James Nachtwey acaba de ser reconocido con el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades “por su compromiso profesional que le ha llevado a cubrir una treintena de conflictos bélicos y crisis humanitarias sin abdicar de los principios éticos del informador ni maquillar el dictamen de la cámara”. Este reportero con cámara ha documentado los conflictos más cruentos. Se forjó en las guerras que jalonaron África a finales de los 80 y mediados de los 90; estuvo en el Afganistán postsoviético; no ha dejado rincón extremo que cubrir en el desastre que supone la guerra. Es, sin duda, uno de los fotógrafos de guerra más contundentes del siglo XX y del XXI. Casi todo en blanco y negro.
Si se quiere conocer a Nachtwey es imprescindible ver Natchwey, fotógrafo de guerra (2001), un documental que le sigue en Kosovo con una cámara subjetiva colada encima de su obturador y que retrata todo el proceso que sigue el fotógrafo, desde la realización de las fotos, al trabajo con los editores, hasta el positivado en laboratorio. La fecha de realización no es baladí: el fotógrafo americano abandonó en 2001 la agencia Magnum a la que pertenecía desde el año 1985, para fundar otro colectivo de éxito, VII Photo. Natchwey aguantó hasta 2013 en esta nueva agencia, para “llevar sus asuntos desde su propio estudio”, como anunció el colectivo en su salida.
“Él es un misterio”, cuenta Christiane Amanpour en el documental. “No sé por qué hace las cosas que hace. Es muy solitario. Creo que a veces hay que serlo para ser tan bueno en el trabajo y para dar tanto de sí. Es difícil repartir la atención, la emoción y la energía. Hay que centrarse en una sola cosa. Y él lo hace”, proseguía la veterana periodista de la CNN. Nachtwey representa a ese prototipo de fotógrafo de guerra solitario, que se mueve en la perfección de la composición y que la traslada a la blancura y planchado de sus camisas. El documental servía para reformar su imagen de ídolo y número de la fotografía, en un momento en el que había abandonado Magnum, auténtico templo de la materia.
Pero no todo es tan inmaculado como sus camisas en la carrera de Nachtwey. Su aspecto más estratega quedó a relucir a raíz del 11 de septiembre. “Siempre he ido fuera y he estado envuelto en las tragedias de otros y en situaciones de peligro y volver a América era siempre un refugio”, declaraba a la revista TIME en el décimo aniversario de los atentados. “Pero ahora la guerra nos había tocado a nosotros, y creo que pasamos a formar parte del mundo en ese momento de una forma que no lo habíamos estado antes”, proseguía. Esa mañana, Nachtwey tomó sus cámaras y retrató la tragedia que estaba sucediéndose a un par de manzanas de su piso en Nueva York. Entró hasta dentro de las Torres Gemelas. Salío, volvió a su casa y guardó el material diez años, tiempo en el que sin duda se revalorizó. Como muestra, el titular de TIME: “Revisitando el 9/11: fotografías no publicadas de James Nachtwey”. La maceración fotográfica aumenta los ingresos.
Y fueron también los ingresos los que le movieron a hacer uno de los reportajes más negros de su obra, abdicando de “los principios éticos” que señalaba el jurado de los Princesa de Asturias. En el año 2011, en los albores de la revolución contra el dictador al Assad, el fotógrafo que había presumido de ser un ejemplo de ética y un parangón para documentar las injusticias en el mundo, se fue a realizar un publirreportaje titulado Una rosa en el desierto, que ensalzaba la figura de Asma el Assad, mujer del presidente sirio. La historia, que incluía fotos de Bachar Al Assad jugando con sus hijos, fue publicada en primera página por la revista Vogue en su edición americana. Un artículo del Washington Post terminó revelando que detrás del reportaje estaba una agencia de relaciones públicas que buscaba limpiar la imagen de los Assad en EEUU . Vogue tuvo que salir con una rectificación pidiendo disculpas a sus lectores y borrar el reportaje de su web. Nachtwey evita el tema.
"Cuestionamos a los poderosos", sostenía Nachtwey en un delicioso discurso sobre el sentido del periodismo cuando los editores de prensa americana le entregaron su máxima distinción. "Hacemos que rindan cuentas. La cadena [que forma el periodismo] que ayudamos a forjar conecta a la gente que nos encontramos sobre el terreno con millones de otras mentes y sensibilidades. Y cuando la conciencia en masa evoluciona hacia un sentido de conciencia, el cambio no solo se hace posible, sino que se vuelve inevitable". De nada sirven, para ello, esas edulcoradas fotos de un dictador en familia.