acaba con una gran parada que desfila desde hace cinco siglos ante los ojos de todo el mundo y nadie sabe qué es. Una parada de los monstruos, que huyen de sí mismos. O no. Porque El jardín de las Delicias encierra un misterio sin resolver. El Bosco dejó como legado una ecuación irresoluble, que huele a broma infinita: el misterio del misterio es hacernos creer que hay misterio. Las interpretaciones del cuadro se acumulan en una pila enorme, en la que la nueva hipótesis anula a la anterior y con cada paso, el cuadro se hace más absurdo. Él sólo dejó apuntado algo que la historia debía rematar.
El dibujante Max Capdevila (Barcelona, 1956) ha evitado los regueros de la Historia del Arte para responder al encargo del Museo Nacional del Prado. Es la primera vez que el cómic entra en la pinacoteca, pero lo hace como El Bosco en la corte de Felipe II: driblando a la ortodoxia. El Premio Nacional de Cómic lo ha titulado El tríptico de los encantos (una pantomima bosquiana) y es un libelo contra los aprendizajes impresos en los manuales. No le interesa la firma, sino el autor; no el currículo, sino la biografía.
¿Cómo se apaña para soltar sus rollos delirantes a pesar de trabajar por encargo? ¿Cuál es el enigma?
Trocea a El Bosco en tres partes: atormentado, emboscado y encantado, para hacerlo evolucionar desde un enfrentamiento tormentoso con la religión (representado por el cuadro Extracción de la piedra de la locura), una transición hacia la aceptación (Las tentaciones de San Antonio Abad) y la conversión a la moral católica (El jardín de las Delicias). “¿Cómo se apaña para soltar sus rollos delirantes a pesar de trabajar por encargo? ¿Cuál es el enigma?”, se pregunta MAX, mientras observa algunos de los bocetos de su trabajo, que han quedado expuestos en el gabinete de dibujos y estampas.
¿Cuál es? “Dicen que era tan moralista como el rey y que terminó enseñando las consecuencias del pecado. Por supuesto, esto me parece un cuento chino”. ¿La Historia del Arte es un cuento chino? “Gran parte del relato de la Historia del Arte es un cuento chino”, responde, porque, explica, adapta sus interpretaciones a sus necesidades interpretativas. Es decir, encuentra las soluciones que necesita encontrar a los enigmas irresolubles: “Los expertos se inventan cosas, porque les conviene”.
El extrañamiento moralista
“Procuro no ser moralista” -dice el creador del mítico Peter Pank (1985)- “pero reconozco que hay un fondo oscuro que proviene de mi educación católica que aparece, sin querer. Trata de colarse continuamente. Así que tengo que estar vigilándome continuamente”. Es un autor que ha reivindicado siempre su libertad para desarrollar una de sus herramientas narrativas preferidas: el extrañamiento. Nada mejor que El Bosco para seguir creciendo en ese camino.
MAX asume que los personajes de sus cuadros son autorretratos del pintor, que el loco al que le extraen la piedra de la locura es el propio El Bosco y que esa piedra “como metáfora de la fantasía desbocada” guía e hilvana el tríptico. Ya no es la locura, sino la inspiración. Es la fuente de la imaginación del creador, algo de lo que no puede prescindir. Una pequeña piedra con forma de canica, que bien podría ser un tripi que abre las puertas de la percepción a la creación.
Esto es lo que me interesa: ir a la mente del artista
La “fantasía desbocada”, a la que se asoma su protagonista: “Esta piedra es el reverso de un ojo que está mirando en otro lugar y nosotros ahora estamos viendo a través de él”, dice este San Antonio Abad (alter ego de El Bosco). ¿Y qué ve? La cabalgata de los encantados, el paseo de los monstruos del Jardín de las Delicias. Esta es la parte más espectacular del libro, pero también la que menos recorrido tiene.
Gracias a José Manuel Matilla, Jefe del Departamento de Dibujos y Estampas del museo, El Prado se abre al cómic y a la fantasía aprovechando el centenario El Bosco. Explica a este periódico que con la incorporación del trabajo del dibujante al museo, la institución normaliza la relación y presencia de un arte que forma parte de los visitantes del museo. El cómic ha vaciado toda la retórica visual del pintor para dejarlo en los huesos. Ni el color, ni los paisajes, apenas las referencias simbólicas, porque lo que cuenta es descifrar “qué conflictos tiene para pintar estas cosas”. MAX no quiere distracciones: “Esto es lo que me interesa: ir a la mente del artista”.
Y sobre todo, qué es lo que pasa cuando no hay nada en su mente, cuando falta la piedra, ese tripi (metafórico) que hace volar a la imaginación por los caminos de la fantasía desbocada. Así la imagen final de un ser desahuciado, perdido y desorientado, que pregunta abatido: “¿Dónde está mi piedra? Por favor”.