Es la guarnición de los viernes en La Moncloa. El aperitivo de lo importante, el postre de lo que importa. La Cultura ha sido la salsarosa que animaba los Consejos de Ministros desde que se inauguró como Ministerio. Asuntos sin importancia ni en tiempos de Javier Solana, cuando gritaba desde el altar del Congreso de los Diputados, en 1986: “¡Señorías! ¡Toca sustituir al hombre económico por el hombre cultural! Es posible que la aspiración al Estado de Bienestar sea superada por el Estado Cultural”. Y abría el grifo y regaba la cultura para que floreciera verde, colorida, sometida. La complaciente industria sólo quería más y más, y el jardinero también pedía lo suyo.
Así hasta Íñigo Méndez de Vigo, un ministro en funciones. Es la moda. Todo lo que no sirve más que para ocupar un hueco durante un tiempo hasta que se encuentre algo de verdad, alguien en quien confiar el timón de la nave, es en funciones. Qué maldita expresión que oculta el vacío de autoridad y potestad en el cargo que se toma. El ministro post-Wert llegó a seis meses del final de la legislatura, con ese talante campechano y majetón del jugador de los minutos de basura, y lo primero que hizo fue retirar de su despacho un retrato de Unamuno de Gutiérrez Solana y hacer las paces con el cine español, porque lo ha visto siempre en Cine de Barrio…
Uno va a cualquier parte del mundo, pide tapas e inmediatamente sabe lo que recibe
Cuentan que cuando el marido de Montserrat Gomendio comunicó a Rajoy que dejaba la cartera de Educación, Cultura y Deporte porque quería pasar a mejor vida y casarse con su Secretaria de Estado de Educación, el presidente se cruzó con el barón de Claret en el laberinto de pasillos desde donde se dirige España. Y fue allí, en Bruselas, donde le ofreció a Méndez de Lugo -como le espetó el socialista Félix Montes en su primera comparecencia ante la Cámara Alta- hacerse cargo de la guarnición.
Y Cine de Barrio dio paso al Festival del Humor. El último capítulo es “la tapa”. “Hoy se han convertido en algo que pertenece al idioma universal”, ha soltado esta semana delante de la presidenta de UNESCO, Irina Bokova, en el Foro de Nueva Economía, en un salón del Hotel Ritz. Al parecer, no ambientó su iniciativa para que el organismo se anime a declarar Patrimonio Inmaterial de la Humanidad a las tapas con imágenes de Arias Cañete en faena.
La razón de peso de nuestro ministro de cultura para forzar el ingreso en la lista donde ya está el flamenco, los castellers y la dieta mediterránea: “Uno va a cualquier parte del mundo, pide tapas e inmediatamente sabe lo que recibe”. Bokova diciendo “una de tapas”, tratando de esconder su acento búlgaro en Bulgaria.
Marcando paquete
Desde el minuto uno, el ministro tapa o ministro guarnición o ministro patata, dejó en evidencia la coherencia con la que organiza sus argumentos: “Ha llegado el momento de incorporar el elemento cultural y de Patrimonio Histórico a la Marca España. En España tenemos que hacer un esfuerzo para que el turismo sea cultural y no solamente playa y sol. Nuestro riquísimo patrimonio cultural debe estar en las rutas.
No le gusta Unamuno, pero le gusta el Patrimonio; le gusta el Patrimonio, pero días después le mete un hachazo en los Presupuestos Generales a la partida de conservación y restauración de bienes culturales y al de protección del patrimonio histórico; quiere más rutas culturales y menos sol-y-playa, pero arenga a las masas de turistas con nuestra gastronomía, que “es la mejor del mundo y quien viene repite gracias a ella”; y, sobre todo, cómo puede apostar un Ministro de Cultura de Ejpaña por las tapas en vez de LA PAELLA. Escándalo y dimisión (en funciones).
A todo esto Rafael Sánchez Ferlosio lo llama “españolez”. Efectivamente, una mutación etimológica que arraiga con estupidez e idiotez
¿Y los toros? “No me consta que haya tal propuesta”, responde la responsable de la UNESCO. “Me parece que hay algunos artículos en la prensa, pero España nunca ha hecho una propuesta”, añadió la directora general en el Ritz. El ministro se decanta por las tapas y no por los toros, después de haber aprobado la Ley de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, una norma sin un solo voto de la oposición pensada para torear a los antitaurinos. Quién sabe, quizá el ministro piensa que las tapas como Marca España son más exportable que la tauromaquia.
A todo esto Rafael Sánchez Ferlosio lo llama “españolez”. Efectivamente, una mutación etimológica que arraiga con estupidez e idiotez. El político patata está obsesionado por la novedad, por seguir inaugurando pantanos aunque sea en funciones, por aparecer todos los días en los periódicos, quitando el foco de los asuntos de urgencia con una ocurrencia salvadora. Sólo aquella que corre gravísimo peligro de pasar inadvertida es una verdadera novedad, escribe Sánchez Ferlosio en Campos de retama (Literatura Random House). Por eso la muerte de la novedad son los periódicos.
Sobre el apetito patriota que mueve la política a los campos del absurdo (ponerle banderas a una tapa lo es), cuenta el autor de El Jarama que el patriotismo es el “gran instrumento de extorsión social y política”. La pertenencia es un “opresivo sistema de coacción social universal”, que obliga a ser de unos o de otros, de los nuestros o contra nosotros. De los de aquí, los de las tapas, las paellas y los toros o de los de fuera, los apátridas, antisistema y antipatriotas. Tan enfrentados como en un estadio de fútbol. Y así hemos pasado esta legislatura con prórroga, protagonizada por uno de los equipos más nefastos que ha pasado por el Ministerio de Cultura (educación y deporte), entre tapas y toros.